Ludwika Paleta: “en México, la discriminación es de ida y vuelta”
Por ser rubia y de ojos claros, a Ludwik Paleta le han negado más de una vez un papel. Desconfía de la palabra Influencer, pero sabe de su propio alcance en redes sociales. No puede creer que tenga más seguidores que su admirada Nicole Kidman.
En Réquiem, interpretas a una fiscal que consigue la pena capital para el acusado, ¿qué se siente tener el destino de una persona en sus manos?
LP: Es interesante cómo la ficción te permite ponerte de ambos lados. Como actriz, uno siempre justifica al personaje y encuentra las razones sobre cómo actúa aunque uno diga: “yo no podría hacer eso, no diría aquello”.
Lo interesante es ponerte en los zapatos de alguien y darle la razón, a pesar de ti mismo. Los personajes te enseñan que todos hacemos las cosas por algo y esa razón siempre será válida para alguien. Pero contestando a tu pregunta: debe ser abrumador disponer de la vida de alguien. Como abogado, hay que tener la sangre muy fría. No puedes humanizarte demasiado, porque no podrías defender determinados casos.
PB: ¿Siempre fuiste tan empática con tus personajes o alguna vez, en las primeras clases de actuación, cometías el pecado de juzgarlos?
LP: Se va aprendiendo con el tiempo, pero el pecado de juzgarlos nunca se deja de cometer. Uno dice: “¿cómo voy a pronunciar estas palabras?”, y por eso empiezas a cambiar los textos. Nunca hay que cuestionar al autor, para eso está el director. Para que te diga: “no, no va por ahí”. No puedes caer en la tentación de irte por donde caminarías en la vida real. Por eso está padre elegir personajes que no se parecen en nada a ti. El personaje siempre tendrá tu cara y tu voz, está en tu cuerpo. Pero lo interesante es que de tu boca salgan cosas que no saldrían.
PB: En 30 años que tienes como actriz, ¿qué es lo que has aprendido de la raza humana a partir de representarla?
LP: Aprendes de la humanidad, sí, porque cada personaje representa la perspectiva de un autor, pero sobre todo aprendes sobre ti. Al final, todos esto (señala el legajo de papeles del libreto que tiene enfrente) son uno mismo. No puedo entender un texto si no es a partir de mis filtros. Sólo puedes imaginarte lo que conoces, ¿cierto? Uno explora emociones determinadas, porque son las que conoce.
¿Cuántas letras existen en el abecedario? ¿28? Pues con esas tenemos que construir el lenguaje, pero no hay más de 28. Entonces sí, son las mismas emociones, pero con muchas capas y eso es lo que exploras en la escuela de actuación. ¿Qué es el amor? ¿El odio esconde el amor?
PB: ¿Cuántas veces lo lees antes de entender al cien por ciento cómo debe ser tu interpretación?
LP: No sólo leerlo, empezar a representarlo. A veces llego a la función número 50 y de pronto, me cae el veinte: “¡claro, por aquí va!”. Es lo maravilloso que hay en la repetición de las cosas.
PB: Una manera de explicar la energía sexual es decir que si pegas dos hojas de papel y luego las separas, quedarán restos de una en la otra para siempre. ¿Así se te han quedado restos de todas las personas a las que has interpretado?
LP: No, más bien es al revés. Yo les he dejado un cachito de mí a cada personaje. Es imposible convertirte en otra persona cuando actúas. Tú le das al personaje tu tristeza, tus celos como los conoces, tu forma de caminar. Por eso si lo interpreta otro actor, se ve diferente. Al final, actuar sí es ponerte un traje, quitártelo y se queda ahí.
PB: ¿Padeces los ensayos?
LP: Los disfruto mucho. La gente no se da cuenta. A veces pregunta: ¿por qué ensayan tanto?, ¿qué no sólo se trata de aprendértelo? (Risa). Pero en los ensayos se revisa frase por frase, se analiza y se clava uno tan profundo hasta encontrarles chichis a las hormigas. El ensayo es un proceso muy íntimo en el que conoces bien al equipo, compartes cosas que no sería políticamente correcto decir afuera.
PB: Empezaste a actuar siendo niña. ¿Eres actualmente la actriz que te imaginabas ser cuando adulta?
LP: No necesariamente, porque cuando era niña me divertía mucho hacerlo, lo hacía por razones que no serán muy conscientes y no pensaba en el futuro. Todos los niños son actores naturales. Jugar con juguetes, imaginarte situaciones y ponerte en los zapatos de otras personas es actuar. Por eso “to play” es actuar, en inglés, y “a play” es una obra. Al final, los actores jugamos a ser otras personas. Si recuerdas cuando eras niño, te daban un palo y te decían: “esto es un caballo”, para ti era un caballo y punto. Lo que hacías era ejercitar tu capacidad de ser alguien más.
PB: ¿Y qué pasaba cuando ese juego, que a diferencia de otros juegos que terminan cuando el niño lo decide, no paraba porque se trataba de un trabajo?
LP: Así aprendí a trabajar, aprendí lo que es la disciplina. A veces ya no quería, pero mi mamá me decía: “pues tú lo decidiste, esto es un compromiso”. Entonces entendí que era cierto. Hoy en día no está bien visto que los niños trabajen, hay gente que piensa que a mí me explotaban, que mi caso fue el de tantos otros, pero no. En mi caso, actuar nació de una inquietud que era sólo mía, porque mis papás no querían que lo hiciera. Les parecía divertido que hiciera una obra de teatro, pero ahí alguien me vio y me llevaron a hacer una serie de televisión que parecía sumamente inofensiva, hasta didáctico para mí. Mi mamá pintora y mi papá violinista, para ellos no resultaba nada extraño este ambiente. A diferencia de otros niños que vieron el anuncio del casting, yo llegué de otra forma. Fui bastante necia. Mi hermana dice que cuando estaba en un taller de actuación en la secundaria, la maestra les preguntó si no tenían hermanitos chiquitos que les gustaría actuar, ella le dijo: “Ludwika actúa todos los días delante del espejo”. Así conseguí mi primer papel en teatro.
