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CRÓNICA GODÍNEZ: CUANDO LA OFICINA ES UN DEPORTE EXTREMO

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
Pasar la mayor parte del día con las mismas personas, encerrados en un sólo lugar y todos con una fuerte […]
CRÓNICA GODÍNEZ: CUANDO LA OFICINA ES UN DEPORTE EXTREMO

Pasar la mayor parte del día con las mismas personas, encerrados en un sólo lugar y todos con una fuerte carga de estrés, es la receta perfecta para que el trabajo se convierta en todo un deporte extremo.

 Por Arturo J. Flores @ArturoElEditor

Teléfono descompuesto

Un reportero del diario deportivo donde inicié mi carrera llegó muy temprano a la redacción, un lunes. Mientras bebía el primer café del día, sonó el teléfono.

-Redacción, buenos días.

-Buenos días, habla el señor Vázquez…

Paréntesis: el apellido compuesto correspondía al del dueño de la casa periodística, que sobra decir NUNCA telefoneaba en persona a la redacción, sin que mediara su asistente.

Adivinando que se trataba de una broma, el reportero respondió.

-Cómo no, pendejo, y yo soy Carlos Salinas de Gortari.

Después colgó.

Radio Pasillo es el medio de comunicación más efectivo que existe en el universo Godínez. En sus transmisiones se enteró el reportero que el dueño del periódico, el señor Vázquez, andaba buscando muy molesto al grosero que le había mentado la madre por teléfono un lunes por la mañana.

Desde ese días y hasta que se cambió de trabajo, no hubo un día en que Carlos Salinas II no se cruzara con el propietario del diario y su escolta, sin que los testículos le obstruyeran la garganta al grado de no poder pasar ni agua. Siempre lo saludaba agachando la cabeza, sin decir palabra alguna. No fuera a reconocerlo por su voz.

Mira al pajarito

Hace tiempo, en otro periódico, a Irving, un compañero, le chocaron su auto en el estacionamiento de la empresa. Un viernes por la noche cuando mi amigo salió de trabajar, se encontró con que alguien le había dejado como recuerdo una profunda abolladura en la puerta para luego darse a la fuga.

Mi amigo acudió a la caseta de seguridad, donde los guardias le mostraron el video correspondiente a la hora en que, calcularon, se había registrado el incidente. Se trataba de esos estacionamientos en los que uno tiene que dejar las llaves de su auto para que otra persona lo mueva y pueda retirar su propio coche.

Tan mala fue la suerte de mi cuate y tan buena la del gandalla que golpeó su auto, que la toma registró todos los detalles: la escena en la que la otra persona movía el vehículo de Irving para echar de reversa el propio, la forma como el anónimo golpeó la puerta del coche mi compadre contra una columna y finalmente, como el vándalo se revisaba el daño y con total cinismo, se subía a su propio carro para salir huyendo a toda velocidad. Todo, menos la cara del infractor, que quedó siempre por encima del tiro de cámara.

¿Se la habrá cobrado el karma?

Porque mi amigo se quedó con las ganas de partirle la crisma.

A la salud de San Andrés

Que las relaciones entre empleados están prohibidas es regla general en casi todas las empresas. Ésta me la contó su protagonista. Durante una de esas fiestas de fin de año en las que se consume alcohol igual que en la cubierta de un barco pirata, Catalina perdió no sólo el estilo, la cordura y la memoria, sino que también su virginidad laboral.

Por vez primera se enredó con un colega. Amaneció al día siguiente en los brazos de un compañero de trabajo feo, casado y encima, con un puesto inferior al suyo. Ella era gerente y su conquista, office boy.

De la noche sólo guardaba fragmentos de un rompecabezas imposible de armar. A ella bailando con Gutierritos (llamémosle así), a Gutierritos y ella besándose de lengüita delante de todos y más tarde, a ella pagando con su American dorada la habitación de un hotel casi tan asqueroso como su compañero de juerga. Lo que seguía era aún más borroso, pero sin entrar en detalles diré que mi amiga despertó con un saborcito salado en la lengua que ni siquiera el alcohol pudo disimular.

La cruda y la culpa se turnaban para acicatearla, porque Catalina era novia de un CEO francés, rubio, distinguido y con porte de modelo.

Lo peor fue por más que buscó en el piso de la habitación y en el cesto de basura, no pudo encontrar un condón usado. Al volver en sí, Gutierritos se lo corroboró: no lo hallaba porque jamás existió. Ni en drogas, el novio de Catalina le creería que su primogénito salió morenito, como Gutierritos, porque se les pasó de hervor. Lo siguientes 28 días nuestra heroína entendió lo que significa ir a trabajar, poner cara de “no pasa nada”, mientras tienes los huevos en la garganta… aunque era mujer.

Finalmente, un viernes por la tarde Catalina citó a su cómplice de infidelidad en el ascensor para informarle, simbólicamente mientras descendían hasta el sótano: “ya me bajó”.

Dos meses después se casó con Jean Pierre. Y no bebió una sola copa durante la fiesta.

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Jafet Gallardo DIGITAL EDITOR Me gusta capturar historias en video y escribir mis aventuras de viaje. El conejito se volvió mi mejor amigo.
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