A sus 70 años escribe sólo cuando le dan ganas, pero le dan ganas muy seguido. Redacta a mano con tinta morada y con The White Stripes al máximo volumen. Todos los días piensa en la muerte, sin embargo preferiría que otro hiciera su epitafio.
En su libro La contracultura en México, publicado en 1996, José Agustín consignaba la frase del activista sesentero Jerry Rubin: “no confíes en alguien mayor de 30 años”. No obstante, en la actualidad, el escritor nacido en Guadalajara, Jalisco, pero registrado en Acapulco, Guerrero, y que el 19 de agosto cumplirá 7 décadas de existencia, es uno de los más leídos por la juventud gracias a libros como “El rock de la cárcel”, en el que cuenta su paso por el palacio negro de Lecumberri o “De perfil”, una de las novelas de iniciación más populares de todos los tiempos y protagonista de la llamada “Literatura de la onda”. La tumba, su primera obra publicada, celebra medio siglo de existencia y con ése y otros pretextos nos reunimos con él. “Puedes confiar en mí, aunque ya casi tengo 70 años”, me dice de entrada.
-A esos pocos. Yo empecé a escribir por vocación, era casi un niño cuando lo hice, a los 11 años, y desde entonces no he parado. He pasado por la novela, el cuento, el guión, la traducción, entre otros géneros. Muchas veces me dijeron: “es que tú escribes para los jóvenes”, pero no, yo siempre escribí para que el me quisiera leer y cuando era niño tenía lectores mucho más grandes que yo.
-Sí (risas) y estoy convencido de que se puede hacer literatura con cualquier cosa.
-¡Qué lástima que Carlos haya muerto! Además de los compromisos que tenga, me siglo leyendo dos o tres libros por semana. Aunque lo que leo por trabajo es un trabajo bonito. Uno de los últimos que realmente me gustó es de Robert Graves y se llama Dioses y héroes de la antigua Grecia.
-¡No chingues! (Risas) Pues yo espero que no, porque es mucha gente la que me manda material para que le dé una opinión y hay cosas muy interesantes. Trato de a leer casi todo, aunque también hay cosas que no me llaman y las dejo. Hasta eso me rinde mucho el tiempo desde que me vine a Cuautla, en 1975. Desde entonces mi producción se triplicó.
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-No, soy un desmadre. Escribo sólo cuando me dan ganas. Pero me dan ganas muy seguido, entonces escribo mucho. Escribo todavía a “manopla” con plumas de tinta morada, después lo paso a la computadora. No sé por qué morada, pero ahorita que venía para acá compré otra pluma de tinta morada, mira.
-Tengo hijos muy bonitos que me ponen al día. Nunca me ha dejado de gustar el rock y trato de estar empapado. Me agrada escucharlo fuertecito, con buen volumen, de preferencia en acetato porque se oye mejor. Cuando no se puede, pues con audífonos. Tengo un iPod, pero hoy no lo traje.
-No, el trato con la gente me gusta bastante. He llegado a firmar hasta 600 libros de un porrazo. La mano se cansa, pero es muy estimulante.
-Para los escritores es de la chingada estar en la cárcel el tiempo que sea, pero al mismo tiempo te enseña mucho. Dostoyevski estuvo preso, medio mundo ha estado encerrado, y ahí tienes la oportunidad de reflexionar las cosas con más profundidad y expresarlas a través de la escritura. ¿Qué si hay más libertad? Yo puedo hablar sólo por mí, he disfrutado de mi libertad cuanto he podido.
-Yo hice muchos: Vicente Leñero, Gustavo Sainz, Ignacio Solares, todos estuvimos juntos en una revista desde los 20 años. Cuando nos encontramos, sigue habiendo magia entre nosotros. Hace mucho a Gustavo y a mí nos gustaba ir al cine pero siempre nos salíamos a la mitad para imaginarnos el resto de la película.
-Muchos, como que fue testigo de mi noviazgo con mi esposa, cenamos varias veces con él en la casa. Juan José me publicó mi primera novela, La tumba, cuando yo tenía 18 años. Luego, una de las primeras personas a las que se la llevé fue Salvador Novo y al otro día que lo conocí, escribió algo muy bonito en el Novedades, que era el periódico más importante.
José Agustín. Foto de Miguel Ángel Manrique.
-No me gusta la narcoliteratura, me gusta la buena literatura trate de lo que trate.
-Mi vocación literaria era tan fuerte que hubiera escrito de cualquier manera, pero sí, el contacto con la contracultura gringa y europea me pegó muy fuerte. Gracias a eso me metí en el Zen, el Hinduismo. Fuimos precursores del New age.
-En la economía es una señora desventaja, pero si se le maneja en el concepto de “todos estamos conectados”, sí es una ventaja.
-Sí y es maravilloso, porque cuando traduces llegas a conocer a los autores con una perspectiva que antes no tenías. De repente descubres afinidades entre una persona mucho más grande que tú o que ni siquiera conociste, pero que sigue vigente a través de la palabra. La literatura tiende ese tipo de puentes, aunque a veces se vuelve un abismo cuando los escritores son muy mamilas.
-Así es, en la literatura se vencen las barreras temporales. La gente escribe en su tiempo pero 15, 20 años después, todavía se entiende. Yo digo que sí, pero tú juzgarás. Es una chinga ser viejo, como dice Felipe Cazals. El lado más oscuro de la vejez se resume en un “ya no puedo”. Lo bueno es que escribir sí puedo y mucho.
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-Sí, un poco, porque las cosas se transforman. En el fondo la juventud es un estado biológico que inexorablemente pasa por las mismas etapas. Cuando salió De perfil, en 1966, se armó un gran escándalo; me dijeron que era obsceno y pornográfico, aunque hoy es muy fresa. Pero yo no entiendo esos criterios, manito. Si la literatura está bien hecha no debería haber obscenidad. En todo caso, sólo hay buena y mala literatura.
-La vocación literaria por una parte, la cárcel también, y antes de eso, los problemas tan serios que tuve con las mujeres. Ellas ocupan un lugar muy chingón en mi vida, son mis musas. Estoy a punto de cumplir 50 años de casado y aunque tuve una etapa muy reventada, la verdad es que nací fiel. Ahí sigue mi musa, es la mejor del mundo.
-(Risas) ¡Qué pregunta más culera! Sí, tiene unas muy bonitas, la señora canta sensacional y sí me gusta escucharla.
-Todo el tiempo, me obsesiona, he escrito muchísimo acerca de ella. Me da miedo pero a la vez me atrae. Aunque yo no escribiría mi epitafio, mejor que lo hagan otros. Soy creyente pero no sigo una religión específica. Mi esposa es católica y con gusto la acompaño a misa, pero mi espíritu religioso se manifiesta de otras formas, como la cultura indígena. Por eso me duelen mucho los indígenas mexicanos, está de la chingada lo que les hacemos. Pasan décadas y la situación no cambia.
-Más bien es un prodigio, una cosa inaudita en este país. Cuando te llega a ocurrir es una gran fortuna. No tengo toda la lana del mundo, pero por lo menos nunca he tenido que hacer otra cosa que escribir.