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Pepinos, peluches, almohadas y todo con lo que masturbo

Por: Soraya Villanueva 07 May 2024
“La masturbación provoca amnesia y no me acuerdo qué otra cosa”, dijo Woody Allen, pero esta pluma recuerda perfectamente cada uno de sus encuentros sexuales en soledad y nos los ofrece amanera de recuento.
Pepinos, peluches, almohadas y todo con lo que masturbo
FOTO: PIXABAY

Al contar cómo me masturbo es inevitable ir al pasado. Aquel donde pepinos, peluches, sábanas y hasta la esquina de un pupitre fueron parte de mi despertar sexual.

Sólo era una niña cuando descubrí los placeres de la carne. Prefería treparme a una bardas para frotarme que jugar a las muñecas. Entonces no me tocaba todavía, eso me daba miedo, pero sí me enloquecía disfrutar del dulce roce con mi clítoris, aquella joya del orgasmo que ni siquiera sabía que se llamaba así. Me apoyaba en la punta de una mesa, por ejemplo, y me movía hacia atrás y adelante, en un vaivén en el que podía quedarme hipnotizada durante horas.

Esa anécdota fue sólo el comienzo. Cuando tuve más años, por accidente toqué mi clítoris y comencé a jugar con él. Primero sobre mis pantaletas y después tímidamente introduje mis manos. Esa sensación me hizo vibrar, así que me bajé la ropa, abrí las piernas y comencé a jugar con el centro de la llama. Me estremecí, estaba mojada y sin entender lo que me pasaba, descubrí mi primer orgasmo.. Lo primero que pensé fue que me había hecho pipí.

El placer que la naturaleza otorga

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Así descubrí diferentes formas de provocármelo hasta volverme adicta. Entre frotarme con sábanas, cobijas y almohadas mi deseo fue en aumento. Masturbarme me transportaba a otro espacio. Un día, ya en la pubertad, en aquel jardín de la casa donde solía caminar todas las tardes, esa extraña sensación que me invadía por las noches se hizo presente. Mi sangre me hervía en las venas. No pude resistir más: apareció frente a mí un árbol erecto, con sus ramas delgadas expuestas al sol. Tomé la primera rama a mi alcance. Me puse en cuclillas, alcé mi falda y mi ropa interior término en la tierra. La rama se deslizó sobre mi clítoris y mientras el sol alcanzaba su punto más alto en el cielo un gemido se escapó de mis labios. Un festival de luces invadió mi cuerpo y mis piernas se doblaron. Caí al charco que formaron mis fluidos junto con el lodo.

Pepinos, peluches, almohadas y todo con lo que masturbo 0

Foto: Pixabay

Desde ese día, descubrí un nuevo placer en las texturas de ramas y hojas. No había día que no me masturbara. Por las noches, tardes o mañanas, no importaba la hora, siempre que podía, me dejaba llevar por mis instintos. Así hasta que una noche, entré a la regadera y el agua fría que caía de golpe en mi cabeza, rozó mis pezones.

Me senté en el suelo, con las piernas abiertas y dejé que el chorro de agua apuntara hacia el corazón de mis espasmos. Esa noche me entregué al espejo.

Adolescencia bendito tesoro

Durante mi adolescencia en innumerables ocasiones sentí la necesidad de masturbarme. Varias fueron en los sanitarios, hasta que un día la profesora de química nos prohibió las salidas porque según ella nos hacíamos tontos. Entre su explicación de estados de la materia, sentí una enorme necesidad por salir huyendo. ¡Vaya que yo estaba a punto de lograr una sublimación!

Todos se acercaron al escritorio para observar el experimento. La profesora no paraba de hablar. Yo no necesitaba ver sus ejemplos. Mi vagina pasó a un estado líquido, me acerqué poco a poco al escritorio de la profesora y me recargué en el pupitre de un compañero de modo de que mi vagina rosara con el metal. Y entonces comenzó mi punto de ebullición, intensificado con la rapidez del movimiento de moléculas y partículas, hasta elevar mi placer al máximo.

