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La legalización del aborto: Latinoamérica Verde

Por: Daniela Sagastegui 11 Oct 2021
Al igual que muchos otros símbolos, como el signo de “Amor y paz” o incluso la polémica imagen del Che Guevara, el poder del pañuelo verde no ha pasado desapercibido para otro sector de la población: el comercial.
La legalización del aborto: Latinoamérica Verde

La lucha por la legalización del aborto en Argentina es una que no lleva décadas en proceso, sino casi un siglo. De acuerdo al marco jurídico local, desde 1921, el artículo 86 del Código Penal de la Nación establece que el aborto es legal en casos de violación y de peligro para la vida o salud de la madre.

Sus orígenes esconden la historia de los movimientos de mujeres en Argentina; ahora se ha vuelto una marea que ha pintado de verde al continente, pero su potencial como símbolo también ha derivado en nuevos peligros para el emblemático pañuelo.

Ximena Ochoa caminaba por los pasillos de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata de forma cotidiana durante 2017, mientras cursaba su estancia como estudiante en Métodos de investigación, y recuerda ver, de forma periférica pero constante, destellos de color verde ondeando entre las muñecas, los cuellos y las mochilas de sus compañeras.

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Se trataba de pedazos de tela cortados de forma casera y en ocasiones irregular con la forma de pañuelos. Originaria de la Ciudad de México y con 21 años de edad, ella desconocía su significado, aunque le recordaban a las prendas blancas que caracterizaron a las Madres de la Plaza de Mayo.

Otra similitud que encontró con el uso de estos era que solo los usaban mujeres.

No fue hasta que regresó a su país natal que descubrió el movimiento detrás del improvisado pañuelo que se hacía y repartía en la facultad; uno cuyo color inundaría América Latina y el mundo entero para al grito de una sola consigna: “Por el derecho a decidir: Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Las maternidades que lucharon

El 24 de marzo de 1976 se instaló en Argentina una dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, la cual duraría hasta 1983 y que estableció una metodología de eliminación masiva de opositores.

Tortura, asesinato y desaparición de los cuerpos eran algunos de los crímenes de lesa humanidad con los que el poder estatal reprimía a cualquier disidente; sin embargo no eran las únicas tácticas con las que establecía la obediencia por temor.

Durante este período más de 400 bebés fueron apropiados por el gobierno. Con una detallada planificación por escrito, el régimen creó un sistema de detención de embarazadas, par- tos clandestinos, falsificación de identidades y simulación de adopciones, con el fin de apropiarse de los niños, privándolos de su identidad, y en muchos casos llevados a vivir con personas que creían sus padres y que en realidad fueron autores, partícipes o encubridores del asesinato de sus verdaderos padres.

Pese al riesgo que involucraba cualquier forma de protesta, el sábado 30 de abril de 1977, un grupo de madres, abuelas y familiares de los desaparecidos comenzaron a reunirse en la entonces Plaza de la Ciudad de Buenos Aires como una forma de organización para exigir el paradero de sus hijos detenidos.

Para identificarse utilizaron pañales blancos de tela bordados con los nombres y apellidos de los desaparecidos para cubrir su cabeza durante su primera movilización a la Basílica de Luján; dos símbolos que las convertirían en las Madres de la Plaza de Mayo.

Juana de Pargament y Hebe de Bonafini, co-fundadoras e integrantes de la asociación han relatado que este objeto, asociado a tareas de crianza que históricamente han asumido las mujeres, estableció la primera ola feminista argentina, que basó los reclamos de derechos ci- viles y políticos en su posición relacional, se reconfiguró en la década de 1970 y encarnó a su modo el lema de la segunda ola: “Lo personal es político”.

La ola que la provocó

Sería este cruel episodio en la historia de movimientos sociales de Argentina lo que, la entonces directora del Instituto de Género, Desarrollo y Derecho de Rosario, Susana Chiarotti y Marta Alanis, de la ONG Católicas por el Derecho a Decidir, tuvieron en mente a mediados de 2003, cuando en una charla telefónica planeaban el Encuentro Nacional de Mujeres (el XVIII) que se llevaría a cabo en Rosario, del 16 al 18 de agosto.

