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La historia de mis fotos con Luis Miguel

Por: Víctor Hugo Sánchez 20 Abr 2021
Sin duda, debo haberme tomado más fotos con Luis Miguel. Sin duda. Pero sólo conservo estas dos más por añoranza […]
La historia de mis fotos con Luis Miguel

Sin duda, debo haberme tomado más fotos con Luis Miguel. Sin duda. Pero sólo conservo estas dos más por añoranza de aquellos años mozos, que por el valor que han cobrado a la postre: soy, al menos de mi generación, el único periodista que puede presumir y confirmar, la cercana relación que tuve con el cantante durante 8 años.

Y hoy, y desde tiempo atrás, han avalado mi carera y me han dado proyección internacional, como este fin de semana, en que di entrevistas para Argentina, Colombia y Nueva York, en programas de radio donde “nos dijeron que sos vos el colega que más estuvo cercano de Micky, ¿es cierto?”

Y, sí; pues, sí. El más cercano. Al menos esos ocho años y, luego, con la llamada telefónica que tuve con El Sol hace siete u ocho años, a través de Alejandro Basteri, su hermano.

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Contar tantas veces las anécdotas que tuve con Luis Miguel me han dado el timing preciso, el tono perfecto, y la entrega divina de uno o dos; no, menos, como cinco textos que escribí de Luis Miguel para diversas publicaciones, primero; luego para mi libro RP: el otro lado del espejo y para mi podcast en Spotify: De tinta y tintos (lo que se quedó en el tintero), de tal forma que argentinos, colombianos, mexicanos, de donde sea se quedan asombrados, primero, y azorados, después, de la narrativa y de la anécdota en sí.

 

 

Y, ¿cómo habría de ser, si no todo el tiempo conoces a alguien que sí convivió con Micky, como ahora le llaman estos pelotudos y confianzudos de mierda? Vaya, ni yo llegué s llamarlo así, aún cuando me lo pedía el mismo cantante, al que entrevisté no menos de unas cuarenta veces en esos ocho años de cubrir su carrera.

LA PRIMERA FOTO

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La primera de las fotos, en orden cronológico, es la maravillosa blanco y negro que, si no mal recuerdo, debió tomar Raúl “Speedy” González al inicio de la entrevista en su penthouse de Polanco, aquella noche en que, una vez cerrada la libreta y apagada la grabadora, Luis Miguel me invitó un whisky porque, como habrán visto en la serie de Netflix, sí que le pegaba rudo al trago.

Y, pues como yo ni bebía en aquellos años, me animé porque, me dije a mi mismo: mi mismo, es como si tomaras con Frank Sinatra, con Elvis Presley, con Michael Jackson… ¡con el mismísimo Luis Miguel!

Y ahí, el fragor del trago, las cuitas se fueron dando, una a una:

Le gustaba, en aquellos años, ver las películas en blanco y negro del Canal 4. Le gustaban las películas de Arturo de Córdoba, y se imaginaba filmando una cinta muy al estilo James Bond.

Y le gustaban las rubias, porque esa noche, ya como al tercer trago, vi salir de una habitación a una hermosa rubia completamente desnuda, de una habitación a la cocina, regresar a la misma habitación con un vaso con agua, mientras el cantante me decía, ya medios chiles:

-Víctor Hugo, no sabes lo que daría por tener tu vida.

-No exageres. Yo no tengo este Penthouse ni esa rubia que acaba de pasar.

-No sabes. Daría mi carrera por cenar en Navidad con toda mi familia, mis padres, mis hermanos.

Dijo eso y comenzó a lagrimear. No a berrear, acá, gacho; pero sí comenzaba a mojar sus ojos y yo preferí huir. Soy malo para ver llorar a nadie. No me gusta. No sé qué hacer ni qué decir.

Y en esos momentos, nadie en México sabía por el infierno que estaba atravesando Luis Miguel.

Y justo, la cita para la entrevista era para platicarme (¿recuerda que en la primera temporada de la serie, “Hugo López” le dice a su asistente? Dile a Humberto Rivas de El Heraldo que le daremos la exclusiva de la independencia de Micky… ¡Yo soy Humberto Rivas, y esa era la nota y motivo de ese día!) que él manejaría su carrera y que su padre se regresaba a España.

 

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LA SEGUNDA FOTO

La historia de mis fotos con Luis Miguel 1

Para esos años, ya éramos muy cuates. No de piquete de ombligo ni de tener sus números telefónicos ni nada parecido, pero la cercanía que había logrado con Luis Miguel me permitió tener anécdotas como ésta:

Presentación del disco “Luis Miguel: 20 años”.

Acapulco.

Un día entero para dedicar a la prensa escrita. Alberca. Tragos. Comida.

Mesas de 8 lugares, y más de 40 colegas dispuestos a convivir con El Sol.

“Tú te sientas a su derecha; Cristina Martínez, a su izquierda, y no se mueven. Iremos rotando a todos los demás periodistas, de manera que comerá la entrada con unos, el plato fuerte con otros y el postre con otros, hasta completar las entrevistas. Pero ustedes se quedan a su lado todo el tiempo. Él los quiere y se siente seguro con ustedes”, me dijo Óscar Mendoza, ejecutivo entonces del sello discográfico.

Todo iba bien, hasta que…

Para el postre, un colega demasiado ebrio le gritó: “¡bésame, Micky; dame un beso!”, y tras la repentina e inesperada declaración amorosa, Luis Miguel pidió irse de inmediato, causando el enojo de todo el gremio y de los ejecutivos disqueros.

Estas dos fotos, y las otras muchas anécdotas que tengo con Luis Miguel me han servido, al paso de los años, para revalorarme, para ser revalorado por el gremio, y para dar éste y otros testimonios de él y de otros grandes, como Salma Hayek, José José, Juan Gabriel e infinidad de artistas con los que tuve la suerte de estar cerca.

Que ¿si me molesta dar entrevistas? No. Ciertamente, no. Es raro, porque los periodistas somos los de atrás de la cortina; somos nosotros quienes entrevistamos a los artistas. Pero, bueno, si hay que dejar testimonio del paso de los años y de la fortuna de haber coincidido con celebridades de esta talla, pues adelante: he ahí mi testimonio..

Y la historia de mis dos fotos con Luis Miguel.

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