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Lo que Kurt Cobain escribió y no fueron canciones

Por: Arturo Flores 20 Feb 2019
El autor de Smells like teen spirit fue a la vez un escritor que dejó para la posteridad un amplio legado de documentos.
Lo que Kurt Cobain escribió y no fueron canciones

Kurt Cobain decía que el 90 por ciento de sus letras eran absolutamente incomprensibles.

Provenían de fragmentos de viejos poemas, que sacados de contexto perdían su significado. A él siempre le importó más la música que la letra.

Sin embargo, aquellos versos mutilados, combinados con una melodía efectiva, vendieron millones de discos y pusieron a cantar a una generación entera. La misma que cada mes de abril recuerda al líder de Nirvana.

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He’s the one who likes all the pretty songs

Además de compositor, cantante, guitarrista, aspirante a cineasta y artista plástico con una creciente obsesión por dibujar fetos, el autor de Smells like teen spirit fue a la vez un escritor que dejó para la posteridad un amplio legado de documentos. Redactados con la misma mano con la que se inyectaba heroína y jaló el gatillo de su escopeta.

Poemas, sí. Pero también críticas sociales, reflexiones en torno a aquello que incomodaba lo que él mismo definió como “su nauseabundo estómago” y sobre todo, cartas que dirigió con entusiasmo a sus ídolos.

Porque así como Kurt odiaba que sus propios seguidores le pidieran autógrafos y fotografías –menos mal que no le tocó nacer en la edad de oro de la selfie millennial–, él nunca escatimó palabras cuando se trató de expresar su admiración hacia los músicos y escritores que marcaron su vida.

 

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El caso más notable sea el de la misiva que le dirigió el 2 de agosto de 1922 a William Burroughs. Cobain era un lector ávido del norteamericano. Continuamente volvía a su novela Yonqui (¿Cuál otra, si no?) en busca de iluminación. Las palabras que Burroughs derramó en sus páginas rebotaban con insistencia en la cabeza de Kurt, igual que sus canciones en las de sus millones de fanáticos.

Lo que el rockero anhelaba es que su escritor favorito aceptara aparecer crucificado en el video de Heart-Shapped Box, primer sencillo del disco In Utero.

 

 

“Como fan y estudioso de tu obra, realmente apreciaría la oportunidad de trabajar a tu lado”, tecleó Kurt en su maquina. Se mostraba consciente del golpe mediático que eso significaría, porque la prensa trazaría un paralelismo entre el abuso de drogas de su ídolo y el suyo, por lo que le ofreció a Burruoghs la posibilidad de aparecer maquillado en el video y guardar el secreto de su participación.

“Estaría más orgulloso de trabajar con William Burroughs en persona, que de contárselo al público”.

Aunque ambos se conocerían en persona, en octubre del año siguiente, en la cabaña que el escritor tenía en Lawrence-Kansas y compartía con su gato, y que ambos aparecieron en The “Priest” they called him, una singular grabación en el que se mezcló una sesión de lectura dictada por Burroughs con una improvisación de Cobain en la guitarra, al final el autor de El almuerzo desnudo rechazó la propuesta del músico.

Seguramente le rompió el corazón.

 

I’m so happy ‘cause today I find my (imaginary) friends

Además de la carta suicida que dejó tras su muerte, y que le dedicó a Boddah, su célebre amigo imaginario, Kurt inició una relación epistolar con músicos a los que admiraba sinceramente. Aunque algunas de esas misivas nunca fueron entregadas.

Uno de ellos fue Dale Croover, a quien le dirigió un extenso mensaje fechado en 1988 e incluido en el libro póstumo “Diarios”.

 

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Echarle un ojo a la hoja de cuadernos digitalizada, en la que Kurt plasmó el dibujo de una mano (para explicarle a Croover que estuvo “así de cerca de verlo”), tachó palabras de las que se arrepintió y otras las subrayó hasta casi atravesar el papel, para imprimirles mayor intensidad, te corta el aliento.

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Casi como cuando se desgarraba la garganta delante del micrófono.

 

En la carta, le cuenta al integrante de los Melvins que no pudo irlo a ver cuando fueron a la ciudad a tocar, pero que espera que la próxima vez se rompa la maldición. Le da cuenta de cómo algunos ejecutivos de Subpop asistieron a un showcase de Nirvana (“¡Nuestro nombre final y definitivo es NIRVANA!”, anuncia con grandes garabatos) y la forma en que el hombre del dinero cerró el trato que definiría el futuro del grupo: “Estrechó nuestras manos y dijo: ¡wow, muy buen trabajo, chicos! ¡Hagamos un disco! Entonces se apagaron los flashes de las cámaras y la chica de Black Lash (un fanzine de la época) nos dijo: hagamos una entrevista. Claro, ¿por qué no? Y todos alrededor nos felicitaban y nos hicieron sentir como celebridades”.

