Salte con la tuya: persuasión vs seducción

Ambos son conceptos a los que recurrimos en la vida personal y laboral, que nos ayudan a conseguir nuestros objetivos. Entérate cómo ponerlos en práctica.
A diario somos bombardeados por estímulos que compiten por nuestra atención; a través de todos los medios, ya sea los del mercado o el estado, nos sumergen en una profunda andanada de mensajes que buscan que consumamos y nos apeguemos a ciertas reglas.
Derivado de esta vorágine persuasiva, hemos desarrollado una especie de filtro que sólo se interesa por lo que aparenta ser congruente con nuestros valores, ideas, prejuicios o expectativas, todo esto en un lapso muy corto.
Se calcula que una persona promedio que viva en una ciudad recibe unos tres mil señuelos publicitarios al día. Por ello, nuestra mente descarta en automático a todo lo que parezca obvio y burdo.
La seducción es el arma de la espía rusa Maria Butina
En la industria moderna de las ventas, por ejemplo, el primer consejo que le dan a los nuevos vendedores es dejar de vender. Es decir, poner a un lado la obviedad del interés propio e implementar la escucha como primer paso del proceso de venta.
Si bien, todo acto de comunicación es un acto de persuasión, existen métodos que son más eficaces y, ante la multiplicidad de ofertas, tenemos que ser lo suficientemente contundentes y certeros para conseguir cumplir nuestros objetivos. Los seres humanos somos criaturas que no soportamos sabernos subyugados a la voluntad ajena.
Es así como aparece la seducción, que puede ser entendida como una forma de persuasión que no opera conscientemente en las personas, ya que incita a la mente inconsciente y por ello su efectividad tiene un margen de error casi nulo cuando se ejerce de la forma correcta.
Materia prima: atención
Seducir implica provocar, cultivar el misterio y utilizar el encanto como herramienta para entrar en la mente del otro. En suma, un seductor no es un parlanchín ni busca ser constantemente el centro de atención; antes bien, la materia prima de la seducción es la atención al otro. Antes de hablar de él o de sus intenciones, el seductor escucha a quien quiere seducir, conoce sus ideas, detecta sus carencias, se interesa por sus expectativas y, sólo después de ello comienza a proyectar una imagen que sea congruente con las necesidades del prospecto. Un seductor nunca tiene prisa, porque la inmediatez nunca ha sido buena en el largo plazo y, además, denota poca elegancia e inseguridad.
La seducción necesita obstáculos, requiere crear resistencias. El seductor, contrario a lo que muchos piensan, no sucumbe ante el deseo ni da todo de golpe, sino que suministra lo que pueda dar poco a poco y, en ocasiones, lo omite para generar mayores expectativas. Por consiguiente, la habilidad para retardar la satisfacción es el arte consumado de la seducción. El seductor no tiene miedo de perder y su amable manera de dirigirse hacia el seducido se desliza siempre en la delgada línea que existe entre el interés y la indiferencia.
No se aplica la fuerza ni la insistencia en el proceso, pues dejaría de ser seducción; es por esto por lo que no todas las personas tienen la capacidad de ejercerla, ya que hace falta un gran nivel de autoestima y un dominio considerable del ego –que no son la misma cosa– que le permita moverse con ligereza en la pista inconsciente del otro. Por eso no fuerza, más bien insinúa, siembra ideas, crea conjeturas y hace sugerencias respetuosas.
Somos espejos
La seducción juega en el terreno de lo prohibido y hace que los deseos más profundos salgan a la luz; quienes practican el arte de la seducción liberan las represiones del otro y lo hacen sentirse bien con ellas. Por eso somos tan vulnerables ante los seductores, porque nos hacen creer que somos nosotros quienes estamos seduciendo y no hay nada más efectivo en el proceso de seducción, persuasión o negociación, que hacer creer a la persona que hace lo que hace por sus propias razones. Principalmente en eso se distingue la seducción de cualquier otro método persuasivo.
Es por ello que la seducción se nutre más de actos que de palabras y pone el acento en los detalles, pues estos son los ladrillos que construyen el puente del encanto a través del cual se llega al terreno fértil de la imaginación; en ese jardín es donde la mente del seducido creará sus propias ideas y certezas, ahí idealizará la realidad con base en sus propias carencias, las cuales siempre serán más poderosas que cualquier argumento.
La seducción es un juego psicológico, por lo que no tiene nada que ver con el físico de una persona, su imagen ni las características de un producto, sino con la capacidad de salir de uno mismo y ponerse en los zapatos de la otra persona, de tratar de ver el mundo a través de sus ojos. Así, no hay nada que ame más la gente –después de sí mismos– que ver sus gustos e ideas reflejados en otra persona. Los seductores son espejos, y sucumbimos ante sus encantos, porque podemos ver en ellos lo que somos, pero sobre todo lo que quisiéramos ser.