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CRÓNICAS DE UNA ROCKSTAR A PIE: VIDA Y OBRA DE UN GENEROSO TRASERO

Por: Jafet Gallardo 16 Ene 2020
A veces soy muy distraída y en lo que imagino unas cosas, me pasan otras.
CRÓNICAS DE UNA ROCKSTAR A PIE: VIDA Y OBRA DE UN GENEROSO TRASERO

Por María Barracuda FACEBOOKTWITTERINSTAGRAM 

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Por María Barracuda @maria_barracuda

Pues yo soy usuaria; así es, usuaria del transporte público. Tampoco les voy a mentir: más que una necesidad lo hago por el folklore, por la rapidez que brinda a veces para llegar a un punto, pero sobre todo porque colecciono historias, propias y ajenas, pedazos de vida, que como gasolina, me dan el tono para escribir rolas, pintar o inventar cosas.

En una ocasión tenía una cita en Insurgentes; yo vivía por el Parque Hundido, así que el metrobús me quedaba perfecto y desde temprano decidí que así me iría. Como no manejo horarios fijos, nunca sé cuándo va a estar lleno, vacío o cuando va a estar ¡hasta la madre!

Ese día salí como a las 7pm, ya se pueden imaginar las consecuencias de no usar la lógica. Era tarde para irme en taxi o en carro porque el tráfico estaba de lo peor, así que me armé de paciencia y después de varios humildes intentos por subirme logré abordar el metrobús del infierno. Sobra decir que éramos tantos que no me tenía que agarrar de ningún lado, pues entre todas nos veníamos sosteniendo. Digo todas por que ya ven que está la modalidad de los vagones exclusivos para hombres y otros para mujeres y adultos mayores. Y bueno, todos los sistemas tienen fallas, y al incluir adultos mayores en esa ocasión “La Matrix” arrojó un error.

Venía un viejito como de 90 años, ¡se los juro que no exagero!, era como un Yoda real. Traía su bastón y estaba muy risueño detrás de mí, aunque de reojo noté que no tenía ni un diente, por lo menos a la vista. El señor me daba al hombro y aunque no era yo su fan, se veía inofensivo. Cuando volteaba a verlo me sonreía y me lanzaba un “jejejejeje” muy extraño, tal cual un Yoda cuando se robaba las cosas y se burlaba de Luke, en Star Wars.

A veces soy muy distraída y en lo que imagino unas cosas, me pasan otras. Pero lo que sí les puedo decir es que entre el “Yoda sonriente” y mis compañeras de vagón se empezó a sentir un ambiente tenso. Las mujeres que viajaban conmigo empezaban a verme medio raro, como pensando “¡qué pedo con esta pendeja!”, pero como yo traía una inmunidad total hacia la desgracia, ni por enterada. De pronto empecé a sospechar que tenía que ver con el único personaje de género masculino que nos acompañaba en esta ocasión.

Decidí no juzgar la situación ni pensar de manera negativa pues como mencioné me armé de paciencia para todo tipo de experiencias, entonces me puse a ver las caras de la gente de afuera, los pajaritos, los carros y demás. Pero de pronto sentí cómo aquel inofensivo viejecillo se me recargaba mucho y yo pensaba: “Todas venimos igual, yo vengo pegada a otras morras y cuando frena esta madre también me tambaleo; con más razón este señor que está mega ruquito y hasta bastón trae”.

En fin, continué mi trayecto sin pensar más allá, total, esa realidad era opcional para mí y como quiera, de un tiempo para acá son pocas las cosas que me importan. Sin embargo algo me decía que ese noble viejecito efectivamente me venía “torteando”, pero mi incredulidad me hacía dudar y voltear una y otra vez para confirmar si realmente no había más espacio y checar por qué se me venía pegando tanto.

Entre miradas extrañas, olores inciertos y mucha evasión decidí pensar que si me venía torteando tampoco era el fin del mundo, o tal vez podía ser mi buena obra del día para alguien que ya estaba de salida de esta vida —broma—. Pero también me dije que era posible que mi otra hipótesis fuera correcta, que no se pudiera detener, así que seguí tratando de no emitir juicios reprobatorios y negativos hacia el fulano de edad avanzada. Ya no sabía si lo que sentía presionando mi trasero era su bastón o qué, pero la lógica me dictaba que tenía que ser el bastón, ¿no creen?: ni modo que se subiera “enviagrado” para vivir la experiencia del METROBÚS “THE RIDE”.

No sé cuántas estaciones habían pasado en ese vaivén de pensamientos encontrados cuando de pronto se bajaron algunas compañeras de viaje y rápidamente al hacerse un oasis en el vagón hubo un reacomodo considerable, de tal manera que el viejillo quedó ubicado en otro lado y ya no tenía contacto físico con mi generoso trasero. Digo generoso porque siempre estuvo ahí en todo momento para apoyarlo, jaja, obvio, es broma, no crean que me gusta que me anden cachondeando desconocidos en el transporte público. Pero cómo estar segura y acusar de algo tan grave a una persona sin conocer su versión. Podría haber consecuencias fuertes y existía la posibilidad de que fuera inocente.

De pronto las mujeres que quedaron alrededor del fularuco (fulano-ruco) empezaron a gritar en histeria colectiva: “¡Ay, ay, nono!, “¡viejo mañoso!”, “¡cochino!” y alboroto en general. Todas las mujeres cercanas al bato se giraban cortantes tratando de moverse de lugar. Mientras, me quedé en modalidad de observadora viendo aquella especie de mini slam a bordo, porque además, no me lo van a creer, pero teníamos la suerte de estar escuchando por las pantallitas de tv internas el buen ska de mis amigos de Panteón Rococó. Todo en vano porque todos veníamos cachete con cachete.

A la siguiente estación el dude se baja y de pronto todas las mujeres de la sección me voltearon a ver para decirme “¡qué barbaridad!, cómo es que aguantaste tanto, qué viejo tan mañoso, no debiste haberte dejado, debiste haberlo reportado”, y un largo etcétera de acusaciones y recriminaciones. A pesar de los esfuerzos de mis compañeras de viaje por convencerme que nos habían hecho algo horrible —y que como miembro del género femenino debía estar ofendida, enojada y humillada—, no pude hacer otra cosa más que contestarles con una gran sonrisa, porque en realidad, en mi cabeza, a mí no me pasó nada.

No por el hecho de ser hombre pienso que se trata de un ser diabólico esperando cualquier oportunidad para atacarme. Pienso que fue uno más que compartió conmigo un espacio en el metrobús al igual que todas las otras mujeres que venían pegadas a mí de la misma manera.

Por supuesto no estoy a favor de ningún abuso, pero creo que a veces exageramos y emitimos juicios sin considerar otras versiones de la realidad más que la propia. Todas las historias tienen muchos ángulos y matices. En este caso en específico yo ese día elegí regalarle el beneficio de la duda al viejillo ese y para qué convertirme en víctima si puedo ser siempre la heroína de mi vida. Al final de cuentas, todo son historias y lo que importa es cómo te lo cuentas a ti.

 

 

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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