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Entre líneas: Nadie se acerca ni por error

Por: LIZBETH SERRANO GÓMORA 14 Mar 2024
Una biblioteca tiene el poder de generar un diálogo entre generaciones y culturas, al igual que entre lenguas y cosmovisiones, como diría Borges.
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Y ahí estaba, al final del pasillo del segundo piso del edificio más frío de toda la secundaria. Carecía de luz suficiente, olía a humedad, algunas hojas de los ficheros tenían manchas de comida o rayones, y las incómodas si- llas esperaban por nosotros. Aun con esas condiciones no me desanimaba perderme un par de minutos ahí dentro, metida en un libro de biología que me serviría para una tarea, o clavando el ojo en uno de cuentos. Así era estar en la biblioteca de aquella escuela que recorrí durante tres años en mi adolescencia, una que posiblemente ya no existe o que, de seguir abierta, ahora sea parte del mobiliario de una sala de tecnología que alberga computadoras que no siempre funcionan adecuadamente, como sucede con el librero polvoriento que mi ahijado tiene por biblioteca en la secundaria donde estudia.

Sería hipócrita si dijera que “en mis tiempos” la biblioteca escolar estaba repleta de alumnos ávidos por leer. La neta es que era el espacio más solitario y olvidado de toda la escuela. Y si en algún momento había más de 5 personas era porque servía como guarida para volarnos las clases del profe de historia que pecaban de aburridas. Pero al menos teníamos una, improvisada, pero había una. Ahora, por lo que me cuenta mi también sobrino, tal parece que esos espacios de lectura han sido degradados a meros estantes viejos que contienen libros aún más rupestres y nada atractivos para jóvenes que nacieron con un celular en la mano y para quienes leer libros físicos no es parte de su chip.

“Nadie se acerca ni por error”, me dice de la manera más natural del mundo mientras esperamos un taxi que nos lleve al cine para ver esa película que le prometí. Y yendo hacia allá mantengo mi asombro porque no doy crédito a que una biblioteca escolar se haya reducido a un mueble de madera apolillada o de acero oxidado con un puñado de libros que nadie pela.

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No soy pedagoga ni tengo estudios en docencia, pero sí cuento con la experiencia de ser una lectora que desde hace varios años comprobó la importancia que tienen las bibliotecas en nuestro aprendizaje en cualquier etapa de nuestra vida. En el Manifiesto IFLA/UNESCO por la Biblioteca Pública 2022 quedan muy claras las funciones que tienen: “ofrecer oportunidades de crear y utilizar la información para adquirir conocimientos, comprender, desarrollar la imaginación y entretenerse; y enseñar al alumnado las habilidades para evaluar y utilizar el contenido en cualquier soporte, formato o medio”.

Alejándonos un poco del punto de vista académico, para su servidora las bibliotecas son espacios sanadores, confortables, y no lo digo por los sillones que hay en la Vasconcelos, ubicada afuera de la estación del metro Buenavista, sino por la sensación de relajación que me dan lugares como ese. Los concibo como sitios de tranquilidad, en los que el silencio invita a adentrarnos cada vez más en las palabras, a interpretar y a viajar con lo que estamos leyendo.

Una biblioteca tiene el poder de generar un diálogo entre generaciones y culturas, al igual que entre lenguas y cosmovisiones, como diría Borges.

Personalmente las veo como ambientes donde convergen en armonía el pasado, presente y futuro, siendo los signos escritos los vehículos que la propician, en complicidad con la imaginación y emociones que evoca lo que estamos leyendo. Un espacio que recupera las voces de seres que, aún varios metros bajo tierra, siguen vivos y hablándonos a miles de personas a través de las páginas.

Y cuando se trata de las escolares el asunto parece complicar aún más el acercamiento de los niños a los libros porque, tal como sucede en la secundaria de mi ahijado, cada vez hay menos espacios de lectura en escuelas públicas del país, o al menos así lo constata el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), el cual registró que, sólo en 2016, apenas cuatro, de cada diez escuelas, tenía una biblioteca.

Entiendo que se trata de un dato viejo, lo que abre la posibilidad de que, en 2024, la situación sea diferente. Y es probable, pero lo que también es plausible es que existan menos de estos lugares dentro de instituciones educativas de nivel básico en México, algo que, la neta, es más seguro dado el testimonio del sobrino. Sólo espero que mientras escribía y salía publicada esta columna no hayan perecido más bibliotecas.

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LIZBETH SERRANO GÓMORA Columnista
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