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Nada personal | Cerati, siempre seremos prófugos

Por: Jafet Gallardo 12 Nov 2014
Este es uno de los cuentos que conforman el libro Cerati, siempre seremos prófugos. Un ejercicio de ficción a partir […]
Nada personal | Cerati, siempre seremos prófugos

Este es uno de los cuentos que conforman el libro Cerati, siempre seremos prófugos. Un ejercicio de ficción a partir de las canciones del músico argentino.

Por Paola Tinoco (@paolatinoco)

Mientras cambiaba mis ahorros de dólares a pesos argentinos en el aeropuerto de Ezeiza, pensaba en las dos semanas de olvido que iba a disfrutar. No vendría a mi memoria el diario camino hacia la oficina o la malencarada recepcionista. Menos aún la pila de papeles por revisar ni el perro escandaloso de mis vecinos. Sólo no me olvidaría de K, porque arrastraba maletas junto a mí y como yo, pisaba por vez primera Buenos Aires.

*

K me pidió que guardara el secreto: Iba a dejar su vegetarianismo durante los quince días de nuestras vacaciones. No sé porqué pensaba en la decepción de la gente al saber de su devaneo cárnico pero le aseguré que por mí nadie iba a enterarse. A cambio le pedí que no pronunciara la palabra chocotorta, que tenía el mágico efecto de exasperarme. Unos días antes de salir de viaje una amiga porteña la había invitado a probar ese postre y desde ahí, además de pastel, todo lo que había en la boca de K era la odiosa palabrita. Aún no comprendo porqué me irritaba tanto. Quizá se debía a la repetición exagerada, o tal vez fuera que para mí las tortas no son pasteles dulces sino bocadillos salados, preferentemente con chile. De todas formas no pude evitar que me involucrara en su búsqueda del Oui Oui, un restaurante francés minúsculo que aspiraba a parecer una cafetería europea en pleno Palermo. K había anotado en la libreta de viajera que era la mejor pastelería, yo, que servían comida francesa y en realidad el local era tan pequeño que cabía una mesa para cada especialidad. Y yo lo que quería más que comida europea, era uno de esos estupendos choripanes que mis amigos argentinos preparaban de vez en cuando en DF. En los viajes con compañía, sin embargo, hay que ceder a fin de mantener una convivencia armónica, así que cuando K aseguró que el Oui Oui estaba en Palermo dije ¡Magnífico! estamos en el mismo barrio. Lo que no sabía era que se trataba de una demarcación tan grande, incluso estaba dividida en tres secciones: Palermo Hollywood, Palermo Soho y Palermo Viejo. Encontrar el Oui Oui costó 35 cuadras largas y un par de ampollas nuevas en los pies. K me recordó, cuando vio mi molestia, la magnífica chocotorta que íbamos a comer. El cansancio me hizo explotar contra el jodido híbrido lingüístico y contra la propia K, le dije que no volviera a decir esa palabra en mi presencia y lo cambiamos por el pastel de chocolate. Mientras me sobaba los pies, le pedimos al mesero una rebanada de pastel de chocolate y respondió “¡Ah! querés chocotorta”.

*

Andando por Palermo Soho, fotografiaba diversos locales con nombres ingeniosos como “Te mataré Ramírez”, un teatro—restaurante de comida afrodisíaca, “Palito bombón, vestíte”, una tienda de ropa de diseñadores locales, “Crack up” una librería que por fuera parecía tienda de dulces, “No me dejes colgada” tienda de bolsos, etcétera. Un letrero más llamó mi atención: “Maldito frizz”. Se trataba de una peluquería. Mi astigmatismo impidió que pudiera enfocar lo escrito en una cédula color amarillo al lado de dicho letrero. Me acordé de Borges, en algún lugar leí que ese era el único color que distinguía cuando su ceguera ya estaba avanzada, por lo demás veía todo borroso. Me asusté de pensar en que me pasara lo mismo y, para despejar el pensamiento negativo, decidí cruzar la calle y leer de cerca: “En este solario pasó su infancia Jorge Luis Borges en los años…”. Muy bien. Los astígmatas y miopes siempre veremos el letrero del Maldito frizz a lo lejos y probablemente entremos a que nos recorten el fleco o nos hagan un peinado, pero sólo los curiosos sabrán que Borges creció ahí.

