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Así es una noche en Casa Swinger

Por: Arturo J. Flores 18 Ago 2022
Nos dicen que también es su primera vez y que les gustaría proponernos algo. —Dale a ella por atrás mientras me la chupa. Nos sentimos honrados, pero le respondemos que esta noche sólo hemos venido a mirar esta Disneylandia del sexo. De cualquier forma en pocos minutos nos damos cuenta que encontraron con quién hacer realidad su fantasía.
Así es una noche en Casa Swinger

En mi cabeza suena “El País de la Lujuria”. Específicamente la parte en la que Rosa Adame canta: “me recibió una mujer desnuda”. Mi acompañante y yo subimos las escaleras y buscamos acomodo en la sala principal de Casa Swinger. El viejo sillón plastificado de color rojo rechina cuando nos sentamos. Pareciera que expulsó un quejido que se quedó atorado la última vez que alguien cogió encima de él.

¿Qué sucede en una fiesta swinger?

Eso pudo haber sido ayer. Porque Casa Swinger abre cuatro de los seis días que tiene la semana. La primera vez que le pregunté a una pareja de amigos aficionados al intercambio de parejas qué tan a menudo tenían interacción cuando iba a una fiesta, me respondieron con una palabra:

—Siempre.

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La anfitriona de voz chillona lleva las tetas al aire. Pero cuando en el cuento de Poe “La carta robada”, nadie la observa. Despojada de un escote, cuando la sugerencia es reemplazada por la explícita exhibición, pareciera que se vacunó contra las miradas. La escuchamos charlar con el tipo regordete que minutos después subirá a la pista de baile para darnos la bienvenida. Conversan despreocupadamente.

Parecen dos compañeros de oficina que un lunes por la mañana se preguntan qué hicieron el fin de semana mientras toman el primer café delante de la máquina expendedora de golosinas.

Conoce las Reglas de Oro del Swinger

Vanilla Ice

Es temprano. Aún restan sitios desocupados en la asamblea. Mi compañera y yo convenimos realizar una vuelta de reconocimiento. Casa Swinger es una construcción de dos pisos cuyas paredes han sido mudos testigos de memorables actos lúbricos.

Afuera luce como un negocio cualquiera con la cortina bajada. La inunda un aire secreto y misterioso. De no ser por los empleados de seguridad que se recargan en la entrada, uno pensaría que está cerrado. Pero es porque llegamos muy temprano a hacer fotografías con la casa vacía. Por la noche la vista es diferente: la de un bar o club.

Desde hace una década ha servido como madriguera de quienes descreen de la sexualidad “vainilla”. Así se denomina a quienes mantienen un vínculo sexual monógamo y exclusivo, porque son quienes cada vez que contemplan el vasto menú de sabores de una heladería, eligen siempre el de vainilla.

Algo de subversivo tiene el mundo swinger, porque además del intercambio de parejas y las posibles combinaciones que contempla el engranaje sexual, como el trío HMH, MHM y las orgías, enarbola el acuerdo como bandera. Porque más adelante, cuando la fiesta comience, el calvo maestro de ceremonias lo repetirá varias veces: “la regla número uno es no es no y no se presenta por qué”.

Las cosas aquí se hacen a escondidas del mundo, pero con la venia de tu pareja.

¿Estás listo para una relación abierta?

Habría de comprobarlo cuando me tocó ver de cerca un “encuentro”. Con ese eufemismo, como si los swingers buscaran todo el tiempo hasta dar con su hallazgo, se refieren al acto sexual.

Nadie coge, pero la mayoría tienen encuentros.

El muro del dragón tatuado

El paseo comienza en el cuarto oscuro. En el centro de una habitación sin techo se exhibe un colchón king size. Alrededor se disponen sillones individuales de polipiel en rojo y negro. Sirven para realizar el coito en posiciones más cómodas o sencillamente para observar y masturbarse.

A un costado de la habitación se encaja una cabina en la que a duras penas cabe una pareja. Pero en los muros hay agujeros para que los voyeurs se den vuelo.

