Se les ocurrió en pleno desempleo, escribir la primera novela mexicana de inteligencia y seguridad nacional por entregas. Sería una novela escrita por las cuatro cabezas más reconocidas del CISEN y con mayor experiencia interna y externa. A ser publicada en Playboy por ser su revista predilecta en los tiempos masturbatorios de la adolescencia. Se habían puesto a bromear que al igual que los narcos tomarían un apodo adecuado a su nueva circunstancia: Luis el Maremoto, Pedro el Huracán, Juanito el Tsunami y el Twinky Wonder. Extrañaban los tiempos cuando en plena acción se habían habituado al Johnnie Walker etiqueta negra, en cambio ahora sólo les alcanzaba para el de etiqueta roja con Coca-Cola.
Pero además, porque ya no tenían nada que perder, porque no estaba John Le Carré entre ellos, pero sabían escribir informes que se interpretaban como “producción de inteligencia”. Y por- que aborrecían a los gringos que eran ubicados como la “comunidad de inteligencia”. Con sus 16 agencias rivalizando entre ellas y metiéndose el bastón entre las ruedas. Siendo los más desalmados al servicio de la hegemonía imperialista, los muy cabrones de la CIA con su clara actitud sociopsicopática de torturadores con permiso de serlo en Guantánamo.
Seguidos de los bueyes del FBI, quienes fama de corruptos sí tenían, y ese doble lenguaje de simulación que les permitía presumir que hacían sin hacer. Con su eterno casquete corto como si el mundo se hubiera paralizado en los años cincuenta en tiempos del perrazo gay de Edgar Hoover y de su novio Clyde Tolson, quienes sin salir nunca del clóset bien que perseguían a los gays: justamente para esconder las pulsiones secretas de la pareja más chantajista y desalmada de Estados Unidos durante cuatro decenios, a los que Truman Capote se refería como “Johnny and Clyde”.
Pero qué decir de los pinches bueyes de la DEA, afamados por no perder ocasión de ponerse hasta la madre con la coca requisada y el tequila que se les hacía costumbre en cuanto empezaban a lidiar, perseguir y negociar con los cárteles mexicanos. La DEA hizo del Kiki Camarena su justificación predilecta
para meterse entre las patas del narco provocan- do verdaderas hecatombes humanitarias sin nunca salir raspados.
Pero sin olvidar, por cierto, que la CIA y la DEA andaban entre ellas a los purititos chingadazos en esa su “guerra contra las drogas”. Porque la CIA era la entidad paranoica que hacía enemigos de todos los que no apoyaban la hegemonía supremacista de los gobiernos estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, para desestabilizar gobiernos latinoamericanos debilitándolos para mejor manipularlos. Mientras la DEA se abocaba a buscar droga, drogadictos y traficantes para extorsionarlos, para así justificar su pinche presupuesto de burócratas provocadores que excusaban su vida desatando las guerra civiles asimétricas que llevaron a la tragedia sin fin a todo un continente.
Cómo olvidar que el ex agente Michael Levine en sus libros Deep Cover y The Big White Lie denuncia cómo fue más peligroso escapar de las celadas e intentos de asesinarlo de la CIA, que de los cárteles sudamericanos que había infiltrado en su calidad de agente encubierto. O, cómo fue que la CIA organizó “La Corporación”; la cual fue el aparato clandestino de esa agencia que impuso la epidemia del Crack o cocaína barata de mala calidad para drogadictos pobres en los barrios afroamericanos e hispanos de los Estados Unidos.
Según el viejo agente Luis Maremoto ya no era posible esconderle a nadie los niveles de violencia que hablaban de una “guerra civil asimétrica” en México, según la definición del Pentágono. Pero más allá de las definiciones, los números eran el terror mismo llevado a los límites de la locura social. El caso es que se encuentra México entre los países de mayor desigualdad en el continente y, al mismo tiempo, en 2018 sufrieron las mexicanas y los mexicanos la acumulación traumática de 33 millones de delitos. Con una cifra negra del 93.2% no denunciados y con una impunidad del 99%. Lo cual supone verdaderas estructuras delincuenciales con diferentes grados de organización como fuerzas paramilitares de criminales y narcoterroristas: con un saldo en 20 años de casi 400 mil asesinatos dolo- sos, 63 mil desaparecidos, más de 35 mil feminicidios y millones de desplazados, tanto en el interior como hacia el exterior, para huir de la violencia barbárica sin contención jurídica, religiosa o moral.