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“Los que fuimos a Avándaro, ni sabíamos dónde estaba”: 50 años

Por: Arturo J. Flores 09 Sep 2021
“Los que se emborracharon fueron los más escandalosos, pero la mayoría estábamos tumbados en el piso, escuchando. No hubo orgías ni nada de eso. Cerca de donde acampamos mi amigo y yo, había unas zanjas llenas de lodo y a veces la banda se caía y los demás los agarraban de cotorreo. Ese era nuestro relajo”.
“Los que fuimos a Avándaro, ni sabíamos dónde estaba”: 50 años

“El rock en ese tiempo era como el reggaetón hoy. Había quien se escandalizaba, pero tampoco era para tanto. Inclusive los policías, que eran los más gandallas, no pasaban de insultarnos: ¡pinche maricón, pinche marihuano!”.

El que habla es Javier Hernández Chelico. Periodista que durante varias décadas ha dejado ríos de palabras lo mismo en revistas decanas como Conecte, que en su columna “En el Chopo”, impresa en las páginas de La Jornada.

Platicamos a propósito del 50 aniversario del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. Celebrado el 11 y 12 de septiembre de 1971, además de un parteaguas de la historia rockera de nuestro país, es también depositario de múltiples leyendas y mitos.

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Javier celebró su cumpleaños número 17 en Avándaro. Como la mayoría de los jóvenes había dejado crecer su cabello y usaba pantalones acampanados con franjas de colores. Era un hippie. Jipiteca, como los definió Enrique Marroquín. Aún no comenzaba la carrera de Ingeniería Civil para dejarla inconclusa e incorporarse como reportero y fotógrafo a Conecte al mando del legendario José Luis Pluma.

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Chelico (sup. izq.) celebró su cumpleaños número 17 en Avándaro. Como la mayoría de los jóvenes había dejado crecer su cabello y usaba pantalones acampanados con franjas de colores.

Pero Chelico ya era un ávido lector de México Canta, publicación dirigida por Carlos Baca. El mismo que impartió una clase de yoga en Avándaro. Fue en las páginas de la revista donde se enteró que se realizaría una carrera de autos con la presencia de grupos de rock en un asentamiento del Estado de México enclavado a la orilla de un lago.

“Yo creo que el 90% de quienes fuimos a Avándaro, no sabíamos dónde estaba Avándaro. La palabra ni siquiera se conocía. Pensábamos en llegar a Valle de Bravo y desde ahí, preguntar. Pero no fue necesario hacerlo porque la peregrinación nos fue llevando”.

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Rock a 25 pesitos

Eran tiempos sin Ticketmaster ni early bird. Chelico y su amigo compraron sus boletos en la distribuidora automotriz Automex  a 25 pesos cada uno. Era lo que costaba una entrada a los famosos hoyos funky, de los que Parménides García Saldaña dijo que eran “macizos, pesados y groseros”.

Nuestro entrevistado recuerda: “Pagábamos 25 pesos por entrar al Chicago o al Azul y Oro y una revista de rock costaba 5 pesos. Como dicen los señores de mi edad: entonces el dinero sí lucía”.

Aunque se ha popularizado la versión de que antes de Avándaro no existían los conciertos en México, de acuerdo con Chelico esto no es completamente cierto. En 1970, los californianos de Canned Heat se presentaron en Ciudad Universitaria. Ahí estuvo también el protagonista de este relato.

“Pero los mismos grupos han dicho que antes de Avándaro, nunca habían visto más de 5,000 personas reunidas”, dice. “Honestamente cuando vimos la publicidad en las páginas de México Canta, pensamos que Avándaro sería un festival más”.

A su amigo le habían regalado un automóvil como premio por haberse graduado de arquitecto. A bordo de él los dos agarraron carretera. A Chelico le viene a la cabeza el titular de El Sol de México. Un escandaloso “Huele a marihuana”.

Aunque dice que es falso que se vieran concentraciones juveniles antes de arribar a Valle de Bravo. Ahí dejaron encargado el carro hace 50 años y caminaron más de una hora hasta donde tenia el lugar el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro para atestiguar las actuaciones de Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls In My Mind.

 

Los encuerados de Avándaro

Le tocó ser partícipe de la historia con todo y sus leyendas urbanas.

