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Elogio de las cantinas: La Belle Époque en la Ciudad de México

Por: Jorge Arturo Borja 13 Dic 2019
La Ópera ha sido escenario de diversas representaciones etílicas. Se cuenta que por ahí pasó Pancho Villa tirando balazos.
Elogio de las cantinas: La Belle Époque en la Ciudad de México

Empezó como café y pastelería en 1876, aunque ya se vendían vinos, licores y cervezas. Las hermanitas Boulangeot, señoritas recién desembarcadas de Francia, arrendaron un salón en San Juan de Letrán y San Francisco (donde hoy se encuentra la Torre Latinoamericana) para trasladar el ambiente de La Belle Époque a la Ciudad de México y le impusieron el nombre del género más elitista de la música: La Ópera. La combinación de dulce y vino les aseguró la clientela de borrachos finos y personajes ilustres comenzando por el propio presidente Porfirio Díaz y su esposa Carmelita Romero Rubio, quienes se deleitaban con el espumoso chocolate de este afamado café. También la frecuentó la crema y nata de la sociedad: los Limantour, los Landa y Escandón, los Casasús, e incluso por ahí acostumbraba a aparecerse después de la función La Reina de la Opereta Esperanza Iris. 

En 1895, La Ópera se cambió a su nuevo domicilio de 5 de Mayo y Bletlemitas (hoy Filomeno Mata) donde, ya remodelada como cantina, resultó favorecida por la demolición del Teatro Nacional para ampliar la calle en 1900. De ese puente entre siglos procede el exquisito mobiliario que la distingue: gabinetes de nogal y terciopelo, lunas biseladas, tapicería árabe y óleos franceses, aunque existe discrepancia sobre la barra y contrabarra de caoba, que según se dice fueron construidas en Francia, trasladadas a Nueva Orleans e importadas de Nuevo Laredo durante la Ley Seca con un costo de 5 mil dólares.

La Ópera ha sido escenario de diversas representaciones etílicas. Se cuenta que por ahí pasó Pancho Villa tirando balazos. Lo cierto es que ha sido lo mismo salón de conciliábulo para políticos como Emilio Portes Gil, Miguel Alemán o Ernesto P. Uruchurtu, que rincón de citas clandestinas para entusiastas adúlteros que ya pintan canas. Ha sido incluso, salón de clases para maestros como don Rafael Rojo de la Vega, quien llevaba a sus alumnos de derecho procesal a presentar exámenes de fin de cursos en este establecimiento.

Tal vez la representación más violenta la dio a fines de los años cincuenta el conocido “abogánster” Bernabé Jurado, quien de acuerdo con el testimonio del poeta Francisco Liguori fue el verdadero autor del balazo atribuido a Villa, a quien por cierto Jurado aborrecía porque el general mandó fusilar a su padre Miguel Jurado Aispuru.

El balazo famoso lo recrea Eugenio Aguirre en su novela El Abogánster: “El tipo llegó hasta nuestra mesa y desenfundó un revólver calibre .38. «¡Ahora sí se los llevó la chingada!», rugió, y enseguida apuntó a la cabeza de Godínez, quien se cagó en el acto. Me dio tal coraje que se me nubló la vista, saqué mi pistola y lo amedrenté con tal seguridad que ello me salvó la vida. El fulano titubeó y yo jalé el gatillo, sólo que en ese instante, fracción de segundo, Alfonso del Castillo, quien me había traído un expediente, me golpeó por debajo del codo y la bala pasó por encima de la testa de nuestro enemigo y fue a incrustarse en el techo del cuarto gabinete del lado oriente de La Ópera. Todo sucedió muy rápido, pero no lo suficiente para impedir que el Duque le reventara al rufián una botella en la cabeza que lo dejó tendido e inconsciente. Los demás parroquianos formaron corrillos para comentar lo acaecido; nosotros apapachamos al licenciado Godínez que aún estaba más pálido que un cadáver, le pedimos que se despojara de pantalones y calzones, y con la mierda todavía fresquita embarramos la jeta del agresor e hicimos que el policía de punto se lo llevara a la delegación más cercana”.

En esta cantina se han filmado películas, de sus historias se han escrito libros. Destacados intelectuales y artistas como Rafael F. Muñoz, José Luis Cuevas, Sofia Bassi, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez se han contado entre sus comensales. Incluso algún presidente que nunca se distinguió por las luces de su inteligencia, pasó un domingo de 2001, después de escuchar misa en la Catedral Metropolitana, a beberse unas sangrías y brindar con su señora Marta.

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