¿El Super Bowl ya no vale la pena (ni el sufrimiento)?

No hay deporte que disfrute más que el futbol americano, pero cuestiono mi pasión cada vez que veo un testimonio sobre el impacto que tiene el juego sobre la vida de los atletas. El más reciente caso es el sorpresivo retiro de Andrew Luck, quarterback de los Colts de Indianápolis que esta temporada era el líder de un joven equipo con un gran potencial de ganar el Super Bowl.

Uno de cientos

En un tiempo normal los equipos sólo están centrados en evaluar a su nuevo talento, observando el desempeño de los novatos en partidos de pretemporada que cada vez pierden más su relevancia. No obstante, con la decisión de Luck, aparentemente, un contendiente de la conferencia Americana ahora se tendrá que conformar con una temporada de reconstrucción que esperará seleccionar a su quarterback del futuro en el Draft del próximo año.

Esta realidad destruyó el sueño de miles de aficionados, quienes de inmediato abuchearon al mariscal de campo en lo que podría ser la última vez que pisa el pasto del Lucas Oil Stadium, recinto que sirvió como su casa deportiva por siete temporadas.

El guion que se nos ha dado dice que los hombres del emparrillado pueden superar cualquier obstáculo, que un riñón perforado, costillas rotas, contusiones, cartílagos rotos y lesiones en el tobillo son baches que Luck debe superar para continuar siendo una estrella del deporte.

El quarterback se sumó a una gran lista que en los últimos años ha ido creciendo. Patrick Willis se retiró a los 30 años, Jake Locker a los 26 años, Joshua Perry a los 24, al igual que Chris Borland, en todos los casos el diagnóstico es el mismo: la pasión por el deporte ya no vale la pena ante el constante dolor de las múltiples lesiones. Luck lo hace a los 29 años, para viajar con su esposa y para recuperarse de años de lesiones.

¿El sueño no vale la pena?

Luck venía de una de sus mejores temporadas, un extraño año donde por fin jugó todos los partidos y pasó para 4,593 yardas y 39 anotaciones, llegando a playoffs y dejando a su equipo a dos victorias del Super Bowl. Nada de eso fue importante y su prioridad ya no es ese sueño que siguió desde su infancia.

Los retiros van en contra de la lógica que hemos optado por creer: cada jugador de la NFL está orgulloso del lugar que ocupa, toda su vida luchó para estar en la plantilla de un equipo profesional y haría cualquier cosa por mantenerse en ella.

La realidad es mucho más deprimente. Golpes constantes a la cabeza se reflejan en lesiones cerebrales traumáticas que dan pie a la encefalopatía crónica traumática, una enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta con cambios repentinos de humor, fallas en la memoria, violencia y tendencias suicidas.

Hay jugadores afortunados que no lidian con estas consecuencias mentales, pero el dolor constante puede llevar a la adicción de analgésicos, depresión por estar en constante sufrimiento o lesiones graves con las que lidiarán por el resto de su vida.

En el campo, Arian Foster cada año era el rival de Luck, un corredor que en siete años se convirtió en una leyenda para la joven franquicia de Houston. Curiosamente, la semana pasada en una entrevista con Joe Rogan, confesó que se arrepentía de haber entrado al mundo del futbol americano y que no dejaría a su hijo jugar el deporte.

A pesar de tener los récords de la franquicia de más yardas y anotaciones, Foster está convencido que esos números no valen nada si se comparan con los días después de los partidos, mañanas en los que no podía pararse al baño por el brutal dolor que sentía por todo su cuerpo. No se trataba de un dolor ocasional, era una forma de vida a la que se acostumbró tras más de 20 años de constantes golpes.

Cada fin de semana nos emocionamos cuando los jugadores realizan una anotación y nos molestamos cuando un jugador constantemente está lesionado, ¡es su responsabilidad estar disponible en el campo para que nuestro equipo gane! Es tiempo de detenernos y agradecer a aquellos atletas y recordar que son hombres que cada día ponen en riesgo su cuerpo para entretenernos.