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Los vengadores del mundo real combatieron al mal con sexo y drogas

Por: Iván Montejo 15 Abr 2020
Fueron llamados comix, historietas controversiales sin ningún tipo de censura que se adentraron en el lado oscuro del ser humano
Los vengadores del mundo real combatieron al mal con sexo y drogas

 

Las ideas se buscan erradicar por cualquier medio, ya sea con fuego o con balas. Por años, los intentos por acabar con las voces disidentes han cobrado numerosas formas, pero sin importar su naturaleza siempre terminan fracasando, provocando una liberación sin precedentes.

La historia de la liberación de los cómics nació con su encarcelamiento. En 1952, la revista Reader’s Digest  y Fredric Wertham con su  libro Seduction of the Innocent aseguraron que las historietas eran capaces de hacer delincuentes a jóvenes de bien.

Las alarmas de las madres de “buenas familias” se encendieron, de inmediato decomisaron esos pequeños libros que hipnotizaban a sus hijos. Era inconcebible que esos objetos del demonio pudieran ser comprados y dirigidos a criaturas que apenas podían comprender el mundo que les rodeaba, algo se tenía que hacer.

Las calles se iluminaron con fogatas alimentadas por los más recientes números de historias de terror y aventuras de ciencia ficción. Alan Moore alguna vez afirmó que: “todo comenzó cuando mis padres me obligaron a quemar mis cómics”; los niños de la época vieron horrorizados cómo sus mundos eran consumidos por las llamas, ese mismo día juraron vengarse y acabar con ese sistema que les había arrebatado lo más preciado.

 

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La bestia se libera

Con el fin de sobrevivir, la industria creó la Comics Code Authority, una forma de regulación independiente  que se regía por un estricto código moral que garantizaba que las historietas no corromperían la mente de los inocentes.

La autocensura no sólo se limitó a la violencia o el contenido sexual, se llegó a tal extremo que prohibió cualquier representación negativa de la autoridad y el uso de palabras como “horror” y “terror”. Se creó un sello para garantizar que los cómics eran aptos para todo público, para los jóvenes que vivieron la quema fue el símbolo del enemigo.

En la década de los sesenta, comenzaron a surgir historietas que parecían seguir a la perfección el Comics Code Authority, no para cumplirlo, sino para romper cada uno de sus prohibiciones.

Las nuevas publicaciones no podían tener el mismo nombre, razón por la cual fueron rebautizadas como comix, término que proviene de la clasificación “X”, reservada en Estados Unidos para el contenido para adultos.

 

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Esas autoridades que los cómics habían jurado respetar estaban masacrando a una juventud en las junglas de Vietnam al grito de libertad, mientras que en su propia tierra trataba a sus ciudadanos como personas de segunda por su color. Nadie en su sano juicio podía continuar con esta farsa y los comix se unieron al movimiento contracultural que nació para acabar con “las buenas costumbres”.

El patriotismo fue sustituido por el punk, la familia perfecta por el amor libre y el sueño americano por viajes motivados por drogas. La sociedad estaba lejos de ser perfecta y los cómics debían ser un reflejo de la decadencia que los jóvenes vivían a diario.

Los comix bebieron de Mad, la famosa revista satírica; pero su versión incluiría todos los temas que Harvey Kurtzman hubiera rechazado publicar, viñetas y dibujos que hicieran parecer folletos de la iglesia a sus antecesores.

Se dice que Frank Stack fue el responsable del primer comix. Basado en Texas, de joven fue un asistente constante a la Iglesia, y un capítulo de Los Hermanos Karamazov  lo inspiró a crear una historia donde Jesús regresa a nuestro mundo para ser tratado como un hippie. Esa la plasmó en la historieta The Austin Iconoclastic Newsletter y eventualmente se publicó de forma independiente como The Adventures of Jesus en 1962.

Las blasfemias fueron el primer ataque de los vengadores al Comics Code Authority, movimiento que pululó principalmente en Nueva York, San Francisco y Austin, Texas.  Las primeras obras se trataban de bromas locales centradas en la religión, el sexo o las drogas, historietas creadas para ser leídas por amigos cercanos y uno que otro curioso.

Con el tiempo fueron evolucionando para incluir cualquier tema y aproximación: personajes de Disney tenían aventuras censurables con Air Pirates Funnies; las mujeres hicieron lo suyo con Wimmen’s Comix; la izquierda publicó su visión con Anarchy Comics; e incluso nació Screw, un tabloide para adultos que presumía ser “Entretenimiento para hombres para hacerse una paja”.

 

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Los avances tecnológicos habían facilitado notablemente la publicación de cómics, ya no existían editores que detuvieran los temas controversiales y el único límite era la creatividad del creador. Fue así como nacieron títulos como God Nose, creado por Jack Jackson en uno de sus múltiples viajes de peyote, en los que su nariz constantemente goteaba.

El triunfo de los vengadores

El Comics Code Authority hizo que los cómics fueran un juego de niños, un mundo perfecto donde no podía existir ningún problema relevante. La guerra que le dedicaron los comix hizo que el arte de sus páginas cubriera temas mucho más densos, los cuales iban más allá que las aventuras de un superhéroe.

Fue así como publicaciones de contraculturales, como The East Village Other, comenzaron a darles una gran réplica. Uno de los primeros artistas en escribir en sus páginas fue Art Spiegelman, ilustrador y escritor sueco que con el tiempo se hizo famoso en el medio por sus comixs pornográficos, Young Lust¸ una parodia del amor romántico de los cincuenta condimentado con escenas de sexo explícito, y Bizzare Sex, una combinación entre ciencia ficción y sexo.

 

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Spiegelman  no sólo destacó por realizar historias con contenido sexual, sino que se convirtió en la figura más importante del movimiento. En 1980, junto con Françoise Mouly lanzó la revista Raw, un referente que publicó a los mejores artistas del tiempo.

Aquella revista alternativa, publicó en su primer número una especie de biografía, historia y ficción llamada Maus, en la cual Spiegelman convirtió a su padre en un ratón y contó su historia durante el Holocausto. La particular forma de contar aquel episodio de su familia causó un revuelo inmediato y en 1992 la obra se convirtió en la primera novela gráfica en ganar un premio Pulitzer.

 

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La batalla estaba ganada, el tiempo demostró lo ridículas que eran las normas del Comics Code Authority, el cual eventualmente murió cuando los mayores grupos de cómics se rehusaron a seguirlas. Al final el fuego que buscaba acabarlo todo terminó por iniciar una revolución, un movimiento que no le importó romper cualquier regla con tal de ser libre.

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