El color por su parte fue también un pronunciamiento como movimiento apartidista, pues además de tener una conexión con la salud, la vi- da y la esperanza, como declaró Chiarotti en una entrevista, era el único que no representaba a ningún partido político de Argentina, no se encontraba en la bandera del país y tampoco se encontraba como símbolo de otras causas feministas.

Así, fueron las militantes católicas las que trajeron desde Córdoba a aquel Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, en el que repartieron los primeros miles de pañuelos. “Fue después que terminó el encuentro y cuando comenzábamos a marchar: nos dieron bolsas llenas y en pocos minutos se los fueron agarrando y colocando naturalmente, sin preguntar demasiado por qué ese color ni nada”, narró a una radiodifusora Luciana Seminara, quien entonces coordinó el primer taller de estrategias para la legalización del aborto.

En esa marcha, los pañuelos eran de acetato, y la frase, que era más corta, decía “Por el derecho a decidir”: el símbolo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, la cual se formalizaría posteriormente en las asambleas de 2004 y 2005, nació ese día. Sin embargo, su exigencia no vería resultados sino hasta dentro de 15 años, adquiriendo impulso al pasar del tiempo.

Una deuda pendiente

La lucha por la legalización del aborto en Argentina es una que no lleva décadas en proceso, sino casi un siglo. De acuerdo al marco jurídico local, desde 1921, el artículo 86 del Código Penal de la Nación establece que el aborto es legal en casos de violación y de peligro para la vida o salud de la madre.

A pesar de estas modificaciones, su acceso fue limitado hasta hace unos meses debido a las resistencias morales, religiosas, médicas, judiciales y políticas, incluso en casos comprobados de las excepciones descritas en el Código Penal aún cuando estos casos involucraban a niñas preadolescentes.

Tal falta de acceso derivó, solamente en las últimas tres décadas, que las complicaciones derivadas de abortos practicados en condiciones de riesgo fueran la primera causa de mortalidad materna, representado un tercio del total de esas muertes en el país, de acuerdo a un estudio de Amnistía Internacional.

Pero antes de que el hashtag #AbortoLegal fuera tendencia en las redes sociales y de que Jorge Rial apareciera con un pañuelo verde en la televisión, Dora Coledesky germinó los antecendentes de lo que ahora es la Campaña Nacional por el Derecho del Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Durante la década de los 60, el aborto fue una de las banderas de los movimientos feministas de todo el mundo, sobre todo en Europa. Pero el abortismo francés fue el que impactó definitivamente sobre el movimiento en la Argentina, pues en 1974, Coledesky participó de las reuniones de las feministas francesas que se estaban organizando para llevar el proyecto al Parlamento, como explica Mabel Bellucci, en su libro Historia de una desobediencia: Aborto y Feminismo.

Bellucci detalla que a su regreso, en 1984, Coledesky convocó a un grupo pequeño de mujeres que se organizaron para impulsar la agenda durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Con la creación de la comisión, vino el lema “anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”; consigna heredada de la militancia italiana a favor de la despenalización del aborto.

No sería hasta el primer Encuentro Nacional de Mujeres en 1988 que vieron los resultados de la militancia, cuando mujeres tomaron la bandera y empezaron con los talleres sobre el aborto. A partir de 1995, la comisión del ENM decidió abrir un taller propio para ampliar la discusión a estudiantes y organizaciones políticas, feministas y lesbianas, creando la Coordinadora por el Derecho al aborto. Ese proyecto sería el primer antecedente del que presentaron en 2003 en Rosario, año en el que el pañuelo verde fue ideado.

El poder de un símbolo

La lucha continuó, aunque de forma marginal, al menos hasta 2015. En ese año la consigna “Ni Una Menos” salió de México al resto del mundo para denunciar la violencia machista e im- poner los derechos de las mujeres en la agenda política. En entrevista con El País, Ana Correa detalló que este movimiento permitió unificar otras movilizaciones como la de la ya conocida “Marea Verde”.

