No es en vano que la escritora Atenea Cruz haya nacido un 8 de marzo. En su pluma palpita el feminismo, pero también el sentido del humor y la malicia. Recientemente, su libro de cuentos “Hágalo usted misma” (An.alfa.beta, 2023) obtuvo el Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano “Nellie Campobello” 2024, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes.
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Alguna vez la narradora y poeta nacida en Durango fue también colaboradora de Playboy, por lo que decidimos sostener la siguiente charla.
Atenea Cruz
¿Por qué escribes? ¿Hace falta un cierto grado de necedad para escribir en México?
Las razones por las que escribo han ido cambiando a lo largo de mi vida. Recuerdo que cuando era adolescente la escritura me ayudó a conformar mi identidad y encontrar un lugar en un mundo que me resultaba inhóspito. En este momento la escritura es para mí una manera de comprender y reescribir mi realidad, pero también, a menudo, es un divertimento.
Me parece que escribir es una necedad en cualquier parte porque quienes escribimos nos enfrentamos más o menos a las mismas cosas: la falta de tiempo, el trabajo que consume toda la energía, sobrellevar los problemas personales… y a eso se le suman las cuestiones de género, que también pueden convertirse en un obstáculo. Tengo claro que hay países con más lectores que México, pero la competencia con los medios audiovisuales en la actualidad es feroz en cualquier parte.
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¿Qué lecturas te formaron y te deformaron?
Hace relativamente poco me di cuenta de que mucha de mi imaginería, en especial en lo relativo al género fantástico, viene de mis lecturas infantiles: Andersen, los hermanos Grimm, Roald Dahl, Michael Ende, Lygia Bojunga, Christine Nöstlinger. Mi interés en el humor y la simplicidad en el tono se debe a Jorge Ibargüengoitia, que es mi Dios.
A esta lista se le pueden agregar mis hallazgos felices como adulta joven: Amparo Dávila, Carmen Maria Machado, Etgar Keret. Ojalá pudiera deformarme como todos ellos.
¿Existe cierto riesgo a relacionarse contigo y acabar en una historia?
No tanto, en realidad, cuando se trata de autoficción escribo mucho más de mí exponiéndome a situaciones difíciles o ridículas, que de los hombres con los que he vivido momentos absurdos o terribles. Aunque a nadie le hace daño no portarse como un patán, es la manera más efectiva de evitar que una escritora te caricaturice.
¿Cuáles han sido las obsesiones narrativas que has descubierto en tu propia escritura?
Las relaciones humanas, sobre todo: de pareja, madre-hija, familia, al interior del mundillo literario… supongo que se deriva de lo importantes que son para mí los vínculos afectivos.
Este año cumplí 40 y me sigue pareciendo tan compleja como sorprendente la manera en que las personas nos relacionamos entre nosotras, lo que los demás hacen de nosotras, lo que esperamos de los otros, lo que nunca nos podremos dar. También eso me preocupa: la soledad inherente a la condición humana. Y también el desquite como una forma retorcida de hacer un poco de justicia en un mundo por demás injusto.
La fantasía y el terror se aparecen en tus historias, ¿consideras que se trata de una forma quizá más valiente de enfrentar la realidad?
No sé si sea valiente, pero sí ofrece una alternativa a la realidad que puede ser más profunda e interesante.
Escribes mucho en primera persona, pero también en tercera, ¿cómo te dicta cada historia que debe ser contada?
Por el grado de información que quiero dar al lector y qué tanta malicia haya detrás de la historia que estoy contando: si me interesa crear un panorama más amplio, conviene la tercera voz. Si lo que busco es un sesgo, una cierta deficiencia en lo que se conoce que permita dar un giro sorpresivo o caer a causa de la ingenuidad, me parece más útil la primera persona. La segunda la dejo para ocasiones más especiales, en las que quiero que el lector al principio no sepa bien a bien de qué le hablo.
¿Cuesta trabajo meterte en la cabeza de un hombre para delinear un personaje?
Sí, por eso procuro presentarlos por medio de sus acciones, para que sea el lector quien deduzca qué está pasando en su cabecilla masculina.
¿Necesitaste desprenderte de algo personal para poder escribir tu más reciente libro?
Claro, creo en la escritura que nace de la vida porque mi búsqueda literaria es una reflexión sobre mi experiencia personal en el mundo. Aunque no hablaría de desprenderse de algo porque, pese a que la escritura ayude a liberar ciertas cosas, se queda fija en el papel y de ese rastro no te puedes separar nunca. Y eso es bueno, al menos la mayor parte del tiempo.
Atenea Cruz
¿Qué tan en serio te tomas a ti misma?
Depende lo que esté haciendo: ahora disfruto mucho más escribir porque me siento menos “escritora que tiene que demostrar que va en serio” que cuando comenzaba. Soy una mujer bromista y risueña, y esos son recursos que he aprendido a explotar cuando doy clases, que es mi fuente principal de subsistencia; al mismo tiempo, me tomo muy en serio la responsabilidad de enseñar. Como depresiva crónica busco la ligereza y la risa, pero como siento con mucha intensidad, de pronto puede resultar que me tomo las cosas más en serio de lo que debería.
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Quizá la situación que viven las mujeres narradoras hoy sea mejor que hace 10 años, quizá; ¿pero consideras que la que vivan dentro de 10 sea mejor que hoy?
Definitivamente. You may say I’m a dreamer, pero las puertas que se han abierto ya no se van a poder cerrar de nuevo, las circunstancias han cambiado a nuestro favor y esto ha sido gracias al trabajo duro y constante de las que vinieron antes. Ha sido un camino largo, sí, ¿pero cuál es la prisa? No somos velocistas, a lo mucho, somos un eslabón en un maratón de relevos. Lo importante es persistir.