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María Midori, la antropóloga que ejerce el trabajo sexual

Por: Arturo J. Flores 25 May 2022
Hubo un tiempo en que se escondía. Antes de estudiar Antropología Social y convertirse en directora de la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales. Una organización no gubernamental inspirada por otras similares como la AMMAR de Argentina y el Sindicato OTRAS de España, que lucha por reconocer el trabajo sexual y los derechos de quienes lo ejercen.
María Midori, la antropóloga que ejerce el trabajo sexual

A María Midori le gusta analizar al ser humano. Por eso estudió Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana. Pero su interés no se reduce solamente a quemarse las pestañas delante de un libro de Foucault.

También ejerce el trabajo sexual.

–Es lo más divertido de esto: la cantidad de banda con la que te encuentras. A mí me gusta leerlos, descubrir cómo se desempeña cada uno en el acto. Todos llegan aquí por diferentes motivos y eso es lo interesante.

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Midori ejerce el trabajo sexual desde que los 19 años. Hoy tiene 35. Lo hace por dinero, sí. Pero, “¿quién de nosotros no trabaja precisamente porque espera una retribución económica a cambio?”, cuestiona.

Platicamos en un bar durante poco más de una hora. De acuerdo con el tarifario que me envió hace dos días por WhatsApp hubiera sido mucho más costoso acostarme con ella que pagar una docena de cervezas.

Pero siendo sincero, María Midori gana tres veces en dos horas lo que yo podría cobrar por escribir un artículo.

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Esa fue una de las razones por las que la persona que tengo enfrente se animó a responder a ese anuncio que vio en el periódico catorce años atrás.

Desde muy joven quiso ser económicamente independiente. Trabajó como mesera en un restaurante de carnitas y se encargó del mantenimiento en una empresa. Terminaba molida a cambio de un salario de 80 pesos por jornada.

–Yo ya tenía la espinita por el trabajo sexual. He platicado con muchas compañeras y no es cierto que se trate del último recurso después de haber tocado fondo. Hay algunas a quienes ya nos llamaba la atención saber de qué se trataba el trabajo sexual y sencillamente un día nos animamos.

“Se solicitan chicas”, leyó en aquella publicación antes de decidirse a pedir informes.

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Le contestó el teléfono una mujer.

–Aquí ofrecemos servicios sexuales a caballeros, ¿lo has hecho antes?

–No, nunca.

–Si quieres puedes venir hoy mismo.

María me dice que en ese momento experimentó algo parecido al pánico escénico.

–Mejor voy mañana.

Time is money

Se llamaba Claudia y tendría alrededor de 50 años. Recién había montado esa casa de citas en un modesto departamento. Además de María Midori, laboraban ahí una chica que se teñía de rubio la melena que le llegaba más abajo de las nalgas y exhibía un tatuaje de la Santa Muerte. También una muchacha algo obesa a la que recuerda por su rostro de finas facciones.

El que parecía pareja de Claudia se dedicaba a cuidar la puerta, preparar la comida y hacer mandados. Los servicios eran muy baratos. 200 pesos por 10 minutos e incluían estimulación oral y penetración vaginal. La mitad iba para la casa. Cualquier extra (como cachondeos o bailarle un striptease al cliente) se cobraba aparte y e iba directo al bolsillo de la chica.

El mismo día que se presentó, María realizó su primer servicio. Fue a un hombre mayor, bajito de estatura y con la cabeza cubierta de canas.

–Nunca he tenido problemas por el aspecto físico. No me provoca aversión –me cuenta– pero sentí muchos nervios porque fue el primero.

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Fue ese cliente quien le dio su “capacitación”.

–Cuando se enteró de que era nueva, me empezó a decir que nunca dijera mi nombre verdadero ni dónde estudiaba. Incluso cuando ya estábamos en pleno cotorreo, se me salió un gemido y él me paró en seco y me dijo: no, espérate, esto es tu trabajo. Parecía que estaba mal que lo disfrutara y yo sólo pensé: ¡qué oldie es este señor!

Midori sostiene la cerveza, pero decide concluir la frase antes de darle el trago.

