PLAYBILL: INTERNET NO PERDONA
“Ya lo pasado, pasado/ No me interesa”. Es muy probable que si está canción compuesta por Juan Gabriel y cantada por José José hubiera sido publicada en nuestros días y no en 1978, habría que repensar el verso. Porque en nuestro presente, más que nunca en la vida, importa mucho el pasado.
ARTURO FLORES Editor en Jefe @ArturoElEditor
Siempre que nos referimos a la tecnología solemos asociarla al concepto de “futuro”. Y, de paso, le restamos influencia al pretérito. Pero han sido los pasos andados, los que precisamente le han traído consecuencias funestas al presente a muchos personajes.
Mientras escribo, en el ciberespacio no deja de comentarse el caso de Mauricio Ortega, el periodista que sustrajo indebidamente el jersey que Tom Brady utilizó en el Super Bowl LI de los vestidores de los Patriotas de Nueva Inglaterra. Cada una de las acciones que realizó esa noche en el estadio quedaron registradas en las cámaras de seguridad, además de que a estas alturas ya todo mundo sabe cómo fue que el FBI lo descubrió. Porque el ladrón le envió una foto a un coleccionista de objetos deportivos en la L que, a un costado, se alcanzaba a ver el jersey de la discordia.
El FBI sólo tuvo que desmadejar la historia digital del inculpado, para descubrir que solía tomarse selfies con los deportistas en vez de cubrir los eventos deportivos para los que había sido acreditado.
“Uno no sabe lo que tweetea hasta que lo ve retweeteado”, recuerdo que leí alguna vez en un tweet.
Y sí. Apenas se convierte un personaje en noticia, no faltará quien escarbe en su huella digital –viejos tweets, antiguos posts de Facebook, ancestrales fotos de Instagram o “inofensivos” videos de YouTube– hasta dar con el error, la palabra inadecuada, el tropezón que le permita a los trolls, exhibir la inmundicia del alu- dido o aludida con el objetivo de desacreditarlo.
Establece una frase célebre: “Procura que tus palabras sean dulces y suaves por si algún día tienes que tragártelas”. Ya no digamos si las vas a publicar en Internet.
Porque además, nuestra ciberhistoria se vuelve prácticamente imborrable. Sólo basta un instante para que alguien le tome una captura de pantalla y después, incendie los muros de Facebook igual que una infección. No existirá forma de sofocar las llamas y de cuando en cuando, alguien exhumará el secreto de la tumba del olvido.
En aquella célebre canción José José entonaba un sentido: “Todo quedó en el ayer/ ya olvidé”.
Pero Internet tiene una memoria que no perdona.
