¿Cómo es pertenecer a la comunidad LGBT+ y ser de la tercera edad?
Aunque un individuo es considerado de la tercera edad a partir de los 60 años, las personas transgénero tienen una expectativa de vida de entre 30 y 35 años, de acuerdo con Arturo Arcos, Coordinador de la casa Vida Alegre, un hogar de día para personas de la tercera edad de la comunidad LGBTTTIQ+.
“Son un grupo doblemente invisibilizado. La población LGBT los rechaza por ser mayores y la sociedad los rechaza por ser LGBT+. No encajan en ningún lado y eso que estamos hablando, según cálculos que se han hecho, de un millón y medio de personas”.
La casa Vida Alegre fue inaugurada en 2012, gracias a la activista y mujer trans Samantha Flores, Presidenta de la Asociación Civil Laetus Vitae A.C. En ella, se ofrecen talleres ocupacionales, pláticas sobre sexualidad, exhibiciones de cine, servicios médicos y hasta espirituales para integrantes de este grupo doblemente vulnerable.
“Incluso, se oficia una misa por un sacerdote que es abiertamente homosexual”, explica Arcos.
Amigos muertos
Korina, a secas, quiere que la llamemos. Tiene 55 años. Además de Samantha, que cumplirá 89, es una de las mujeres transgénero más veteranas en Casa Alegre. Goza de una salud aceptable, aunque es seropositivo. Hace poco menos de 30 que la diagnosticaron y 20 que se le administran retrovirales.
“Me tocó vivir el boom del Sida, la mayoría de mis amigos de la adolescencia ya están difuntos”, dice.
En Vida Alegre ha encontrado, eso que le falta a muchos adultos de la tercera edad LGBT+ y de lo que se habla poco, una compañía.
Muchas mujeres trans, cuenta, mueren en soledad y en la miseria. Dada la discriminación que sufren, les quedan pocas opciones laborales. Algunas son estilistas; otras, costureras. Pero la mayoría, indica, se dedican al servicio sexual.
“Si yo hubiera podido estudiar, me hubiera gustado ser médica y dedicarme a estudiar el VIH”.
Ha visto morir a muchas como ella en la calle, en el olvido. Dado que muchas de las mujeres trans de otros tiempos no contaron con los recursos económicos para vivir su proceso de cambio, “o porque ni siquiera había médicos que te atendieran o asesoraran, se inyectaron y se metieron en el cuerpo sustancias muy nocivas que después les causaron daños irreversibles, las dejaron en silla de ruedas o de plano, murieron de forma repentina”.
Volver a entrar al closet
Vida Alegre cuenta con una población flotante de más o menos 40 personas LGBT+ de la tercera edad que utiliza sus servicios, pero también acuden, dice Arturo Arcos, otros que no son LGBT+ pero buscan compañía o personas jóvenes de la comunidad entre quienes se intenta hacer consciencia respecto a cómo enfrentar su propia vejez, cuando llegue.
“Para la gente heteronormada, somos como bichos raros. También están los hombres que dicen que quieren estar con una trans para experimentar, pero nosotras no somos el conejillo de indias de nadie”, manifiesta Korina.
Sin embargo, como se comentó al principio, además de la transfobia, lo más duro es lidiar con el paso del tiempo. Las arrugas, las articulaciones y el peso de los años no perdonan.
“Lo he visto con amigos míos. Llegas a viejito y nadie te quiere cuidar. Los chavos dicen: yo no quiero cuidar al tío joto, porque cuando estuvo joven, andaba del tingo al tango. Nos ven como si hubiéramos tenido una vida de lujuria y desenfreno. A veces, para que la familia te cuide, tienes que volver a entrar al clóset. Debes regresar a ser lo que no querías ser originalmente. Gays que se hacen pasar por heterosexuales y trans que se quitan las prótesis para que en su familia les hagan el favor de cuidarlos”, concluye.
En conmemoración del Pride, la Casa Vida Alegre hará una transmisión conjunta en línea con la Casa del Orgullo en Argentina.