–En 10 minutos ya me había ganado 200 pesos. Yo, que ganaba 80 por día, estaba volada…

Descuento a discapacitados

María Midori nunca ha trabajado en las calles. Igual que otras trabajadoras sexuales, ofrece sus servicios a través de las redes sociales. Principalmente de WhatsApp y Twitter, que es mucho más permisivo respecto a las imágenes y los mensajes explícitos.

No así Instagram (donde también habita), que incluso fue objeto de un boicot por parte de otras trabajadoras sexuales el pasado 20 de diciembre, a consecuencia de sus nuevas políticas que penalizan no únicamente la difusión de contenido sugerente, sino la coordinación de encuentros sexuales.

Muchas trabajadoras como ella no únicamente ofrecen sexo vaginal, oral, anal o tríos, sino que venden “contenido”. Es decir, fotografías y videos.

María además encontró la manera de hacer activismo a través del trabajo sexual. Es de las pocas que ofrece una tarifa especial a personas discapacitadas, trans y mujeres cisgénero.

¿Cómo viven su sexualidad las personas con discapacidad?

–Porque son sectores sociales que podrían tener menos acceso o recursos para costear el trabajo sexual. Aunque he tenido clientes con alguna discapacidad que me dicen: ‘yo te pago completo, no quiero el descuento’. Lo de las mujeres cis es mi forma de protestar por la desigualdad salarial que existe.

Una sexfluencer sale del closet

A diferencia de muchas de sus colegas, María Midori no se esconde detrás de una fotografía blureada. Si bien adoptó un nombre de trabajo, nunca oculta su rostro. De hecho, sus redes sociales bien podrían ser las de una influencer. Así como hay quien se hace una selfie en el espejo de un ascensor, Midori comparte la que se hace en el espejo de un motel, después de complacer a algún cliente. Pero también sube a sus stories un plato de comida, un drink o solicita alguna recomendación en Netflix para pasar el sábado.

Incluso ha transmitido en vivo desde el Uber, camino a trabajar.

Hubo un tiempo en que se escondía. Antes de estudiar Antropología Social y convertirse en directora de la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales. Una organización no gubernamental inspirada por otras similares como la AMMAR de Argentina y el Sindicato OTRAS de España, que lucha por reconocer el trabajo sexual y los derechos de quienes lo ejercen.

–Antes utilizaba unas redes exclusivas para trabajar, pero como yo soy soltera y sin hijos, la tengo más fácil que otras compañeras para dar la cara. Por eso salí del closet de la putería cuando empecé con el Colectivo.

 

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Existen muchas interpretaciones ambiguas acerca del trabajo sexual. Midori está consciente de que hay quienes se ven obligadas a trabajar en las calles. También las que son víctimas de trata. Pero es importante reconocer que no se trata de todas.

En febrero de 2020, María Midori y algunas integrantes de la AMETS se presentaron en el Congreso de la CDMX para exigir la creación de un capítulo especial dentro de la Ley de Trabajo No Asalariado para el trabajo sexual. ¿El objetivo? Que aquellas trabajadoras que, como la Roxanne de The Police, se vean obligadas a esperar bajo la luz roja, no sean extorsionadas por las autoridades o los proxenetas.

–Ellas, sobre todo las trans, ya pusieron el cuerpo y se ganaron esos espacios– establece enfática Midori.

El reconocimiento incluiría la posibilidad de contaran con un seguro y hasta que pagaran impuestos.

Con ese objetivo en la mira, Midori y sus compañeras se encontraron con el diputado Temístocles Villanueva, entonces presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Poder Legislativo, quien se ha enfocado a buscar el reconocimiento de la comunidad LGBT+ y las trabajadoras sexuales, entre otros sectores de la sociedad.

Es ahí donde convergen sus dos actividades. La carrera de Antropología Social, que se pagó ejerciéndolo y el trabajo sexual.

Parte de ese reconocimiento, implica la aceptación de que no todo aquel que vende su cuerpo es víctima de explotación.