En ese entonces, el feminismo y sus exigencias vieron una recepción sin igual, popularizándose entre las nuevas generaciones. De la misma forma, el pañuelo verde pasó a ser un recurrente en las mochilas, cuellos, muñecas y carteras de jóvenes mujeres, como detalla Mariana Carbajal. Sin embargo, su uso no siempre sin riesgos y con precauciones, como explican Karina Felitti (Investigadora adjunta del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires) y María del Rosario Ramírez Morales (doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa) en su artículo Pañuelos verdes por el aborto legal: historia, significados y circulaciones.

Un trozo de tela se convirtió en una demanda a gritos que en cada pañuelazo se convertía en igual medida en cantos de protesta que en testimonios de sobrevivientes de los abortos clandestinos, la violencia obstétrica o relatos de familiares que habían perdido a una familiar por negársele el derecho al aborto.

Nayla Luz Vacarezza, también investigadora asistente del CONICET detalla en un estudio sobre “La Mano Que Vota”, símbolo abortista en Uruguay, que este fenómeno es natural en los movimientos sociales, como su historia lo ha dejado ver, pues “las imágenes, los símbolos y los colores son cruciales para la construcción de identidad, de reconocimiento público y de memoria colectiva”. Se trata de “tropos visuales” que los representan y sirven para sintetizar sus mensajes, para identificarlos, para generar conciencia o para certificar sus acciones.

“Los símbolos de esta índole le permiten al movimiento ser reconocido y obtener visibilidad pública en sus propios términos, además de crear identificación entre activistas, particularmente en la protesta callejera”, ahonda y concluye estableciendo la simpleza y versatilidad de un diseño como claves para su réplica y popularización.

De tal forma, no es de extrañar que el pañuelo verde haya logrado convertirse en la bandera de la despenalización del aborto y la libertad de elegir sobre el propio cuerpo, menos al conocer sus orígenes. Del pañuelo blanco que las inspiró y los crímenes de esclavitud sexual y reproductiva que inspiraron la novela de Margaret Atwood El cuento de la criada, la autonomía del cuerpo, la maternidad y la sexualidad femenina se vistieron en una variante verde que jóvenes y pioneras de la causa adoptaron por igual.

Incluso algunas Madres de la Plaza de Mayo hablaron públicamente sobre la necesidad de legalizar el aborto, participaron de las movilizaciones y usaron el pañuelo verde en las muñecas para acompañar a las prendas blancas que decoran sus cabezas, compartiendo las nuevas formas estéticas y performativas que trajeron las más jóvenes.

Tal poder de identificación no se quedó en Argentina. Después de la primera votación en la Argentina durante junio de 2018, en México se había lanzado la propuesta de generar una insignia equivalente al pañuelo verde, sugiriendo un color blanco o dorado en su lugar para mantener la simbología apartidista. No obstante, se mantuvo el mismo color que en Argentina por su ya popularidad en el imaginario colectivo como símbolo internacional por el aborto libre, seguro y gratuito.

Posteriormente, en agosto de 2018, un llamado a un Pañuelazo global, durante la votación en la Cámara de Senadores del proyecto, vio resultados en más de 30 países del mundo como muestra de solidaridad, particularmente en Latinoamérica, región en donde más del 97% de las mujeres en edad reproductiva viven en países con leyes de aborto restrictivas, según datos publicados por el Instituto Guttmacher.

Días previos, el New York Times replicaba en más de 130 países una contratapa verde solicitada por Amnistía Internacional con la leyenda “el mundo está mirando”. Desgraciadamente, en este, su sexto intento desde 2005, el proyecto fue una vez más rechazado en la cámara, aunque su impacto y resonancia estaba claro y no tardaría mucho más en convertirse en una realidad.

Green is the new black

Al igual que muchos otros símbolos, como el signo de “Amor y paz” o incluso la polémica imagen del Che Guevara, el poder del pañuelo verde no ha pasado desapercibido para otro sector de la población: el comercial.