¿Hubo drogas y alcohol? Sí, dice, marihuana principalmente.

“Los que se emborracharon fueron los más escandalosos, pero la mayoría estábamos tumbados en el piso, escuchando. No hubo orgías ni nada de eso. Cerca de donde acampamos mi amigo y yo, había unas zanjas llenas de lodo y a veces la banda se caía y los demás los agarraban de cotorreo. Ese era nuestro relajo”.

El sonido era pésimo. Así que nadie estaba “apreciando” la música. La comida y la bebida que se vendió se terminó antes de que comenzara en forma el festival, pero la mayoría de los asistentes llevaba itacate. Chelico y su acompañante se aprovisionaron de sándwiches, manzanas y hasta un litro de leche.

¿Y qué hay de la famosa encuerada de Avándaro a la que El Tri le escribió una canción?  Ya Federico Rubli aclaró durante su participación en el Seminario de Periodismo Rock llevado a cabo en el Multiforo Alicia que la mujer en cuestión fue interrogada por el CISEN, pero Javier Hernández dice que no fue, sino varias las que hace medio siglo se quitaron la ropa y que también hubo múltiples “encuerados”.

“Había varias y varios, pero nadie se detenía a verlos, quizá porque en ese tiempo siempre que llegábamos a un pueblo, nos gustaba bañarnos sin ropa en los ríos”.

La mentada de la discordia

Cuenta la leyenda que fue una mentada de madre. En el audio que existe en YouTube sólo escucha  el vocalista de Peace and Love Ricardo Ochoa gritar: “¡chin, chin.. el que no cante!”. Dicen que cuando su voz resonó durante la transmisión que Radio Juventud realizaba desde el festival, cortaron la señal.

Chelico no tiene una memoria precisa del episodio. No porque no hubiera sucedido, sino porque como ya se dijo el audio era pésimo. Imposible para satisfacer las necesidades de 150,000 personas, que es uno de los cálculos más modestos de asistencia a Avándaro.

“Lo dijo, porque Ricardo siempre lo decía en todas sus tocadas. Alejandro Lora también ya soltaba muchas leperadas. Igual que Caifanes siempre cierra sus toquines con ´La Negra Tomasa´ siempre, Peace and Love lo hacía con ‘Marihuana’. En Avándaro  veces no sabías ni quién estaba tocando porque el equipo estaba del nabo, pero se oían las arengas y te trepabas. Escuchabas a Armando Nava gritando ‘Avándaro, Avándaro…´y lo cantabas”.

Añade, entusiasmado: “’Marihuana’ era un himno generacional. Todos lo cantábamos aunque no habláramos inglés, porque tenía partes que decían: ‘I like marihuana, you like marihuana’. Lo que sí recuerdo es que cuando iban a tocar Los Yaki se fue la luz y dicen que el baterista tuvo que improvisar un solo para aplacar la juventud. También hubo un conato de incendio que los mismos chavos se encargaron de apagar”.

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Cámara y no nos retratamos

Así continuaron los grupos durante la noche hasta que Three Souls In My Mind cerró la jornada. Javier y su amigo se levantaron temprano y volvieron caminando a Valle de Bravo con la intención de desayunar.

“Pero no había nada. En las tiendas no quedaba ni un gansito”, rememora.

Volvió entonces a la Ciudad de México, entonces llamado Distrito Federal, para comer con su familia como cualquier otro domingo.

Sin la inmediatez de las redes sociales, los encabezados sensacionalistas de los periódicos comenzarían a salir hasta el lunes. Pero sería con el paso de los años que Chelico y gran parte de los asistentes al Festival de Rock y Ruedas de Avándaro comprenderían el peso histórico de la celebración de la que habían sido parte.

“De las personas que fuimos a Avándaro y que yo conocía, ya todos pasaron a mejor vida. Es decir, viven jubilados y con sus nietos. Todos, menos yo. Yo no puedo cantar la de ‘When I’m 64’ de los Beatles”, bromea el que más adelante se volvería reportero de la legendaria revista Conecte.

—¿No tienes fotografías de Avándaro?

—No, no tenía cámara. Mi cuate sí y le dije que se la llevara, pero él me dijo: ‘¡Cómo crees! ¡Habrá mucha gente!’. Ya después nos arrepentimos…

50 años después.

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