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Elon Musk, Twitter y la libertad

Por: Luis De Cristobal 29 Abr 2022
La innovación es el factor que permite a las sociedades, a las empresas, a las instituciones dar más y mejores servicios y, por tanto, ser más eficientes, mejorar su ingreso.
Elon Musk, Twitter y la libertad

A lo largo de los años, de la historia, algunos factores han sido determinantes para la acumulación de riqueza, y en la creación de nueva riqueza por parte de aquellos que ya la poseían. Algunos de estos factores han sido la propia posesión de la riqueza (ya sabemos eso de que el dinero llama al dinero), el uso intensivo de la tecnología (que permite reducir costes de producción, ampliar productos y servicios) a la que se llega a través de la innovación.

La innovación es el factor que permite a las sociedades, a las empresas, a las instituciones dar más y mejores servicios y, por tanto, ser más eficientes, mejorar su ingreso. Pero a la tecnología también se llega, nuevamente, a través del capital. Durante los siglos de los siglos las grandes fortunas privadas y empresariales han comprado patentes, talento, innovación, ingenios de otros, ley natural del capitalismo y, posiblemente, del hombre.

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Pero quizás por encima de la propia riqueza y del binomio tecnología-innovación destaque otro factor, que ha sido clave en todas y cada una de las etapas del hombre. En conflictos, en guerras,  capaz de poner y quitar presidentes, consejos de administración, reyes y generar nuevas tendencias. Ha sido capaz de alterar el curso de los acontecimientos desde las cloacas, desde lo invisible de las sociedades. Y es, el acceso a la información.

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El acceso a la información ha estado restringido siempre a muy pocos. Un activo que ha dado alimento a servicios de espionaje e inteligencia, ha sido clave para evitar y perpetrar atentados, para evitar y perpetrar robos industriales y también para obtener privilegios en sectores como el financiero (te invito a ver ese peliculón llamado The Big Short si aún no lo has hecho). Para el control de la población y las masas, por supuesto.

Desde hace poco más de un par de décadas sucede una cosa muy curiosa, muy cotidiana actualmente, pero que hubiera sido el sueño de aquellos servicios de inteligencia de la guerra fría, de los reyes absolutistas o del propio Hitler: por primera vez en la historia se conocen con métricas exactas el origen, las tendencias sexuales, las opciones políticas, las intenciones de compra y las interacciones sociales de los individuos. Métricas con las que, además, hacer predicciones de comportamientos futuros.

Y todo a un clic, que regalamos a diario a un entramado de grandes corporaciones y a un sistema que la mayoría no entendemos y que avanza tan rápido que jamás legislaciones y políticas públicas podrán alcanzarlas, adquiriendo cotas de conocimiento de la información inauditas. Y lo hacemos porque confiamos (ironía on) en la buena praxis y buenas intenciones de estas corporaciones, para que nos ilustren con lo que queremos y debemos pensar y comprar.

Qué curioso, hemos pasado de ser sociedades celosas de nuestras intimidades a pornografiar nuestra vida, ignorando el valor de esos datos que compartimos. Ya hemos incluso normalizado que, tras un café con un amigo, nos lleguen recomendaciones publicitarias de eso que estábamos hablando. Llámame loco, pero yo ya tengo la sensación de que me aparece publicidad de lo que pienso, sin necesidad de hablarlo.

Tengo una manía desde niño: poner todo en duda y no confiar en la primera versión que llega a mí. Sigo planteándome cuál es la verdadera intención de las grandes corporaciones con la información (recordemos por ejemplo los 5.000 millones de dólares que Facebook tuvo que pagar por violación de la privacidad). Lo que si me queda claro y es un dato objetivo, es que la mayoría de ellas ya tienen más PIB que el 80% de los países del mundo e infinita más información.

Dentro de nuestro qué somos, qué hacemos y qué queremos existe un espacio donde decimos qué pensamos y en qué creemos, llamado Twitter. Existen países, como España, donde el uso de Twitter es intensivo (podríamos denominarlo como obligatorio de facto) para cargos públicos, políticos, incluso administraciones públicas. Ahora imagínate que tuvieras una gran acumulación de capital, con la que crear y adquirir tecnología.

Imagínate qué podrías hacer con toda esa información. O no te lo imagines, pregúntaselo a Elon Musk.

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