En su artículo “Publicidad y cultura: la comercialización de la protesta”, Pau Salvador I. Peris detalla que la rebeldía es un negocio lucrativo, estableciendo que “la rebelión contracultura se ha convertido en uno de los pilares del consumismo competitivo”. Con ello, explica que la publicidad asimila el lenguaje de los movimientos sociales, retomando sus símbolos, aunque desvinculándolos de todo discurso político transformador.

Si bien el pañuelo verde aún no ha sido des- provisto de su carga política, las marcas han comenzado ya un intento de apropiación del símbolo. En septiembre de 2018, tan solo un mes después del encuentro en la Cámara de Senadores, un spot publicitario de Nike para México se viralizó en Argentina por incluir un pañuelo verde —aunque de tonalidad diferente al oficial de la campaña— protagonizado por tres mujeres jóvenes.

El video termina con la joven protagonista montada a caballo en medio de una autopista, con el puño en alto y un pañuelo de un turquesa verdoso tapándole la cara, la joven cabalga bajo una inscripción que reza “Juntas imparables. Just do it”.

Si bien la publicidad fue recibida de forma mayormente positiva, hubo quien sugirió verla con ojos más críticos, como la escritora feminista Mercedes D’Alessandro, quien destacó que no debemos olvidar “la explotación laboral y que están preocupados por sus bolsillos y no por nuestros derechos”.

Estas palabras resultan aún más sugestivas al considerar que a principios de agosto de ese año en Washington, dos exempleadas demandaron a Nike en Estados Unidos por discrimina- ción, alegando que habían sido “desvalorizadas y denigradas” al recibir un salario inferior al de sus colegas masculinos, y que el ambiente de trabajo en Nike era hostil para las mujeres.

Peris detalla que el capitalismo se puede permitir la licencia de absorber el discurso antihegemónico cuando éste no resulta una verdadera amenaza para el sistema, particularmente cuando estos se establecen como preceptos de la “modernidad” —por efímera que esta se— y especialmente al establecerse como un ícono identitario entre la población joven.

El comercial de Nike, ambiguo en su totalidad, logró posicionar a la marca como una “progresiva” y “empoderante” para la lucha de las mujeres sin que esto se transformara en acciones claras. Se trata de un ejemplo sobre la banalización de un símbolo y la causa que en éste se encuentra; una advertencia de la importancia que existe para los movimientos sociales y su identidad.

La lucha sigue

En 2018, Olga Cristiano, referente de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, declaró en entrevista: “Siento que ahora son nuestras hijas y nuestras nietas las que toman nuestras banderas, las que dicen nuestras consignas, las que llevan nuestros pañuelos verdes, las que tienen conceptos bastante claros sobre lo que tienen que hacer, sobre la decisión sobre sus cuerpos y sus vidas”.

Dos años después, el 30 de diciembre de 2020, con 38 votos a favor, 29 en contra y una abstención, el Senado argentino aprobó la pro- puesta para legalizar el aborto en las primeras 14 semanas de embarazo.

El histórico hecho fue celebrado en todo el mundo, pero la realidad latinoamericana es una lucha que, como gritan los cantos de protesta: “Sigue y sigue”. El aborto no está permitido bajo ninguna circunstancia en seis países: República Dominicana, El Salvador, Haití, Honduras, Nicaragua, Suriname.

Las excepciones del continente son Uruguay, la capital de México y Cuba. Además en Puerto Rico y en la Guyana francesa, por adopción de legislaciones de Estados Unidos y Francia respectivamente. Los países de la región oscilan entre la prohibición absoluta y el sistema de causales que siempre plantea limitantes en el ejercicio del derecho.

Al respecto, Ximena Ochoa retoma el pensamiento de Cristiano: “Les estamos pintando un nuevo panorama a nuestras niñas, a las nuevas generaciones. Aún falta trabajo que hacer aquí en México y en el resto del continente para garantizar la autonomía de nuestros cuerpos, pero es una lucha que vale la pena continuar”.

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