El niño al que Daniel Sosa le habla
Daniel Sosa despide una hora y media de carcajadas con un comentario en serio. “Imagínate un cuarto blanco –ahí sí les echo el albur, dijo– en el que sólo hay una mesa y dos sillas. En una de ellas está sentado tu yo de ahorita y en la otra tu yo de cuando tenías 5 años. Si ese niño no se muere por convertirse en tu yo actual, si no te admira, ¿qué estás esperando para cambiar algo, para transformarte en eso que sí quisiera ser ese niño?”.
El Metropólitan se parte con el trueno de un aplauso. Hay quien incluso derrama una lágrima. A estas alturas de martes habrá quien en efecto desee conectar con aquel chiquillo que fue. Otros aprovecharán que la documentación del show …Estamos grabando del comediante ha concluido para ir a comer unos tacos. Total: lo reído nadie nos lo quita.
Antes de contar la anécdota del niño Daniel nos recuerda que una vez abrió el show de Sofía Niño de Rivera en este mismo recinto. Que quiso ser comediante después de ver a Ricardo O’Farrill y que fue el quien le recomendó que se inscribiera un taller de stand up comedy. Que desde entonces soñó con abarrotar el número 90 de la calle Independencia. Como en este momento, en que sería imposible acomodar un alfiler en alguno de los asientos.
Si se tratara de un video de hip hop no faltaría quien gritara: “Daniel Sosa está en la casa”.
Al final de este viaje evocativo en el que el exempleado de Walmart recuerda sus días de escolar, su infancia cuando no existía Internet y hasta hace mofa del extenso santoral mexicano, incluso aprovecha para lanzar un mensaje que da justo en el clavo temporal: “Parece que no aprendimos nada de los aztecas, porque seguimos comprando espejitos. Ahí tenemos a Peña Nieto como Presidente. Pero estoy seguro que disponemos de lo necesario para cambiar este país”.
El elfo en el bosque
Millennials, Generación Z, X y algún Babyboomer perdido ríen sin pudor de la rutina ejecutada por Sosa. Con un estilo que a estas alturas de su carrera no podría pertenecer a nadie más, su desbordante ironía consigue crear una complicidad con la audiencia tiene como resultado la risa. Daniel, en su papel de narrador, conduce al público a través de sus recuerdos familiares y consigue establecer un admirable vínculo de identificación.
Antes de su comparecencia, calientito le dejan el entarimado sus colegas Franco Escamilla –que actúa como host–; Ana Julia Yeyé, con sólo diez minutos de poderosa rutina muerde como pitbull al público y ya no lo suelta y Sofía Niño de Rivera, a quien se aprecia un tanto disminuida en su ritmo, pero cuya empatía y popularidad la sacan a flote.
Sosa sale a un escenario enorme sintiéndose como elfo en medio de un bosque. Saltando de izquierda a derecha y apenas sostuvo el micro entre las manos, comienza a soltar líneas de texto sin disminuir la energía. La conexión se da de forma inmediata y el diafragma hace lo suyo: empezamos a reír sin parar.
No hay valles en este encefalograma. Sólo notas altas, ejecutadas con maestría por un joven peor no por eso menos experimentado escritor de comedia que sabe a dónde dirigir sus flechas. Incluso la sección más escatológica de rutina penetra sin dolor en la piel de su audiencia. Ya Netflix, cuando estrene este especial, podrá dar fe de mis palabras.
Wendy Wasserstein dijo que la verdadera finalidad de la comedia es ocultar el dolor. Estoy seguro que oculto tras bambalinas, donde nadie pudiera verlo, un niño de cinco años viajó desde el pasado para mirar el show. Ansioso, quiere crecer para convertirse en el señor que se gana la vida contando el día que un bully le escondió la mochila.
