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#LibrosAlDesnudo: ¿Leer te hace más tonto?

Por: Jafet Gallardo 20 Ene 2020
  #LibrosAlDesnudo Por Jaime Garba @jaimegarba Antes de que me crucifiquen continúen leyendo. Afirmo también que no es uno de […]
#LibrosAlDesnudo: ¿Leer te hace más tonto?
TONTOS

 

#LibrosAlDesnudo

Por Jaime Garba

@jaimegarba

Antes de que me crucifiquen continúen leyendo. Afirmo también que no es uno de esos títulos engañosos que están ahora tan de moda. No. Es una pregunta seria y legítima que parte del siguiente experimento. Cuando estudiaba psicología, la tesis de uno de mis compañeros llamada “Detrimento cognitivo causado por la música de banda”, planteaba la hipótesis de que este género musical reducía la inteligencia. Entre sus muchos argumentos había dos claves: 1.- Que el sonido de la banda, el estruendo de la tambora y los instrumentos de viento, aunado a las voces rasposas de sus intérpretes causaba una especie de atrofia en el lóbulo frontal. 2. Que la letra de las canciones, sin lógica, sin estructura gramatical y no sólo sin propuesta narrativa sino atentando contra toda ley de la escritura (“Me la rifo en el Califas con mis compas malandrines, soy chaka de Cualiacán, los pesados pa´ los bisnes, yo ando con gente maciza, no me empalmo con balines” Chaka de Culiacán, Lupillo Rivera), causaba un trastorno lingüístico en el escucha, lo que aunado al punto uno, provocaba una notable disminución en las capacidades cognitivas. Su tesis estaba bien hecha, aunque por el perfil que le dio cayó en el juicio ofensivo y, siento que debido a que los maestros gustaban de esta música, terminó modificándola una y otra vez hasta que desertó, no sin antes por orgullo, querer demostrar que tenía razón, clavándose un mes escuchando única y exclusivamente música de Lupillo Rivera, Valentín Elizalde, de la Arrolladora, Banda Machos, y cuantos grupos existían en aquel entonces. Se le observaba al pobre en clase, en receso, por la calle, en cualquier lado, con los audífonos y una mueca de disgusto que cesó parcialmente al llegar al día 30, donde juraba y perjuraba que era un poco más tonto que antes de la absurda odisea. Por supuesto que a nadie le importó.

Recordando un poco esta premisa, me vino a la cabeza ese interés por demostrar las afectaciones a la psique o al cuerpo por entes externos con los cuales en ocasiones convivimos muy cercanamente. Allí está “Super size me” de Morgan Spurlock, el documental que demuestra lo que le pasa al cuerpo y a la mente cuando se vive un mes de comer exclusivamente en Mc´Donalds; o “Super high me”, un documental parodia del antes citado, que intenta demostrar lo mismo tras estar 30 días sin fumar marihuana y 30 días fumándola.

La ciencia podría demostrar de alguna forma que los postulados antes mencionados tienen o no razón y los por qué, pero el escritor, Juan Domingo Argüelles, fiel defensor del derecho a leer y a no leer, me mataría si pretendiera hacer algo similar con la lectura, sobre todo después de tantas obras pregonando el leer como goce y firmando con sangre que leer no te hace mejor ni peor persona. ¿Pero qué tal más inteligente o más tonto?

Curioso como soy, hace un par de meses que me paseaban estos pensamientos decidí lanzarme al ruedo, y para ello solicité la colaboración de una persona cuya identidad por obvias razones mantendré en el anonimato. “X” es doctor en filología, tiene 35 años, es profesor de literatura en una reconocida universidad y dice leer diez libros al mes, entre novelas, ensayos y otros géneros, además de jactarse de leer diariamente tres diarios nacionales y uno internacional. A pregunta expresa dice no concebir sus días sin leer. La propuesta no era que dejara de hacerlo, sino que durante un mes leyera toda la literatura light (lo que sea que esto quiera decir) que pudiera, tratando de demostrar si existía o no una diferencia cognitiva. Entre la lista estaban los siguientes títulos: “Volando sobre el pantano”, de Carlos C. Sánchez; “Quiúbole con…”, de Jordi Rosado y Gaby Vargas; “ABC para rejuvenecer”, de Lupita Jones; “Cañitas”, de Carlos Trejo; “Bajo la misma estrella”, de John Green; y “Crepúsculo”, de Sthepenie Meyer.

 Me costó un poco de trabajo conseguir los libros, y cada que obtenía uno lo guardaba en una bolsa negra, como quien esconde algo malo o peligroso. Sus espíritus me hacían sentir extraño y se los entregué lo más pronto posible. Con un desdén intelectual mi conejillo de indias los tomó seguro de que aquello sería pan comido. La consigna era clara: no leer nada más que estos libros, no diarios, no novelas o textos de otro tipo, nada, absolutamente nada.

 Todavía no pasaba ni una semana cuando recibí la llamada. “X”, desesperado manifestaba que a diferencia de lo que pensaba sentía estragos en su cabeza, por lo cual declinaba a seguir, ya no soportaba más esos pensamientos intrascendentes y esa forma superficial de narrar. “No, ya no puedo, siento que me estoy volviendo tonto”. Sin manera de convencerlo para continuar lo dejé retirarse y fui por los libros. Ya en casa, la bolsa negra frente a mí me susurraba que la abriera: “anda, léenos, no temas”. –¡Qué diablos”- pensé, no tenía nada mejor que hacer así que decidí continuar yo con el experimento. Tras tres semanas de intensa y metódica lectura terminé cinco libros. ¿Qué pasó? ¿Me volví más tonto de lo que ya era? Quizá. Pero cosa curiosa sucedió, durante esa semana no conversé con amigos sobre los libros del canon o los escritores de moda, no me dieron ganas de opinar sobre política o los problemas del país, y no pretendí formar parte de los intelectualoides sabiondos que critican absolutamente todo. O sea, el mundo siguió girando sin mí. Por el contrario, más de alguna página me pareció divertida, algún capítulo me dijo algo que se anidó en mi memoria, comprendí pues que la estupidez humana se da cuando uno se propone estigmatizar contenidos y sacralizar otros, nos volvemos tontos en el momento del prejuicio y del disgusto anticipado, sólo así; de otra manera que cada quien lea lo que quiera, ya habrá formas mejores de demostrar las muchas o pocas virtudes intelectuales de la humanidad.

         Por favor, no intente en casa nada de lo que leyó aquí.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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