De la masturbación a la penetración

Mi primer novio formal llegó y con él, el adiós a mi virginidad. Estaba recostada en su cama con los ojos cerrados y mientras sus gráciles manos me recorrían lentamente, comencé a jugar con mi sexo ardiente y mojado. Abrí las piernas y mis jugos brillaron como finos hilos de plata como el resplandor de la luna, que alimentaban un mar que yo imaginaba dulce y tormentoso, agitado por las olas de su sexo que se hundía en mí, inquieto y desesperado, como buscando un tesoro perdido. ¡Y el tesoro fue encontrado! Lo supe cuando comencé a retorcerme. ¡Qué rico fue masturbarme mientras cogía! Ríos de fluidos salados escurrieron por mis piernas y las suyas.

Desde esa vez, no dejé de pensar en lo placentero que era tener algo dentro de mí. Así llegó mi segunda etapa de  experimentación. Otro día mientras buscaba un programa de TV para entretenerme, descubrí un canal de sexo. Fue como abrir la caja de Pandora del éxtasis. Tantas imágenes estimulantes me perturbaron. Hurgué dentro de mi armario en busca de algo que llamara mi atención y lo encontré: un peluche de serpiente que mi ahora “ex” había ganado para mí en una feria. Cegada por mí excitación, agarré el juguete y me senté en una silla con las piernas bien abiertas para ir metiendo la cola, la cual encajó a la perfección en mi vagina caliente. Fantaseaba con un pene grande. Enmudecí mis gemidos mordiendo una toalla, para no despertar a mis padres. Entre sudores y palpitaciones, me vine varias veces.

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Revelaciones desde la autoexploración

Entonces llegó mi periodo de objetos: derretí varias paletas de hielo en mi vagina cubiertas con condones. En otra ocasión, el olor a tierra mojada me recordó aquel primer árbol y aunque mi hermana dormía profundamente en una cama junto a la mía, me toqué hasta que el orgasmo me dejó dormir.

Pepinos, peluches, almohadas y todo con lo que masturbo 1

Otro día, mientras leía relatos sexuales en Internet tuve una idea y busqué mi abrigo para salir a concretarla. Me dirigí al mercado y compré un par de pepinos. Los elegí cuidadosamente. No quería que fueran muy grandes, pero sí lo suficiente para mis fines. Volví a casa, le coloqué un preservativo al primero y le unté lubricante.

Mientras afuera se desataba una tormenta, dentro de mí tenía lugar otra. Introduje el primer pepino en mi vagina. Lo digo en serio: el placer que da un pepino es mucho más gozoso que el que puede brindar un consolador, porque es más similar a un pene.

Al momento  que me penetraba fui relajando mi ano con un dedo y un poco más de lubricante. Después metí dos dedos. Cuando ya me arqueaba de excitación, coloqué la punta del otro pepino en mi ano y empujé. Exploté. Siempre creí que el sexo anal era una experiencia dolorosa a la que las mujeres accedían para retener a los
hombres, pero estaba equivocada.

En todos estos años, eres el primero con el que me acuesto. La verdad es que el placer que plantas, vegetales, fierros, lápices, controles remotos y cualquier forma fálica me ha dado, me hizo pensar que tener una pareja con quien pelearte y que te ponga el cuerno, representa una complicación innecesaria. No creas que muchos no han querido irse a la cama conmigo, pero la verdad, siempre preferí masturbarme.  Y hoy puedo seguir afirmando que si me masturbo es por placer.

Nadie me conoce mejor que yo. Pero de ti, lo que realmente me conquistó no es el tamaño de tu pene ni el que compartas mi pasión por el onanismo, sino que me confesaras que desde hace mucho tiempo te masturbas con una fotografía mía.

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Soraya Villanueva Escritora Adicta al té y al ramen. Escribo, cocino, tomo fotos, luego existo.
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