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Extasionamiento: los jardines masturbantes de Babilonia

Por: Arturo Flores 20 Ene 2020
Masturbarse es, literalmente, un acto de amor propio y hacerlo por la mañana, una forma de estimulación temprana.
Extasionamiento: los jardines masturbantes de Babilonia

“Está comprobado científicamente que el 98% de los hombres, hasta los poetas, lo intentan. El 2% restante… miente”.

Así habla Luis Estrada al inicio del tema El paso de la muerte, tema inaugural del disco Confesiones a Manuela del extinto grupo Los Lagartos. La canción se refiere a una vieja proeza masturbatoria en la que, justo un segundo antes de eyacular, el sujeto cambia de mano. Una analogía con la suerte de charrería en la que un jinete salta de un caballo a otro durante a media cabalgata.

 

Masturbarse es, literalmente, un acto de amor propio y hacerlo por la mañana, una forma de estimulación temprana.

Se cuenta que el Marqués de Sade, cuando estuvo preso en La Bastilla, solía hacerlo más de 100 veces por día para proveer a su descomunal apetito sexual un desfogue. En la película Loco por Mary, Ted se autocomplace por recomendación de un amigo (“Nunca salgas a una cita con el arma cargada”) antes de salir con la que fue su crush de la preparatoria.

En un acto de infinita justicia poética, ¿cuántos de quienes crecimos en los 90 no le dedicamos varias a Cameron Diaz?

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El poeta norteamericano Ocean Vuong escribió en su Oda a la masturbación, “a veces la mano es lo único que tienes para agarrarte a este mundo”.

Así en los tiempos adolescentes, la chaqueta –por referirme a una de sus alusiones más comunes– es el único salvavidas del que podemos echar mano, valga la redundancia, para liberar la tensión que la inexperiencia en materia de seducción que nos distingue antes de cumplir los 18.

Porque además, colocar un ejemplar de Playboy del siglo pasado y alternar las visiones de las descomunales virtudes de Pamela Anderson con las de la compañera estudiante que en ese momento nos robara el aliento, representaba un entrenamiento zen para lo que habría de venir más adelante. Cuando por fin cogiéramos. Masturbarse con regularidad ayuda a prevenir los efectos de la eyaculación precoz y, según establece un estudio publicado en la European Urology autoerotizarnos podría reducir en un 22% el riesgo de sufrir cáncer de próstata.

Falso además que la masturbación nos deja ciego o cause cualquier tipo de crecimiento capilar en la palma de la mano.

Aunque así lo afirma una curiosa publicación, titulada (¡vaya ironía!) El libro sin título: las consecuencias fatales de la masturbación, cuya copia digitalizada se encuentra en la biblioteca del Royal College of Physicians de Londres. En sus páginas, aparecen dibujadas los fatales efectos que el onanismo provocó en un joven de 17 años. Desde vomitar sangre hasta ver su cuerpo cubierto de pústulas.

En lo personal, mis manos están libres de pelo –a medida que envejezco hasta mi cabeza comienza a verse despojada de él– y soy miope mucho antes de masturbarme la primera vez.

Concluyo desmintiendo que la masturbación sea un placer solitario, a propósito de las líneas pronunciadas por Demián Bichir en Sexo, pudor y lágrimas, “yo hago el amor porque soy una persona muy social, pero lo mío, lo mío, lo mío… es la chaqueta”.

Sucedió que una vez estábamos ella y yo sentados de frente en la banca de un parque comiéndonos como caníbales, a besos. Durante la tarde le había pedido que me acompañara a un hotel, pero había declinado mi propuesta. De pronto bajó la diestra y sin sacarme la lengua de la boca, comenzó a acariciarme como lo haría con el lomo de un animal salvaje. Aunque en realidad esa parte de mi anatomía era más bien un cachorrito gustoso de recibir sus órdenes.

Me valió que estuviéramos en plena vía pública, como dijera Iron Maiden a dos minutos de la medianoche y que mi camisa pudiera llenarse de mi propio hectoplasma. Me bajé la bragueta para que mi órgano rector saliera a respirar aire fresco y le bastó a la doncella sacudirlo tres veces con ahínco para que se derramara mi alma sobre su bendita mano. Aún recuerdo cómo se le encendían los ojos cuando brotaba aquella blanca expresión de placer.

–No siempre podré darte lo que quieres, pero buscaré la manera de complacerte– me dijo.

Les contaría cómo era ella, de qué color eran sus ojos o la letra con la que empezaba su nombre.

Pero como dijo Woody Allen, la masturbación provoca amnesia y no recuerdo qué otra cosa.

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