Esta es la historia de los cuerpos que hacen de su desgracia un divertido disfraz.
“No hay nada más divertido que la desgracia.” Esta sentencia del gran Samuel Beckett tiene que servir de asesora de vestuario al momento de ir ideando un disfraz para la fiesta de Halloween. (Hallowheels, por aquellos casos que incluyan ruedas.)
¿Cómo viven su sexualidad las personas con discapacidad?
Te invitan a la fiesta con concurso de disfraces. Según la discapacidad, puedes ir descifrando tu ventaja competitiva para ganarte el primer lugar. Con silla de ruedas se puede hacer a un muy buen Stephen Hawking, un gran profesor X, al inigualable teniente Dan Taylor de Forrest Gump y hasta Superman; aunque la capa se puede ensuciar mucho si se enreda en las ruedas y les exigiría más cultura fílmica a los jueces de nuestro hipotético concurso, tanta como para percatarse que se trata de Cristopher Reeve el hombre de acero que, luego de un accidente que lo dejara inmóvil, dedicó su vida a la defensa de los derechos de las personas con discapacidad. Va quedando claro que aquí el que se enoja pierde, se pierde del cotorreo y seguro pierde el concurso. Los que se dedican a estar renegando de su condición vital ya tienen casi todo perdido.
Si estas ciego puedes hacer un Ray Charles, un Stevie Wonder o al coronel Frank Slade, el icónico personaje de Al Pacino en Perfume de mujer. El caso del militar retirado tiene muchas ventajas para la fiesta porque te la puedes pasar hablándoles a las morras y tomando whisky fino. Para este punto el concurso nos importa menos. La diversión está garantizada.
Si se tiene bastón, está Doctor House, el Maestro Splinter en las Tortugas Ninja y hasta de Moisés abriendo el Mar Rojo si uno anda más bíblico. Cada dificultad es una ayudita para mejorar el disfraz, sobre todo si viene con accesorios.
En un Halloween fui de Jimmy de South Park aprovechando las muletas, tal vez sería más correcto decir “Jimmy sobre Jimmy” porque me puse la playera bordada (por las bellas manos de mi amiga Luz Elena Romero) con el personaje de caricatura y luego iba yo en mi versión real. No gané el concurso de la fiesta. Le adjudico mi derrota a que no hubo ningún lisiado lo suficientemente comprometido para ir con su silla de ruedas para hacer al Timmy y así formar la mancuerna ganadora armando en medio del guateque una guerra de lisiados. La solidaridad siempre es importante para lograr las victorias y para la diversión, la desgracia debe ser una gran aliada.
Los aditamentos -muletas, sillas, férulas, inhaladores, lentes y otros- pueden ser vistos como estorbos, lastres para existir o conformar la utilería para el desarrollo de nuestros personajes. Dichas caracterizaciones pueden tener lugar en la fiesta de disfraces, en el escenario del teatro o en la vida cotidiana; sus desventajas ya las conocemos de sobra, así que conviene preguntarse cuáles son sus aportes creativos. Al final, es la creatividad la única capaz de hacer alquimia con la tristeza y que el asunto termine en risas.
Los convencionales pueden indignarse al considerar impropias mis propuestas de personificación, lo bueno es que los impropios son ellos. Cuando los que vivimos con discapacidad nos adueñamos de lo que el destino nos ha arrojado, somos como la magnífica figura de acción cuyos accesorios no se venden por separado. Los implementos médicos se convierten en extensiones de nuestros cuerpos, a cada quien le toca decidir si se deprime o se divierte.
En mis piernas llevo siempre unas férulas de polipropileno que son calientes y jodonas. -no en el sentido que uno quisiera- Siempre he sostenido que quitárselas al final de un día agitado es un placer superior al de cualquier orgasmo común y corriente. En días calurosos el despojarse del plástico, que hace de los pies unos saunas móviles, constituye un gozo apenas conocido por los mortales.
Isela Váz convirtió en poesía su sufrimiento
Esas férulas se convirtieron en el prop perfecto para personificar a Sebastián un sargento retirado y en desgracia en una producción teatral “El monte calvo” de Jairo Anibal Niño. Mi vestuario era militar y las férulas tienen pintado el camuflaje castrense, como llegan hasta la rodilla sólo me restaba echarme encima y short verde, una chaqueta de banda de guerra y un gorro de capitán. Mis muletas eran una cereza de ese pastel. Ya soy sobreviviente del mundo real, lo que hago por placer es construir personajes dignos. Preparen sus disfraces y no echen en saco roto mis consejos. Pueden ganar más que un concurso.