*

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Por pedir algo, elegí un pastel de limón y un café espresso cortado. No he de mentir diciendo que era horrible, todo lo contrario, el pastelillo era una delicia pero la caminata inesperada me había dejado de mal humor. Estaba harta de K y la chocotorta que devoraba como si fuera su última comida. Antes de que pidiera la tercera rebanada, le dije que quería volver al departamento. Arrugó la nariz y yo tuve que usar un arma letal para convencerla: saqué una fotografía que tenía en el celular, donde lucía sus regordetes quince años. K pidió la cuenta. El truco de la foto me salió mal porque entonces alegó que debíamos caminar las 35 cuadras para quemar algunas de las calorías de ese grasiento pastel chocolatoso. Me negué rotundamente. K tuvo otro argumento: Prefería caminar a pagar un taxi de 30 pesos argentinos, que al cambio mexicano eran alrededor de 100 pesos. El que convierte no se divierte, le dije. Detuve un coche y agregué que si quería volver caminando lo hiciera sola. Abordó la parte trasera del taxi a regañadientes, pero luego agradeció el descanso. El chofer sintonizaba una estación de radio y de pronto sonó algo familiar.

Comunicación sin emoción

una voz en off con expresión deforme

busco algo que me saque este mareo

busco calor en esa imagen de video

Nada, nada personal

nada, nada personal

—Esa voz me suena mucho, dijo K.

—Es Cerati, “boluda” –respondí imitando a los porteños –esa canción es de los noventa, cuando tú y yo empezábamos a salir sin chaperón a las fiestas.

—Y del ochenta y cuatro —corrigió el chofer. K y yo nos miramos extrañadas por la intromisión.

—¡Ah! Gracias por el dato. Una pena que Cerati siga en coma, dije.

—Es el hombre más asesinado en las redes sociales, constantemente encuentro en el Twitter o Facebook una noticia anunciando su muerte, o que lo desconectaron, o se despertó y volvió al coma.

—¡Qué gente tan irresponsable la que difunde esas noticias! ¡La familia debe estar devastada y esos pibes escribiendo pavadas todo el día en la computadora! –dijo el chofer con una voz aflautada, totalmente escandalizado.

—¡Ah sí! Yo he leído algunas de esas, hay dos buenísimas, “¿Por qué Cerati no contesta el Twitter si está todo el día conectado? Ja ja ja ja y otro: “Si un vegetariano se come a Cerati ¿sigue siendo vegetariano?” –conté yo, tratando de hacerme la simpática. K se reía escandalosamente de mis chistes pero el taxista no. Comenzó a conducir muy rápido, sin hablarnos, se le veía molesto. K y yo nos asustamos pero el trayecto no duró mucho. De pronto frenó en la entrada de un edificio blanco y gris.

—Salgan de mi taxi.

—¿Cómo dice? No hemos llegado aún a…

—Salgan de mi taxi, pelotudas de mierda, mirá que hacer chistes tan crueles de uno de los más grandes músicos de la historia de la Argentina. Para cagarlas a palos.

— Cálmese por favor, sólo era una broma —replicó K y el conductor se bajó del coche para abrir la puerta. Yo salí corriendo por el lado contrario al energúmeno y K me siguió. El hombre arrancó sin siquiera pedirnos el dinero que debíamos pagarle hasta aquél lugar donde nos dejó, la entrada de una clínica. Miramos la cédula en la calle, “Vuelta de Obligado”.

—¿Dónde putas estamos?

—Fue tu culpa, por reírte tan fuerte de mis chistes sobre Cerati.

