Malditos ojos azules
“Me besaste con violencia, como un asesino, como un león devorando un ciervo. Después, tomaste mi libreta de la mesa y la rompiste con la furia de un granadero”.
—Quiero que dejes de escribir de mí.
El enojo, mejor dicho, el encabronamiento, hizo que pusieras de golpe tu celular en mi cara. En la pantalla se veían las letras —borrosas, por la cercanía del aparato a mis ojos—, de un poema mío. Sólo el título se veía con claridad: “Ojos azules”. Apenas pude ver tu cara enrojecida y sus ojos iracundos, pero de un azul utópico, más que hermoso. Me confrontaste con la espada de tu reclamo en una mesa de la cafetería, tenía mi americano en la mano y un cigarro en la boca. Tú no podías ocultar la sensualidad de tus contornos, aunque estuvieras que te llevaba la chingada.
de muchos excesos:
de pasármela en el cine,
de vagar en mis recuerdos
es barrote de celda.
—¡Te prometo una cosa, imbécil!, una buena madriza para que dejes de hablar como tarado. Aleja cualquier cosa tuya de mí. ¡Estoy harta!
La desesperación te obligó a enmarañar más tu cabello. Azotaste las manos en la mesa. Viste en mi taza de café el arma perfecta y la volteaste sobre mi cabeza. La taza estaba vacía. Un grito vestido de frustración se escapó de tu garganta ronca.
—Sólo dime,
río,
fuente,
inmensidad del mar,
que evitaste la inundación de para ahogar la sorpresa,
Cruz de los días felices
de la tormenta…
No pude terminar de hablar. Me besaste con violencia, como un asesino, como un león devorando un ciervo. Después, tomaste mi libreta de la mesa y la rompiste con la furia de un granadero. La pluma no se salvó: la tiraste al suelo y brincaste sobre ella mil veces. Honestamente, no conté las veces que te tomó destrozarla, veía cabriolear tus senos.
Cuando terminaste tu tarea de huracán, diste la vuelta y te llevaste los ojos azules del abismo. El tuyo.
Por Omar Galicia
Ilustración de Israel Cruz