Andrés García: ¿por qué fue el auténtico Playboy latino?
Se podría escribir un libro entero sobre la forma en que Andrés García entendía el deseo, las mujeres y el hecho de ser un símbolo sexual.
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Tras su irrupción en 1967 con las aventuras de “Chanoc”, García se encargó de labrar una imagen única que rebosaba de galantería, atletismo, masculinidad y una alegre veta aventurera en clásicos del cine nacional como “Pedro Navaja” (1984), “Toña Machetes” (1985) y “El Macho Biónico” (1981).
Andrés García: sus películas se volvieron de culto.
Cometió muchos errores en su carrera, filmó películas terribles incluso en la cima de su estrellato, lo cual es comprensible dado que ante todo era un vehículo de carisma cegador. Aprendió a actuar sobre la marcha. Pero incluso en sus fracasos, era imposible encontrarle algún defecto.
Andrés García en el papel de sí mismo
Sin embargo, en cierto modo, nunca importó qué personajes encarnara. Andrés Garcia era uno de esos raros actores que, aparentemente sin esfuerzo, se convierten en iconos. Representaba un cierto tipo de masculinidad: viril, desde luego, pero también relajada y desprovista de pretensiones. Quizá por ello, con frecuencia se le requería que interpretara versiones de sí mismo en lugar de adoptar roles ficticios.
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Como el más galante de los galanes, la hipermasculinidad de Andrés García exigía una fuerza equiparable proveniente del sexo opuesto, razón por la cual en sus películas siempre se encontraba rodeado de un harén de bellezas, desde las más famosas hasta las más atrevidas.
Hay un destello de respeto y camaradería con las mujeres con las que compartió escena. Emparejado con auténticas bombas sexuales como Isela Vega, Lyn May, Sasha Montenegro, Rossy Mendoza y Maribel Guardia, García no monopolizaba los diálogos ni forzaba las escenas para girar en torno a su persona, sino que les otorgaba su merecido espacio. Consciente de la poderosa presencia de estas actrices y vedettes, les permitía brillar de una manera que ya no se ve en el cine mexicano.
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Licencia para seducir
Fuera de la pantalla su vida era igual (o incluso más) increíble que sus películas, nacido en República Dominicana, hijo de un comandante en jefe de la fuerza aérea española durante la Primera Guerra Mundial, su familia se trasladó a Chile durante su infancia para finalmente instalarse en México cuando él tenía 15 años. En búsquedas de hacer dinero viajó a Acapulco a los 17 años, donde se preparó como buzo en lo que, según sus propias palabras, “conocía a una millonaria”.
Era la época del jetset, y las playas de Guerrero se llenaban cada verano de ricos y famosos. Fue allí, en Acapulco, donde Andrés tuvo el privilegio de cruzar caminos con figuras como Sean Connery y Frank Sinatra, de quienes aprendió el arte de la galantería y la seducción.
Andrés García: ¿representó un papel o siempre hizo de sí mismo?
Trabajando como lanchero conoce a un grupo de productores, quienes reconocieron en su apariencia varonil y caribeña el rostro estelar que anhelaban; y así se inicia como actor a finales de los años 60.
El Don Juan por excelencia del cine nacional, a lo largo de su carrera como actor estuvo siempre rodeado de un séquito de mujeres, lo mismo dentro que fuera de la pantalla. En su vida privada estuvo vinculado a bellezas como Sonia Infante, Tere Velazquez, Irma Serrano y Anel Noreña. Incluso Farrah Fawcett y la mismísima María Félix sucumbieron a sus encantos.
Conoció el lado oscuro
Cercano a las figuras de poder y mafia de la época, a través de su amigo el entonces jefe del Departamento de Policía y Tránsito del Distrito Federal, Arturo “El Negro Durazo”, Andrés García conoció a los capos más poderosos de México; Francisco Arellano Félix, Hector Beltran Leyva y el mismo Chapo Guzman lo admiraban por su actuación en cintas de acción como “La noche del halcón” (1968), “Juan el Desalmado” (1970), “Carlos El Terrorista” (1979) y “La corona de un campeon” (1974).
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El sex symbol masculino por excelencia, Andrés García no era el único galán de su época. Jorge Rivero, de una físico descomunal, rivalizaba con él en las carteleras como la estrella masculina del cine de ficheras, mientras que Jaime Moreno era catalogado como el Burt Reynolds mexicano por la revista Playgirl.
No obstante, Andrés se distinguía de ellos por ser más que un físico atractivo, Andrés García personificaba una versión moderna, procaz bronceada y despeinada del prototipo de galán, establecido décadas atrás por figuras como Alain Delon y James Dean.
Hasta Karely Ruiz y la queso
Meses antes de morir Andrés García ya no se veía como Andrés García. Su vida de fama y excesos le habían cobrado la factura, y una serie de complicaciones de salud lo dejaron parcialmente inmovilizado, con severos problemas en la espalda y las piernas; pero eso solo era evidente en la materialidad, en el subconsciente colectivo Andrés seguía -y seguirá- siendo el Playboy latino por excelencia.
El único hombre en el mundo que puede jactarse de haber disfrutado de la compañía de todas y cada una de las bellezas de este país, desde Olga Breeskin hasta Karely Ruiz en una misma vida.
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