—¡Mi culpa! ¡Tarada, fuiste tú la que hizo los chistes!… pero eran muy buenos… el de que está conectado todo el día y no contesta el Twitter ¡Jajajaja! Pero mira qué canalla el tipo, nos vino a botar en ¿cómo dicen ellos? “la loma del orto”… Clínica ALCLA —leyó K en la entrada del edificio. Yo miraba la pared de la acera de enfrente. Estaba llena de leyendas y fotografías, papeles escritos a mano. Le hice una seña a K para que nos acercáramos. Cruzamos la calle para leer mejor y pisamos el nombre de Gustavo Cerati, escrito con gis blanco en el asfalto. La pared estaba tapizada de mensajes de apoyo: fotografías de él con la leyenda “despierta” escrita en la frente, “Fuerza familia”, “Fuerza, león”, “Va a ser mejor que te levantes de una vez”, “Flaco, cuando hables con Dios, pedíle que Gustavo se despierte”, “Nuestro niño dormido no se da por vencido”, “Te estamos esperando Gus”, “Toda la música que cuelga, suena por ti”, “Te veremos volver”…. Y así una interminable fila de leyendas cariñosas, de aliento, que me dejaron conmovida. Como si fuera una especie de complot para hacerme sentir mal por los chistes sobre Cerati, escuché las tonadas de una de sus canciones acompañada de un sintetizador. Parecía una pesadilla pero en realidad sólo era un hombre de barba crecida y ropa sucia que tocaba con un teclado en las piernas, sentado en la banqueta.

*

Me metí en la parrilla más mugrosa que encontré porque me dijeron que Palermo era demasiado fashion para que consiguiera un buen choripán. Ordené una botella de vino y el ansiado platillo. Recibí dos vasos gastados de tanto lavarse, el vino en una jarra, un chorizo asado partido por la mitad en un plato despostillado y una cesta de palma con trozos de pan ¿Y cómo es esto? Pregunté a la mesera inocentemente y aquella devolvió la mirada con sorna “¿Querés que te lo prepare?” dijo algo burlona. Iba a contestar que sí pero mejor sonreí como si fuera una obviedad que yo lo iba a preparar.

—Mejor no reclamo nada del choripán, ya ves lo que sucedió con el taxista fanático de Cerati, qué susceptibles son los porteños –le dije a K en voz baja.

—¿No te conmovió todo lo que vimos frente al hospital? La verdad, me dieron ganas de llorar. Toda esa gente escribiendo cosas y esperando a que salga y el ahí, tendido en una cama, sin sentir, sin saber qué pasa afuera.

—Ya vámonos. Tú estás sensible y estos maleducados me han quitado el apetito. Quizá si vamos en taxi alcancemos a ver algo de San Telmo.

Esta vez mi amiga no opuso resistencia. Apenas subir y dar las indicaciones al chofer, K se sintió relajada y se puso a cantar. Le di un codazo para que se callara, me daba vergüenza ajena su voz desgarbada.

—No tiene nada de malo, no nos vamos a meter en problemas ¡Esta canción es de un músico chileno!

Quiero un zoom, anatómico.

quiero el film del secreto.

entre tus labios de plata, y mi acero inolvidable,

quiero un look…look

protagónico…

Igual insistí en que se callara y yo le recordaba lo que acabábamos de ver.

—Qué insensible eres, después de lo que vimos, de los mensajes, del viejecito que tocaba canciones de Cerati afuera del hospital…

—Salgan de mi taxi —dijo el taxista y frenó en la esquina más próxima.

—¿Perdone? ¿Pasa algo con el coche? —pregunté al chofer.

—Son unas ignorantes de mierda, esa canción es de Cerati ¡De Gus—ta—vo Cerati! ¿Qué cantante chileno? ¡Pelotudas!

*

Luego de una larga caminata bajo el sol y cargada de bolsas con cosas inútiles que compré en San Telmo y que, como siempre, terminé obsequiando, encontré el choripán perfecto. Me costó sólo diez pesos argentinos y ME LO DIERON PREPARADO, acompañado de una lata de cerveza Quilmes. K y yo prometimos no volver a mencionar el apellido Cerati o el nombre de Soda Stereo en lo que durara el viaje. Todo transcurrió en paz.


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Rock para leer

Marvin

 

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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