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Las tres muertes de Gustavo Cerati

Por: Arturo Flores 11 Ago 2020
Sírvales de consuelo que será por ustedes que Gustavo Cerati no experimentará una tercera muerte, a la que casi todos seguro nos ha de llegar: la del olvido.
Las tres muertes de Gustavo Cerati
EL 4 DE SEPTIEMBRE DE 2014, LUEGO DE CUATRO AñOS DE PERMANECER EN COMA, CERATI MURIó POR SEGUNDA VEZ. DEJó DE SER, POR FIN, UN CUERPO MUERTO ATADO A UN LEGADO MUSICAL VIVO.

Nunca antes una estrella de rock mantuvo a sus fans en un amargo paréntesis en el que no sabían si celebrar su legado u honrarlo por una muerte que no llegaba.

Todas las estrellas de rock han de morir tarde o temprano. Gustavo Cerati debe ser la primera que lo hizo dos veces. Su muerte inicial tuvo lugar el 15 de mayo de 2010, al poco tiempo de bajar del escenario del campo de futbol de la Universidad Simón Bolívar en Caracas, Venezuela. Si bien entonces seguía respirando, hace mucho más que meterse oxígeno por la nariz no alcanza para considerar que un ser humano uno está vivo. A partir de él, las palabras “accidente cerebrovascular” se volvieron de uso común.

El celebre poeta español Ramón Sampedro, a quien Javier Bardem interpretó en la película “Mar adentro” (2004), se refirió a sí mismo en muchos momentos como “una cabeza viva pegada a un cuerpo muerto”. Sampedro estaba cuadrapléjico desde los 25 años, postrado en la cama. Fue hasta los 55, coincidentemente la misma edad a la que el ex vocalista de Soda Stereo dejó de existir, cuando el español consiguió terminar con su agonía. Ayudado por su amiga Ramona Maneiro, se envenenó con cianuro.

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El 4 de septiembre de 2014, luego de cuatro años de permanecer en coma, Cerati murió por segunda vez. Dejó de ser, por fin, un cuerpo muerto atado a un legado musical vivo.

El objetivo de estas líneas no radica en analizar la importancia o trascendencia de esa herencia artística, contenida en los 7 discos que lanzó junto a Soda Stereo y sus 5 trabajos como solista, además de otras colaboraciones, experimentos sonoros, incursiones como productor, duetos y cameos; de todo eso se han ocupado otros con mucho mayor rigor y se seguirán derramando ríos de tinta, por más que esta frase hecha sea una metáfora a la que la modernidad rebasó.

Lo que más me llamó la atención acerca de la desaparición física del autor de “Crimen” fue las reacciones que provocó dentro de las redes sociales, pletóricas de sentimentalismo por parte de sus genuinos fans from hell pero también de un luto histriónico guardado por quienes no conocían otra canción que no fuera “Música ligera”. Quizá se debe a que sea la primera estrella de rock que fallece en un contexto tan particular. Estábamos acostumbrados a que nuestros músicos se volaran la cabeza, se metieran una sobredosis de heroína o fallecieran en medio de un avionazo o a manos de un fanático desquiciado que los acribillara después de pedirles un autógrafo.
Si además cumplían con la máxima de James Dean de morirse jóvenes para tener un cadáver hermoso, mucho mejor.

Ahora podemos decir –y Amy Winehouse no me dejará mentir– que un mártir del rock siempre tendrá un meme hermoso.

Entre el paréntesis y el punto final

Lo que diferencia a Cerati de Cobain, de Lennon, Boddy Holly, Amy Winehouse, Morrison y cualquier apellido que les venga a la mente tiene mucho más que ver con un signo de puntuación que con la mística de su tragedia. Mientras los antes mencionados pusieron (o se les puso un tercero) punto final a su existencia, Cerati se mantuvo atrapado en un larguísimo paréntesis que sumió a su vez a los fanáticos en un desconcertante limbo.

Para los melómanos existen dos maneras de recordar a sus héroes musicales: con eufórica alegría cuando se conmemora un año más de lanzado su mejor álbum; o bien, con infinita tristeza cada vez que se recuerda el día de su muerte. A quienes el bip-bip de la maquinita respiradora les recordaba que Gustavo se mantenía con un pie en este mundo y otro en el más allá, cada 15 de mayo les asaltaba la desconcertante sensación de tener que celebrar algo.

Debían sentirse como los parientes de los pasajeros del 370 de Malaysia Airlines, quienes jamás conocieron el paradero de sus seres queridos. Los fans de Cerati experimentaban la obligación de mantener una ilusa esperanza por que el músico se levantara y anduviera, ensombrecida por la rotunda certeza de que aún si eso sucediera, los médicos habían advertido que el daño cerebral no le permitiría volvier a tocar. Parafraseando a García Márquez, la de Cerati fue la crónica de una muerte anunciada que no atrevía a ocurrir.

Palabra de buitre

No olvido el día en que me enteré que Kurt Cobain se suicidó. Había vuelto después de una semana de vacaciones en Mazatlán junto a unos amigos de la secundaria cuando mi madre, conocedora de mi fanatismo por Nirvana, me dejó encima de la almohada el recorte de periódico donde escuetamente se informaba que un electricista había encontrado su cuerpo sin vida.

Eran otros tiempos. La inexistencia de Internet me obligó a enterarme de su muerte muchos días después de que Cobain fuera sepultado. Los periódicos, aún no tan avezados en su vocación de buitres, no estaban preparados para dar la noticia con extensas biografías pre escritas a las que sólo les faltaba llenar el espacio de la fecha, como sí le pasó a Cerati. Vaya, hasta su página en Wikipedia demoró sólo un momento en actualizarse. Tampoco había la manera de compartir videos, frases de canciones y fotografías con la rapidez que brinda Facebook. Entonces las plañideras del rock nos conformábamos con encender una veladora en la sala mientras colocábamos un disco de nuestra estrella apagada y destapábamos una cerveza para brindar en su honor. Morirse en el siglo XXI ofrece muchas ventajas para pasar a la posteridad.

Mi primer pensamiento cuando me enteré del fallecimiento de Cobain fue: “puta madre, ¡ahora nunca lo vendrá a México!”. Pocos de quienes seguían a Cerati, por fortuna, se quedaron con ganas de escucharlo en vivo.

Quizá por eso me sorprendió en primera instancia el dolor que muchos dijeron manifestar cuando falleció Gustavo. La tecnología y sus redes sociales crearon una falsa percepción de cercanía y familiaridad. Todos estábamos (o creíamos estar) tan enterados del estado de salud del argentino como si aguardáramos por conocer el parte médico de alguna tía en la sala de espera de un hospital del Seguro Social.

Yo entrevisté a Cerati

Mientras estoy escribo escucho a Cerati en Spotify, a la que él ya no pudo conocer en su máximo esplendor. Suena coincidentemente el tema “Adiós”, del disco “Ahí vamos” (2006). Como tengo puestos los audífonos pareciera que me canta al oído la frase: “poder decir adiós es crecer”.

Sírvales de consuelo que será por ustedes que Gustavo Cerati no experimentará una tercera muerte, a la que casi todos seguro nos ha de llegar: la del olvido.

 

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