Playbill: engaña al cerebro
El ser humano está destinado a moverse.
Mi entrenador siempre repite, cuando el ejercicio me desfigura el rostro de dolor, que en momentos así estamos condenados a sonreír.
El cerebro no distingue entre una sonrisa real y una impuesta, así que la interpreta como una orden para liberar endorfinas. Así el entrenamiento te genera más felicidad.
Una vez escribí para Playboy un reportaje sobre salud en el que entrevisté a una doctora. Me dijo que cuando un ser humano se ve imposibilitado a desplazarse, tiene muchas más probabilidades de morir. Podría ser mantenido con vida por otras personas, pero al final, la depresión lo orillaría a buscar un remedio definitivo a su inmovilidad. Como le pasó a Ramón Sampedro, el desgraciado a quien Javier Bardem interpretó en Mar adentro, y que durante más de 30 años vivió postrado en una cama después de un accidente que lo dejó cuadripléjico. Hasta que con ayuda de algunos amigos consiguió quitarse la vida.
“Soy una cabeza viva y un cuerpo muerto”, escribió Sampedro con un lápiz sujeto a su boca, en el libro Cartas desde el infierno.
Hace unas semanas, alguien a quien conozco se vio en la necesidad de guardar reposo un par de semanas, por culpa de un esguince. Ella, que tiene alas en los pies como Mercurio y que es famosa entre sus amigos porque “siempre anda corriendo, aunque nadie sabe por qué”. Encerrada en una cárcel sin barrotes.
Con gran esfuerzo se desplazaba con sus muletas. Hasta que, agobiada por la desesperación de saberse ave con un ala fracturada, la hermana de Mercurio varias veces rompió en llanto.
Hace tres días, cedió la inflamación de su tobillo y le retiraron el grillete.
Lo primero que hizo fue irse a celebrar bailando reggaetón.
Pero sobre todo, a valorar la capacidad de ir de un lado hacia el otro, de poseer la más básica, y a veces subestimada cualidad del ser humano: la de no mantenerse estático. Abril.
El cuarto mes de este año quizá sea momento de hacer un alto, dar un respiro profundo antes de reanudar el camino.
Siempre con una sonrisa. De todos modos, el cerebro es tonto y no distingue entre las que son reales y las que no. Por eso ayudan a pasar los tragos amargos.