Entre memes y nudes

A Midori le sucedió –me platica– que durante uno de sus días de descanso en aquella casa de citas en la que inició, cayó un operativo policial. Le avisó el marido de Claudia, que había ido a hacer un mandado cuando los policías se llevaron detenida a su mujer. Poco después fue encerrada en el Reclusorio de Santa Marta Acatitla.

Para ella, tanto Claudia como su marido eran buenas personas pues no retenían a nadie en contra su voluntad. Simplemente coordinaban un lugar de trabajo.

–Hace falta distinguir lo que es trata de lo que no, porque yo podría contratar a un tipo para que fuera mi chofer y me cuidara, pero eso se podría confundir con que es mi padrote en vez de mi empleado. No todas somos víctimas de explotación y en el último de los casos, por el sólo hecho de tener que salir a trabajar ya todos somos víctimas de una explotación sistémica.

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Días antes de encontrarnos, eché una mirada a su cuenta de Twitter. A María Midori la siguen más de 9,000 personas. Tenía más, pero alguien reportó su perfil y lo dieron de baja. Continuamente le pasa a ella y a quienes como ella, elegir llevar una vida que incomoda a terceros.

Son curiosos sus tuits. Como cualquier persona que ofrece un servicio al público, tiene que avisar cuando por razones de fuerza mayor se ve obligada a bajar la cortina.

“¡Ay! Se me olvidó decirles que ando en mis días desde el miércoles y por eso no ando dando citas (carita suplicante). Agendamos a partir del próximo lunes”.

A su mensaje, retuiteado en un par de ocasiones y con más de 80 likes, lo acompañan varios emojis.

De vez en cuando comparte memes, fotografías personales (o familiares, como es el caso de una en la que felicita a su mamá por su cumpleaños) o alguna nude en la que se pueden apreciar los tatuajes que adornan su anatomía. También retuitea los perfiles de otras trabajadoras sexuales, algún mensaje del diputado Temístocles o una noticia publicada en algún medio nacional o internacional, relacionada con el trabajo sexual.

Tal es el caso de una trabajadora sexual en Nueva Zelanda que fue indemnizada por más de 50,000 euros luego de sufrir acoso sexual por parte del dueño de un burdel o su reciente viaje a Panamá para ser parte de un Encuentro Internacional.

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Precaución: sex worker trabajando

Midori es una morena que transmite una poderosa energía. Paradójicamente, su voz irradia una ternura innegable y aunque el volumen la música del bar donde nos encontramos (en el que coincidentemente sonó la canción de The Police a la que hice referencia arriba) a veces me dificulta entenderla, le pongo tanta atención a al movimiento de su boca, que casi puedo leerle los labios.

Durante algunos periodos de su vida dejó de lado el trabajo sexual. Hubo clientes que después se convirtió en su amigo y la invitó a realizar el monitoreo de medios en la campaña de un político muy famoso. Ahí podía poner en práctica sus conocimientos antropológicos.

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Aunque sólo comprobó aquello de que algunos seres humanos intentan sacar provecho de su posición de poder.

Un par de esas personas le pedían favores sexuales para conservar los empleos que le habían ofrecido.

–Decidí regresar a la putería porque me permitía pagar la renta, la comida y estudiar. Además, la diferencia es aquí yo digo con quién, dónde y por cuánto dinero. Nadie me obliga a nada.

Está consciente que hay una fracción del movimiento feminista que no está de acuerdo con el trabajo sexual. Su opinión como científica social es que no existe la “cosificación” de la que se habla.

–Desde el momento en que tienen que negociar conmigo creo que ya es muy claro que no soy un objeto. Puede haber más cosificación en que me morboseen cuando voy a caminando en la calle, que en el ejercicio del trabajo sexual.

–¿No te da miedo contagiarte de algo?– le pregunto.

–Me da más miedo contagiarme en una situación de sexo casual, como que fui a una fiesta, me puse peda y me metí con un tipo. Esto es diferente, es mi trabajo y en él, soy muy profesional.

La conclusión de María Midori es a la vez el # que usa en redes sociales. Algo que no viene en ningún libro de Foucault, pero que avala su experiencia.

–El trabajo sexual también es trabajo.

 

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