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También hay una pecera (un cuarto con muros de cristal en el que también se acomodó una cama matrimonial de polipiel), un cuarto oscuro con glory holes (hoyitos por el que se puede introducir el pene para quienes estén dentro lo toquen o lo succionen) y en la planta alta, además de la pista de baile con piso a cuadros, un mirador que da a la habitación sin techo y unas regaderas. También un dragón dibujado en la pared. El símbolo de Casa Swinger.

Fotografías de Kenia López

Erecciones vemos, éxtasis no sabemos

Casa Swinger abre de miércoles a sábado. Las cuotas para parejas y singles (hombres solos) varían de acuerdo con la temática. Cada noche hay distintas.

En este momento son las seis de la mitad cualquiera de una semana cualquiera y la fiesta está a punto de comenzar. Un maestro de ceremonias con la voz de un ermitaño que habita en una caverna, el calvo que platicaba con la chica de los pechos al aire, nos saluda. Tira algunos chistes regulares que arrancan sonrisas, pero no carcajadas. Luego de unos minutos de charla, presenta a Comando, el stripper y anfitrión, que todas las noches cambia de personaje. Hoy se vista de policía. Con su largo brazo de la ley invita a una de las chicas, una joven delgada con anteojos de pasta, para que lo acompañe en la pista. Después le mostrará algo más largo.

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El muchacho que la abraza levanta la mano para que ella pueda responder a la convocatoria. Comando le pide que tome asiento en el colchón que hay encima de la pista y comienza a contonearse delante de ella mientras el DJ, en este caso el calvo de los chistes que no caen, deja escapar por las bocinas una canción de Aerosmith que nos recuerda la vez que un meteorito estuvo a punto de estrellarse contra la Tierra.

“Recostado junto a ti, sintiendo el latido de tu corazón, me pregunto qué estarás soñando”, grita Steven Tyler mientras Comando se deshace de la última prenda. Es inevitable voltear a ver su erección. La misma que restriega contra la ropa interior de la voluntaria, que se dejó levantar la falda hasta el ombligo. Los minutos de la canción transcurren lentos. Casi podría decir que se escurren como sudor por estas paredes.

Con morbo volteo a mirar al que pienso que es novio de la de anteojos. Observa estoico, tal vez complacido. Cruza la pierna derecha por encima de la izquierda, así que no es posible comprobar su excitación. Pero no le quita los ojos de encima al espectáculo. Entre los presentes hay quienes dejan en claro que mirar los estimula. Una mujer ya se deshizo de la blusa y permite que su compañero le succione los pechos. Otra desliza su mano derecha hasta la bragueta de su compañero.

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Masturbarse los unos a los otros

La canción termina sin que Comando, que ya se había puesto un condón, penetre a la joven. La acompaña hasta su sitio con la cordialidad de quien la hubiera sacado a bailar.

Ahora es el turno de la stripper. La mujer se ahorra la batalla de desnudarse porque desde que llegamos a Casa Swinger sólo una tanga negra la salva de no traer nada encima.

Selecciona a una pareja también joven y los invita a protagonizar junto a ella el próximo show. Recuesta al tipo en el sillón y se deja caer sobre su regazo. Comienza a mover las nalgas hasta que comprueba que al muchacho se le agolpó la sangre en los genitales. Le permite a él pellizcarle los pezones. Entonces empieza a cachondearse con la chica para que él pueda disfrutar de la vista. Después la invita a subirse encima suyo y se deja caer para atrás, de manera que el emparedado humano se sella, convirtiendo a los novios en panes y a la stripper en rebanada de jamón. Los tres se restriegan al ritmo de otra balada, esta vez de George Michael.

Ahora que estás en una orgía, ¿qué debes hacer?

Los shows tienen por objetivo calentar el ambiente. Una hora después de comenzados la misión se pueda dar por cumplida. La gente hierve. Pero antes de iniciar con los encuentros, las orgías, los intercambios, los besos, las chupadas, las mordidas, los atisbos, los gemidos, los orgasmos, las lamidas, los coqueteos, los roces, los sentones, las nalgadas y las caricias. Porque en medio de estas paredes, que de acuerdo con una manta colgada en la planta baja tiene la figura de Asociación Civil, como en la guerra todo se vale.

