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Difícil de Creer: Temporada de caza, atrapen al ladrón

Por: Sergio Sepulveda 20 May 2020
De haber supuesto el tsunami que se nos venía, hubiera echado mano de algún deseo para los Reyes Magos que no usé cuando era niño.
Difícil de Creer: Temporada de caza, atrapen al ladrón

Un texto de dolor profundo y genuine escrito desde el confinamiento, ¿de qué sirvieron esos propósito de Año Nuevo cuando no sabíamos qué sería del año?

El 31 de diciembre de 2019 será recordado por todos como el día más inútil en la fabricación de propósitos y diseño de sueños para el 2020. Será para siempre la noche vieja más ingenua, al menos del último siglo.

Las mujeres que usaron calzones rojos para encontrar el amor, ojalá lo hayan logrado en el primer bimestre de este año, o por lo menos, deseo que hayan hecho el amor sin haberlo hallado; porque ahora mismo, el amor está en cuarentena. Atrapado, tan sólo latente. Los hombres que nos inscribimos al gimnasio y prometimos cerrar la boca al mismo tiempo que la puerta del refrigerador, estamos sobrellevando el ocio contando las horas para comer de nuevo.

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Si aún existe Dios, los especialistas en pronósticos, o charlatanes de oráculos, no sólo lo hicieron reír, seguro carcajadas le provocaron con sus profecías. Al parecer, ni el mismo Dios sabía que se podía equivocar con la humanidad de la forma en que lo ha hecho; cruel, sin distingos, con ira bíblica.

Tremenda tontería resultó el rito de salir a la calle con una maleta llena de aire, con partículas invisibles al ojo pero no así para la imaginación viajera. ¿Cuántos kilómetros para andar, manejar, nadar o volar quedarán pospuestos? ¿Cuántas tierras por conquistar, cuántas playas por profanar, cuántas fotos por tomar se quedarán en puntos suspensivos…?

De haber supuesto el tsunami que se nos venía, hubiera echado mano de algún deseo para los Reyes Magos que no usé cuando era niño. Hubiera hecho mi última carta pidiendo no un milagro, sino una chispa de sabiduría para un científico o una ruta corta para un infectólogo o una pócima anticansancio para el personal médico y de enfermería, o mil pastillas de solidaridad para los millonarios; de algo habría servido. Recuerdo que la noche del 31 de diciembre de 2019 abrí una de las botellas de vino más caras que puedo pagar. ¡Mala decisión! Debí guardarla para festejar el día que encontremos la sustancia para atraparlo:

SE BUSCA COVID-19 (asesino y ladrón).
Es el enemigo público mundial número uno. Ha matado a millones, unos físicamente, muchos más en el alma. La diferencia es que hasta ahora ha cometido crímenes perfectos. Sabemos que es él. Sabemos cómo es por fuera y por dentro. Sabemos que actúa todos los días. No obstante, no sabemos cómo atraparlo, si acaso con jabón, pero sabemos que no podemos vivir en una burbuja eternamente.

Acusamos al COVID-19 porque nos ha robado. Nos robó el sueño sin sobresaltos. El sueño reparador tanto para el individuo común, como para quienes visten batas blancas o pijamas azules. Nos robó festejos, celebraciones, cortejos y hasta defunciones. La graduación del hijo que invirtió tanto como sus padres. La boda del año y el divorcio urgente y necesario. La cita clandestina y el compromiso para toda la vida. El cumpleaños de la niña. El cumpleaños del niño. El último cumpleaños del desahuciado. El abrazo al recién nacido y al muerto que se fue como llegó, solo. Las mariposas del estómago las cambió por la sospecha, la duda, la incertidumbre, si se acerca a menos de un metro. Los besos. ¡Los besos! Los abrazos. ¡Los abrazos! El apretón de manos, tan correcto y cortés, tan carnal y rasposo. Nos asaltó de un día para otro. Se metió a nuestra casa, penetró puertas, mesas, sillas y sábanas. Se metió a la escuela de nuestros hijos, a las oficinas donde vivimos con nuestras segundas familias. Agujereó nuestros bolsillos y solo dejó algunos centavos, centavos que al igual que Dios, no sabemos si aún existen. Nos aplazó los brindis de tequilas y mezcales, para hacer sufrir a quienes los producen; para apartarnos de los meseros que los conducen. Nos obligó a un mísero adiós a los tacos de la esquina con cebolla, salsa y congoja. Nos orilló a jugarnos la vida sin misericordia.

Nadie está a salvo del tirador. Tampoco es propietario de tiros perfectos. Sintámonos a salvo resguardando nuestros afectos. Es un ladrón, sí. Es un asesino, sí; pero tiene varios NO.

No ha sido capaz de dividirnos. No ha sido capaz de enterrarnos vivos. No ha sido capaz de nublar nuestro deseo de vivir, mucho menos de combatir. No ha sido capaz de vencer porque sí. No ha sido capaz de borrarnos la sonrisa en la desgracia, porque desconoce nuestro saber de la templanza. No ha sido capaz de negociar sus debilidades porque sabe que nuestra fortaleza son las deidades: médicos, maestros, madres, padres, líderes. (Por cierto, también se buscan líderes).

Difícil de creer.

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