 

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A diferencia de su carta suicida, en esta Kurt se muestra mucho más optimista y lleno de alegría. Faltaba mucho para que se apagara esa llama que entonces apenas comenzaba a arder en su corazón. La del muchacho a quien se le estaba haciendo realidad el sueño de tocar con su banda de rock.

Para un chico que trabajó de conserje en y dormía en el sofá de sus amigos, aquello parecía algo irreal.

En sus diarios se incluyen otros textos más cortos, algo crípticos, en los que expresaba su opinión acerca de su vena punk.

“Me gusta quejarme y no hacer nada para que mejoren las cosas. Me gusta culpar a la generación de mis padres por estar tan cerca de hacer un cambio social y luego rendirse después de algunos esfuerzos exitosos de los medios y el gobierno por desfigurar el movimiento al usar a los Manson y otros representantes hippies como ejemplos propagandísticos de cómo no eran nada más que antipatriotas, comunistas, satánicos, enfermedades inhumanas y en cambio los baby boomers se convirtieron en la generación más conformista, cómoda e hipócrita jamás producida.”

 

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Incluso parece que se anticipa a la existencia en los días de los millennials en sus “ensayos”.

“La conspiración hacia el éxito en Estados Unidos es la inmediatez. Hoy estás aquí, mañana ya te fuiste porque los seguidores de los de ayer no fueron nada más que una herramienta en la importancia propia de los individuos, su entretenimiento y rituales sociales. El arte con valor duradero no puede ser apreciado por las mayorías. Solo el mismo pequeño porcentaje valorará la paciencia de las artes como siempre lo ha hecho. Eso es bueno. Los que no están conscientes no merecen falsas sugerencias para sus deberes de compra”.

Come as you are, as you were

Pero sin lugar a dudas, entre las exploraciones que Kurt realizó en el terreno de la palabra escrita, uno de los documentos más interesantes fue publicado dentro del cuadernillo del disco Incesticide (1992), una compilación de rarezas y lados B lanzado en el interludio entre el glorioso Nevermind y el último álbum de Nirvana, “In Utero”.

 

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En el documento, que pareciera una carta-crónica de Cobain dirigida a los compradores del disco, cuenta su peregrinar a través de Londres en busca del primer LP del grupo de post punk Raincoats y su encuentro con la cantante Ana da Silva, que trabajaba en una tienda de antigüedades.

La guitarrista, luego que de Kurt se le acercara como un admirador, le hizo llegar a su casa de Seattle una copia del referido álbum, firmada por todos los integrantes del grupo. Entonces, en la crónica, Cobain dice que se siente más dichoso “que tocando delante de cientos de personas cada noche, siendo elevado a la altura de Dios del Rock por sus fans, dejando que el plancton de la industria musical me bese el culo y el último millón de dólares que gané”.

 

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Más adelante defiende a Courtney Love de quienes la critican y afirman que lo mangonea. A ellos les envía un “enorme jódanse”.

Después teoriza respecto al Punk Rock.

“Se murió y desapareció. Sólo queríamos rendir homenaje a algo que nos ayudó a sentir como si hubiéramos salido del estiércol de la conformidad.”

Finaliza su misiva pidiendo a sus fanáticos, que si odian a las mujeres, a los homosexuales o a los negros, “no vengan más a nuestros shows”. Y hace una referencia a unos “desperdicios de esperma” que violaron a una chica mientras cantaban la letra de su canción Polly. Un tema que a su vez está inspirado en un caso de violación que Kurt leyó en el periódico.

 

Hay que decir que el documento, al que firma como “Kurdt (el rubio)” no está incluido en todas las ediciones de Incesticide. Por lo que junto al resto del legado escrito del cantante de Nirvana, es en sí mismo una rareza.

Como la crónica que escribió de un concierto de Nirvana… visto desde el escenario.

 

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A 24 años de su supuesto suicidio –hay quienes aún lo ponen en tela de juicio –y pese a que dio muchísimas entrevistas, leerlo puede ofrecer una mirada interesante a su mente y su alma. Una entrevista desprovista de preguntas, pero rica en respuestas.

Antes que un ejecutante, Cobain fue un fan de la música al que un día, de acuerdo con sus propias palabras, dejó de emocionarle el ruido que hacía la gente cuando se encontraba tras bambalinas, con la misma intensidad que afectaba a Freddie Mercury. Así lo dejó impreso en su última epístola.

 

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Por eso decidió rubricarla con una cita de otros de sus rockeros predilectos. De Neil Young tomó prestado un “es mejor quemarse que apagarse lentamente” que le sirvió como epitafio.

Kurt Cobain fue escritor. Sus últimas palabras no fueron pronunciadas. Las puso en un papel.

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