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¡Surfeando la pandemia!

Por: Claudia Muñoz 24 Nov 2021
Más que aprender a hacer skate, el surf fue mi sueño dorado pero siempre fue el inalcanzable porque conllevaba entrar al mar, esa majestuosidad que te da paz pero también puede llegar a ser muy peligrosa.
¡Surfeando la pandemia!

Desde que tenía siete, ocho años quise andar rolando por las calles en patines o patineta pero ni una ni otra se me cumplió. Además, hace casi 30 años no era común ver a una niña arriba de una patineta, debías de tener unos playschool con protecciones rosas de princesas y no más, pero la verdad es que siempre fui más un tomboy, me gustaba andar en bici con mi primo, volar con cohetes cajas de películas VHS y jugar con barbies, pero soñando que fueran pilotos de carreras.

Llegaron los 30’s y una pandemia paralizó a todo el mundo, y precisamente en esos momentos de soledad e introspección comienzas a cuestionarte que has hecho con tu vida y si ésta se terminara a causa del COVID, ¿habría valido la pena?

Hice una lista de las cosas que siempre quise hacer, pero por miedo u otras causas nunca me atreví en aquellos años, ¿qué fue lo primero que apareció?

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¡Treparme en una tabla!

Más que aprender a hacer skate, el surf fue mi sueño dorado pero siempre fue el inalcanzable porque conllevaba entrar al mar, esa majestuosidad que te da paz pero también puede llegar a ser muy peligrosa.

Un día gracias a la impulsividad que me caracteriza y porque me debía mi último regalo de cumpleaños, quise cumplirme un deseo: aprender a surfear.

A pesar de estar en semáforo naranja y sin vacuna, algo dentro de mí me impulsó a tomar el riesgo sabiendo que quizá mañana, ya no habría tiempo.

Puerto Escondido fue el destino elegido, La Punta de Zicatela fue el lugar mágico que encontré al azar googleando por ahí pero que me atrapó aún en la distancia. Encontré una Surf House (wow, hasta el nombre es cool) llamada Surf Travel Friends, el nombre me pareció de confianza, la cual necesitaba en exceso para atreverme tan siquiera a meterme al mar.

Llegó el primer día y no, no lo logré. Aún teniendo a Cele, un surfista y salvavidas experimentado con más de 25 años de experiencia que te acompaña, la mente y el miedo me traicionó. Me quedé a mitad del camino, en medio de la ola, la parte más difícil donde se define si darás el siguiente paso o volverás. Fueron aproximadamente 3 minutos los que pasé en esa zona, pero mi corazón los sintió como una eternidad.

Quieres rendirte, quieres salir volando, quieres a tu mamá jajaja pero de pronto te das cuenta que tu vida depende de ti, sabes que tienes a esa persona experimentada que no te dejará morir, pero también sabes que nunca tendrás siempre una mano para ayudarte, ahí es cuando debes de sacar el carácter y la fortaleza para demostrarte a ti misma cuanto vale tu vida.

Cele fue el elegido en darme una gran lección de vida, de pronto comenzó a gritarme: ¿Te vas a rendir? ¿Tu vida no vale nada? ¿No lucharás por ella? Yo no arriesgaré mi vida por salvar a alguien que no le importa la suya. ¡BOOM! De pronto esa cachetada de ruda ola me despertó y el miedo se transformó en otra cosa, todos esos pretextos que le respondía a Cele para convencerlo y me sacara de ese lugar se esfumaron… Y volví a escuchar a lo lejos:

-¡Haz lo que tu cuerpo te pida para sobrevivir!

Dije OK, calmé la mente y me convencí de que todo iba a estar bien, con y sin Cele. Después, solté la tensión y solo me dejé llevar por las olas… me soné muy fuerte la nariz que a causa de la sal no me permitía respirar y después de eso todo fue calma.

Al ver que había tomado el control de la situación, Cele me tomó de la mano y decidió sacarme, el desgaste físico acabó conmigo. Salí con lagrimas en los ojos, no lo había logrado.

Llegó el segundo día, parada frente al mar sintiendo una única emoción: terror. Pasaban los minutos y yo no podía decidirme…

De pronto, una chica salió con su tabla y noté que traía ensangrentado el tobillo por una cortada pero ni ella lo tomaba mucho en serio, notó mi miedo en la cara y comenzó a contarme su historia, tras un fuerte accidente que tuvo y tiempo en rehabilitación era casi imposible que lograra surfear, inclusive nadar… cuando me describió y expresó a través de su cara el sentimiento de satisfacción y libertad al montar su primera ola, TODO ese terror se transformó en deseo de querer sentir lo mismo.

Miré el mar fijamente y le pedí me ayudará a afrontar el miedo que le tenía, que lo respetaba y que me permitiera sentirme viva al lograr mi sueño y por supuesto, a volver también con vida (el drama ante todo). Me levanté y le dije a Cele, ¡ahora! Se levantó y me acompañó con la enorme tabla sabiendo que tenía que entrar con decisión desde el primer momento de sentir el agua, atenta a todo lo que pasaba a mi alrededor y siguiendo todas las indicaciones que me decía, de un momento a otro sólo escuché un chiflido, voltié y estaba tan adentro del mar que era casi imposible distinguir a Cele, ¡lo había logrado!

Fueron siete días con sus siete clases de surf incluidas y no, no logré levantarme y montar una ola. No fue la tabla, no fue el mar, no fueron las clases… también aprendí que a veces para lograr el equilibrio arriba de una tabla, tu cuerpo, mente y corazón deben de estar también alineados y yo, no pasaba por mi mejor momento. No es un pretexto romántico, pero mi logro fue haberme hecho comadre del mar y atreverme a cruzarlo, volveré muy pronto si el fucking Covid y el Dios del surf me dan chance. ¡Ya les contaré!

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