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El día que murió Elvis Presley

Por: Playboy México 17 Ago 2021
Presley funcionaba con los horarios vueltos del revés. Hofman le realizó una limpieza bucal (también a Ginger) y le empastó un par de pequeñas caries. La comitiva regresó a Graceland pasada la medianoche.
El día que murió Elvis Presley

Eran las 15:30 horas del 16 de agosto de 1977, Elvis Presley falleció de un ataque al corazón dentro de su mansión de Memphis Tennessee.

Su novia Ginger Alden lo encontró muerto, boca abajo, en el suelo del baño del dormitorio principal. Durante 30 minutos el equipo de reanimación de la ambulancia que atendió la llamada de Emergencias trató de devolverle la vida, sin éxito. El cuerpo sin vida del cantante fue trasladado al Baptist Memorial Hospital de Memphis, donde le fue practicada la autopsia por nada menos que diez médicos. La autopsia duró cuatro horas.

Durante la autopsia, los patólogos se encontraron con que Elvis tenía “hipogammaglobulinemia”, un trastorno del sistema inmunológico del cuerpo.

Las muestras de sangre, orina y tejidos de Elvis que se tomaron en la autopsia se enviaron a BioScience Laboratories en Van Nuys, California, que en 1977 era considerado el laboratorio de toxicología más prestigioso de Estados Unidos. La copia de la autopsia enumera diez drogas diferentes, incluido el metabolito de diazepam (Valium), de las cuales el doctor Nick solo había prescrito dos. Lo que pone en duda, hasta la actualidad, si Elvis realmente murió de un ataque al corazón.

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El 15 de agosto, siguiendo el relato en el que coinciden las biografías, Elvis se levantó de la cama a las cuatro de la tarde. En la casa estaba su hija Lisa Marie, de 9 años, que había llegado el 31 de julio para pasar dos semanas. A las 11 de la noche, Ginger y algunos de “los chicos” acompañaron a Elvis a una cita con el dentista, el doctor Lester Hofman. Presley funcionaba con los horarios vueltos del revés. Hofman le realizó una limpieza bucal (también a Ginger) y le empastó un par de pequeñas caries. La comitiva regresó a Graceland pasada la medianoche.

Ya en su dormitorio, hizo un intento más por convencer a Ginger de que se sumara a la gira que debía comenzar al día siguiente, pero ella se negó. A las dos, telefoneó a su médico de confianza, el doctor George Nichopoulos (o doctor Nick, como Elvis lo llamaba), quejándose de que uno de los empastes le dolía. Raudo, el doctor Nick le hizo varias recetas, que uno de los chicos recogió.

A las cuatro de la madrugada levantó a dos de sus amigos de la cama (algunos vivían en caravanas en la finca) porque quería jugar al frontón, a pesar de que lloviznaba. Luego tocó un poco el piano en la sala de relax, y poco después llegó el recadero con tres bolsas de medicamentos: un amplio surtido de depresivos y placebos que normalmente permitían a Elvis dormir varias horas seguidas. Le entregaron los paquetes a intervalos, y cuando le dieron el último, a primera hora de la mañana, seguía despierto.

A las ocho, se levantó de la cama. “Me voy al baño a leer”, dijo a Ginger. En las memorias que esta publicó en 2014 (Elvis and Ginger), precisa que ella respondió: “Ok, pero no te quedes dormido”.

En el libro The death of Elvis (1991), de Charles C. Thomson y James P. Cole, el investigador médico del condado, Dan Warlick, encargado de inspeccionar la escena del fallecimiento, describe el cuarto de baño como una gran habitación que contaba con un auténtico trono de color negro, una pantalla de televisión frente a la taza, dos teléfonos, un interfono, varios sillones alrededor y una ducha circular de tres metros de diámetro con una cómoda silla de vinilo en el centro.

Hacia las dos de la tarde, Ginger se despertó e hizo una llamada rutinaria a su madre (que parecía más interesada en emparentarse con Elvis que ella misma). Cuando su madre le preguntó por Elvis, Ginger se dio cuenta de que él debía de seguir en el cuarto de baño, lo que no era normal porque habían transcurrido horas desde que se levantase. Preocupada, entró, y se encontró a Elvis “tumbado en el suelo, con los pantalones de pijama dorados bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta”, escribe Gurelnick. En Graceland se desató la locura.

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