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#LibrosAlDesnudo: Leer en vacaciones… o no

Por: Jafet Gallardo 20 Ene 2020
Llegan las vacaciones y la primera percepción que se tiene es que habrá más tiempo para hacer aquellas cosas que nos […]
#LibrosAlDesnudo: Leer en vacaciones… o no

Llegan las vacaciones y la primera percepción que se tiene es que habrá más tiempo para hacer aquellas cosas que nos gustan y las cuales no hacemos normalmente porque a capricho les buscamos condiciones especiales. La lectura es una de ellas, que aunque se haga, se postergan títulos añorados para los días donde podemos alejarnos del estrés y nuestros vertiginosos ritmos de vida. Sin embargo, una vez que preparamos la botana, la limonada, sacudimos el sillón, ponemos jazz en el estéreo, cerramos las cortinas, nos sentamos y abrimos la página, después de unas líneas a veces se siente como que algo no está bien.

Por Jaime Garba (@jaimegarba)

Lo digo porque entre pláticas con algunos amigos lectores, discutíamos sobre si existen libros para temporadas especiales, etiqueta que se empeñan en poner las librerías, promotores olas mismas editoriales quienes no temen, por estrategia, en decir que sus novedades salen a la luz bajo esta consigna. Quizá es algo sin importancia, pero en la práctica, a manera de experimento suceden cosas interesantes. Uno de quienes integraban la discusión, un profesor de literatura de preparatoria, contó que hacía unos años había dejado a sus alumnos en vacaciones de Semana Santa, leer “La Biblia#LibrosAlDesnudo: Leer en vacaciones… o no 0Vaquera” de Carlos Velásquez. La lectura no tenía un fin específico, simplemente romper con el canon de lecturas clásicas de la materia. Cuando regresaron de vacaciones se encontró con que a la dirección le habían solicitado una reunión con los padres de familia de su grupo, quienes le reprocharon de manera bárbara, e incluso algunos pidieron su cabeza, argumentando que esa clase de lecturas era simplemente inaceptable en una semana “sagrada”.

Sin querer queriendo entendió que para ciertos casos había que tener cuidado con las lecturas recomendadas, pues al parecer la junta era porque los padres no podían tolerar otro tipo de afrenta, la anterior había sido cuando en navidad les había dejado leer un libro de cuentos de Alberto Vargas Iturbe, el mejor conocido como el “Pornocrata del amor”. Después de reírnos en la cara de nuestro amigo ante lo cerca que vio el despido por una cosa tan absurda, otra amiga y yo pensamos alguna anécdota equiparable. Estaba por disparar la mía pero como si de golpe le cayera el recuerdo, con un ademán pidió la palabra y procedió a contar su historia. Época: verano, había decidido ir a la playa sola en plan de descanso absoluto, como buena lectora cliché no podía perderse la oportunidad de llevarse un par de libros e imaginarse sobre la arena, una atardecer, el sonido de las olas y una margarita a un lado. Así fue una tarde que leía “El rapto de la bella durmiente”, el libro de Anne Rice que es una versión para adultos de La Bella durmiente, donde el príncipe al despertar a la joven protagonista, procede a sodomizarla (cualquier similitud con 50 sombras de Grey es mera coincidencia).

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Más de algún viajero conocía el libro, porque resulta que varios hombres intentaron acercarse, cuentella, en plan de ligue sexual. El hecho parecía muy extraño así que decidió preguntar directamente a ella de aquellos pretendientes el porqué del acecho. Resultó que la soledad y el contenido del libro fue para muchos una señal inequívoca de sexo, supo entonces que prácticamente tenía un letrero de “quiero coger”. Desde esa ocasión jura que selecciona bien sus lecturas para parecer una abuela aburrida en lugar de una mujer cachonda y desesperada. Otro bonche de risas se vino al centro de la discusión, quité pronto mi anécdota consideraba no estaba a la altura, así que hice un poco de tiempo retomando conversación de ambos, pero… iluminado, recordé algo que estaba oculto en mi memoria justo porque así lo había decidido. Cierto año, en febrero, mes amoroso y embarra miel, me enviaron por trabajo al Distrito Federal a un encuentro de editores, el poco presupuesto del instituto en el que trabajo permitió apenas pagar mis pasajes de autobús, así que tuve que recurrir a asilo en un pequeño cuarto de la casa de un amigo que por esos días no estaría allí. Tendría techo y servicios básicos como agua para el baño y ducharme, así que sonaba bien, pero al ver la habitación sentí un poco de pánico, el espacio era utilizado para hacer grabaciones de grupos o sea que lo tenía aislado de luz y sonido, apenas si había un foco que parpadeaba y unas colchonetas que no evitaban sentir el frío piso. “Gratis hasta las patadas” pensé, pero pronto me arrepentiría porque el lugar me invadió de unas ansias tremendas. De no ser porque tenía reloj no sabía si era de día o de noche y de no ser porque traía un libro previamente seleccionado me habría vuelto loco… pero sorpresa, lo hice, me volví loco porque traía como lectura la novela “La colina de los suicidios” de James Ellroy. Qué peor lugar para leer una historia de crímenes, una novela negra.

Habité el cuarto tres días y cuando salí sentía que perseguían, que cualquier transeúnte se abalanzaría sobre mí y me enterraría un cuchillo; estuve los días suficientes como para no volver a cometer el mismo error y pensar que de cierta forma vale la pena revisar qué se leerá bajo ciertas circunstancias.

Aunque a mí no me dio risa remembrar el mal momento, a mis amigos les robó una carcajada, supongo que el imaginarme enclaustrado, arrinconado y tembloroso leyendo a Ellroy y después caminar por la ciudad como provinciano ingenuo, tuvo algo de irónico. La discusión no llegó a puerto en particular, pero la reflexión que me quedó es la de que a veces vale la pena tener cuidado con los libros respecto a no dar por hecho que cualquiera entrará a nuestras mentes como mantequilla en pan, es tanto el mito del placer de la lectura que podemos confiarnos con riesgo a ser traicionados por nuestros propios placeres. Tampoco quiero decir que existan libros para temporadas particulares, más bien quiero pensar que hay tiempos designados por alguna especie de dios lector para que nuestras manos estén firmes al tomar un libro.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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