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¿Cómo eran los shows de sexo en vivo?

Por: Arturo Rico 19 Ago 2022
El progresivo paso del tiempo y las distintas manifestaciones socioculturales de cada época fueron transformando el género. Durante la época del destape, consecuencia de la liberación femenina y la revolución sexual de los años 60; este tipo de espectáculos se volvieron más explícitos.
¿Cómo eran los shows de sexo en vivo?

A veces ignorado, a veces incomprendido, a veces sobrevalorado, el vedettismo en México ha vivido infinidad de encarnaciones; de las cuales recordamos muy pocas. Vivas en la memoria colectiva están las rumberas, audaces mujeres que tropicalizaron el cine nacional durante su época dorada.

Otros recordarán a las estrellas del cine de ficheras, o lo que es lo mismo la comedia erótica mexicana. Los académicos, —o todos aquellos que pequen de eruditos—, hablarán con fascinación de las tiples mexicanas, sagaces vedettes que entretuvieron a las masas porfiristas y revolucionarias a principios del siglo XX, y que hicieron de cuplé y la zarzuela el furor del teatro de revista.

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Audaces y eróticas, las vedettes fueron objetos de crítica y censura desde los albores del espectáculo en México. Los años 40 atestiguaron el escrutinio público al que se fueron sometidas las exóticas de la época, mismas que al son de ritmos tribales escandalizaban a tandófilos y aficionados teatrales, en espectáculos calificados como sicalípticos por grupos conservadores, como la legión de la decencia.

El progresivo paso del tiempo y las distintas manifestaciones socioculturales de cada época fueron transformando el género. Durante la época del destape, consecuencia de la liberación femenina y la revolución sexual de los años 60; este tipo de espectáculos se volvieron más explícitos. A la par que figuras como Olga Breeskin y Rossy Mendoza entretenían a la elite en cabarets de primera, la clase trabajadora gozaba de espectáculos carnales en recintos de menor categoría.

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Se trata de la generación de figuras como Norma Lee y Gloriella, audaces y desinhibidas vedettes que llevaron el burlesque a límites incomprensibles para la época. Un México en el que el distrito rojo eran los circuitos de carpas, en los que noctámbulos  y curiosos daban rienda suelta a su sexualidad.

De este periodo en la historia del vedettismo en México existen pocos registros. Probablemente lo más relevante sea lo publicado por el escritor y analista pop Carlos Monsiváis, que capturó de manera perfecta en esta época olvidada de las vedettes en México,  en su libro “Escenas de Pudor y Liviandad”:

En la pasarela, la mujer se extiende como la Madre Tierra o alguna metáfora menos presuntuosa. El jovencito se aferra a sus caderas y se sumerge en su sexo, manejando la lengua a la mayor velocidad, como si entrenase a diario para la gran oportunidad donde la acción de lamer arranca el secreto de la epidermis. La mujer se deshace de su secuestrador labial y le arrejunta el sexo al siguiente, y el jovencito retorna a su asiento donde, por vía de training, saca una y otra vez la lengua, rítmicamente, disponiéndose a la siguiente embestida. Las “lagartijas” del cunnilingus.

[…]

—¡Qué chulada de pantaleta!

—Quiero esa pantaleta para sombrero.

—Se ve que tienes hambre, cabrón. (Alguien de la galería se acerca a la pasarela).

—Ése pagó menos ¡Que mame menos!

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Con cabal desgano, la chava se quita el sostén y la pantaleta. Si no fuera por los zapatos y la inexistencia del Edén, sería Eva. Se sienta y acepta el atropello. La luz afantasma la escena… De súbito, la venganza. Ella trepa a un joven al escenario, lo desviste casi de golpe y se retuerce sobre él, se le unta por todos sus costados. Él, inmutable. Imposible la erección delante de estos hijos de la chingada.

—¿Qué me ven?

—\Puto, puto, puto, puto\

Ella es rigurosamente punitiva:

—A ver, un aplauso para que se le pare.

—¡Que se pare, que se pare!

—Chíflenle “La marcha de Zacatecas”.

Inútil. La exhibición se matrimonia con la inhibición. Aquí, los desnudos masculinos están todavía condenados al fracaso. El chavo desnudo ríe con nerviosismo, impotente como aristócrata de comedia de bulevar. A ella le arrojan un brassiere que desliza rítmicamente en su entrepierna para luego restregárselo en la cara al desnudista.

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—¡Pinche puta!

—A éste ni con “La Bamba”. ¡Qué se me hace que necesitan ayuda por detrás!

De pie, él procura excitarse y… lo jalan y lo arrastran debajo del telón. 

También la sociedad de masas es eso: la normalización del desnudo y la visión humorística de las contrariedades del apetito sexual. En honor a lo anterior, la desaparición de la censura eliminó el esfuerzo artístico en el burlesque, cualquiera que hubiese. Los cuerpos desnudos y casi disponibles son toda la escenografía y toda la coreografía, y todos los ensayos con orquesta que se requieren. Si la vivencia sexual queda a medio camino entre la contemplación febril y el orgasmo (si la mujer-objeto está demasiado al alcance) la cachondería fracasa. Al diluirse el relajo, la “obscenidad” es lo que es: humor y didáctica del machismo. En el burlesque, el sarcasmo reordena la plenitud onanista. La semilla en la tierra y la vedette en el escenario.

 

 

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