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Crónica de un paseo en bicicleta en las alturas

Por: Arturo J. Flores 29 Feb 2024
Me invitaron a tomar una clase de bicicleta fija (cycling) en lo alto de un helipuerto y yo le temo a las alturas, ¿tú lo harías?
Crónica de un paseo en bicicleta en las alturas
BICICLETA FIJA EN LAS ALTURAS.

Me invitaron a tomar una clase de bicicleta fija a casi cien metros de altura. Lo primero que pensé es que padezco de acrofobia. Un miedo tan intenso a las alturas que me mareo incluso cuando atravieso un puente peatonal.

¿Por qué evitar el ejercicio durante la contingencia ambiental?

Pero no es una invitación convencional. Pedalear una bicicleta puesta sobre un helipuerto no es algo que te propongan cada fin de semana. Por eso acepté.

Por eso y porque me cuesta decir que no cuando se me presenta un pretexto para escribir. Fue la misma razón por la que me apunté para pasear en avión ultraligero, subí en teleférico al Pan de Azúcar de Río de Janeiro y cené en dos ocasiones mientras me balanceaba en una grúa a 45 metros de altura en Dinner in the Sky.

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Ride in the sky, la experiencia

Esa vez, como el fin de semana pasado, sentí no mariposas sino un auténtico pterodáctilo batiendo sus alas dentro de mi barriga. Pero subí hasta la terraza que antecedía el helipuerto de One o One, un rascacielos enclavado en Cuajimalpa de Morelos. Ahí, el personal de Optimum Nutrition había dispuesto un generoso almuerzo para que recuperáramos las calorías que consumiríamos en la clase en las alturas.

Pero antes nos dimos un shot de proteína para que no nos faltara la energía y en mi caso, el valor.

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Nos entregaron los kits de bienvenida. La mochila, impermeable y muy bonita, traía adentro una camiseta brandeada, más productos de Optimum Nutrition, botellitas de agua, una gorra y un protector sol. Estos últimos serían fundamentales cuando comenzáramos a sudar a varios metros del suelo y unos pocos más cercas del cielo. Ya sabemos que a Ícaro se le derritieron los alas cuando se acercó demasiado al astro rey.

Yo no quería desmayarme y mucho menos delante de las cámaras y el dron que registrarían cada detalles de la clase Ride in the sky, organizada por Fitspin Studio.

 

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Un playlist para volar

Finalmente nos avisaron que nos acercáramos a unas escaleras descubiertas que nos llevarían al helipuerto. Ahí vino el primer vértigo. Porque a diferencia de la terraza, que proveía una sensación de seguridad, aquí sí pegaba el aire de las alturas. También se contemplaba con mucha más perspectiva el paisaje de Santa Fe. Eché un ojo al fondo y me acordé de una línea del escritor mexicano H. Pascal: “el abismo te devuelve la mirada”.

Elegí una bicicleta libre. Era la tercera fila a partir de dónde estaba la del coach que dirigiría la sesión. Me coloqué los audífonos a través de los cuales escucharíamos la música y me calcé los zapatos especiales que se utilizan para practicar indoor cycling. Aunque en este caso sería lo más al exterior que pudimos imaginar.

Cerveza y ejercicio: ¿quién dijo que no combinan?

El encargado de exprimirnos el ácido láctico fue Germán Ruiz. Autodenominado como “El Azote de Dios” lo primero que hizo apenas se montó en la tarima donde empotraron su bicicleta fue presumir su curaduría musical: “Sí me mamé con esta playlist”.

Al indoor cycling se le conoce como “El antro en bici”. Usualmente, a los participantes se les encierra en una habitación con buenos volúmenes de sonido, luces estroboscópicas y al mismo tiempo que se ejercitan, se les contagia un ánimo de euforia y celebración.

Así fue en el helipuerto con El Azote de Dios. Luego de explicarnos las posiciones básicas (manos en el manubrio, manos juntas o separadas), dio el banderazo de salida y por los audífonos comenzó a sonar una playlista que fue del regional mexicano mezclado con tecno, al merengue y el rock de los ochenta. A veces se bajaba de la bici para bailar delante de nosotros y motivarnos.

El arte de sabrosearte

Mientras pedaleaba, con la vista fija, más por la posición encorvada que el ciclismo exige que por lujuria, en el trasero de mi vecina de adelante, con las nubes un poco más cerca y el vacío derramándose a los costados del edificio, me vino a la mente una imagen de mi infancia. La de los niños de E.T., el extraterrestre, que rompían desde la pantalla del cine la ley de la gravedad y se elevaban sobre la ciudad con ayuda de sus bicicletas.

El Azote se bajaba a veces de la suya y se ponía a bailar delante de nosotros. Nos pedía que cerráramos los ojos o los abriéramos. Ironizaba sobre la contingencia ambiental que ese sábado azotaba, como su apelativo, a los chilangos. También nos arengaba para que nos “sabroseáramos” solos porque el entrenamiento esculpiría nuestros cuerpos.

Dinner in the Sky: ¿te atreves a tener una cena en las alturas?

Reconozco que hubo un momento en que cesó el miedo a las alturas. Como dice una canción de Los Tres: “Bolsa de mareo, sentado en pie, ¿qué es eso que miras y no se ve?”.

Sudado, con el cuerpo saturado de endorfinas y las piernas acalambradas, pude cantar victoria. Ahora, sí me zapé un sándwich de pollo en el brunch antes de volver a poner los pies sobre la tierra.

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Arturo J. Flores Escritor Me gusta la música, el cine, la literatura, el erotismo, política y meterme en dónde no me llaman. Encontré la forma de hacer todo eso al mismo tiempo: soy periodista.
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