Pero antes el DJ y maestro de ceremonias le pide a Comando que una vez tome el micrófono inalámbrico, esta vez para recordarnos cuáles son las reglas del mundo swinger.

—Número uno: el no es no y no se pregunta por qué.

Aunque para las mentes conservadoras celebraciones como estas pudieran representar un culto al desenfreno, la realidad es que en el ambiente swinger el consenso es la moneda de cambio.

—Número dos: está bien beber, pero sin malcopear.

Porque hay barra libre y uno puede echarse unos tequilas para darse valor, pero no significa que vaya por ahí dando tumbos.

—Número tres: no grabar.

Hasta medicinal resulta despegarse un rato del teléfono. Porque es primordial que se sepa que lo que sucede en Casa Swinger, igual que en Las Vegas se queda en Casa Swinger.

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Queen of spades

Por último, se convoca a elegir a la Reina del Gang Bang. Todas las noches de miércoles se invita a una visitante a romper el récord de hombres con los que se tiene sexo en una misma noche. La marca impuesta es de 27. Si alguna la bate, se hace acreedora a una membresía anual de ingreso a Casa Swinger. Esta noche una de las asistentes elige a cinco hombres “para empezar” y se los lleva al cuarto sin techo.

Una vez aclaradas las reglas, la música suena más fuerte y se da el banderazo de salida. Algunas parejas se levantan para bailar. Unos desnudos y otros no. La letra de la canción de Grupo Niche suena paradigmática: “Una aventura es más bonita, sino miramos el tiempo en el reloj”. Aquí, como en los casinos, no hay relojes ni ventanas.

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Mi compañera y yo bajamos a explorar otra vez la planta baja. Antes nos asomamos por el mirador a donde la candidata a Reina del Gang Bang comienza a grabar marcas en la cacha de su revólver. Desde aquí se le observa pasar de la cama a los sillones, de colocarse de perrito a dejarse hacer en posición de misionero. De poner a prueba la fuerza de sus muslos cuando se trata de completar 3 decenas de sentadillas para entubarse.

Propuesta indecorosa

La Casa Swinger cobra una nueva vida cuando está llena. La gente circula. Entra y sale de las habitaciones. Quizá una de las escenas más singulares que atestiguamos es la de una mujer sin ropa, pero con cubrebocas, que se apoya suavemente en uno de los colchones, con el culo en contrapicada, para que la fila de varones a sus espaldas se turne para sumergirse en su anatomía. Su marido, también de cubrebocas, contempla la escena con agrado.

—Disculpa, ¿son nuevos aquí? —nos pregunta una pareja, arrancándonos de nuestro arrobamiento.

Nos dicen que también es su primera vez y que les gustaría proponernos algo.

—Dale a ella por atrás mientras me la chupa.

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Nos sentimos honrados, pero le respondemos que esta noche sólo hemos venido a mirar esta Disneylandia del sexo. De cualquier forma en pocos minutos nos damos cuenta que encontraron con quién hacer realidad su fantasía.

Encontramos a Comando acodado en la barra y comenzamos a charlar. Nos cuenta que llegó como stripper una noche y se quedó a trabajar de planta. Su novia también se dedica a lo mismo. Muy pronto actuarán juntos, apenas consigan a un tercero, para hacer un show de doble penetración.

Pasada la medianoche, poco a poco las parejas se comienzan a vestir y a despedir. Ahí en la calle unas vidas que tienen que ser vividas en las que cada una pone cara de persona “normal”, con las comillas puestas con ahínco.

Mi acompañante y yo también nos despedimos. En la calle nos encontramos a la chica de lentes de pasta y su novio. Tomados de la mano se alejan rumbo a la avenida.

Vuelve a mi cabeza la canción de La Lupita. Unos versos suyos resumen la experiencia swinger:

“Y me llevó por los caminos de deseo, por muchas caras y por muchos cuerpos, pero es a ti a quien yo siempre quiero. Bienvenida al País de la Lujuria”.

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