LIBROS AL DESNUDO: EL (NO) ESCRIBIR

Por Jaime Garba @jaimegarba

No sé por qué escribir desde hace semanas me ha sido complicado. Escribir no en sentido estricto, pues mis columnas, mis ideas y otras palabras han salido (eso sí, breves) bajo las circunstancias correspondientes, mas sin ser meditadas o presentándoseme la problemática de la hoja en blanco, o mejor dicho: la mente en blanco. Palabras hay en mí todo el tiempo, de eso no hay duda, pero no siempre en la voz adecuada, a veces son los demonios hablando, las memorias olvidadas, las nostalgias dolorosas. Hay palabras danzando, formando oraciones, párrafos enteros entre mis sesos, conexiones neurológicas y sangre, pero que ante la ligera idea de trasladarlas al papel huyen despavoridas para ocultarse en algún recoveco de mi cabeza.

He visto bastantes videos y leído muchos artículos de escritores hablando sobre sus rutinas de escritura, sobre cómo los ha convertido en personajes disciplinados, entendiendo nosotros los lectores por qué la mayoría tiene obras poderosas y con una arquitectura sólida, imposible de derrumbar. Lo he intentado, eso debo dejarlo claro, escribir con disciplina, apegarme a horarios y teclear como quien da primero una lenta pero segura pedaleada en una bicicleta estática y en segundos se ve girando la estrella a gran velocidad por la fuerza casi inconsciente de sus piernas; así es como en múltiples ocasiones (como en este preciso momento) después de los primeros movimientos de mis dedos, una torrente de ideas inunda mi cerebro y arrastra las palabras hasta dejarlas aquí, y las miro sin pudor, más bien con la rabia del padre que sabe qué es mejor para sus hijos, y les digo que aquí pertenecen, a la pantalla, al papel, al escrutinio público. Sin embargo esto que cuento no se ha vuelto ley, más bien milagros esporádicos que mayormente escasean, dejando encima del gozo de la escritura, una cruel derrota, la derrota del autor que depende de musas, ideas, de ganas físicas para mover los brazos y postrarlos sobre el escritorio para levantarse de la muerte como Lázaro y andar hacia la luz de la literatura. En ocasiones con serenidad les digo (a las palabras) que podrían ser admiradas; inclusive, en el mejor de los casos y con un poco de suerte, convertirse en representación de grandes ideas, detonadoras de importantes revoluciones personales y colectivas. Trato, porque confío en ello, de transmitirles el hecho de que son necesarias en este plano. Quien no escribe se lleva a la tumba novelas enteras, diálogos inauditos, imágenes mentales jamás retratadas ni por el más diestro de los artistas; arquetipos novedosos, historias únicas… Quien no escribe niega a la humanidad la posibilidad de dotar a esa realidad a veces tan funesta, de una respiración vigorosa que nos permita soportar la vida por otros tantos siglos sin la signada derrota en la frente o las ganas de colgarnos de un árbol de manzanos. ¿Qué seríamos los hombres sin la palabra, sin el ritmo a veces vertiginoso, otrora romántico, inclusive violento de la literatura? Nada. Porque todo es literatura. Al diablo aquellas concepciones heroicas que a nadie ya impresionan, abajo la República de las Letras en la que sólo quieren vivir los que anhelan el reconocimiento y la dictadura de los cánones, alimento de imbéciles y barrera invisible de la verdad. Al carajo quien ante lo evidente, no crea que fuimos dotados de voz para cual alquimista, transformarla en palabra escrita, que dicho sea de paso, es más inmortal que cualquier dios.