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Los templos de la noche LGBT+

Por: Kenia López 15 Jun 2021
La comunidad ha tenido que luchar sin descanso por que sea respetado su legítimo derecho a bailar, divertirse y celebrar […]
Los templos de la noche LGBT+

La comunidad ha tenido que luchar sin descanso por que sea respetado su legítimo derecho a bailar, divertirse y celebrar sin que ello implique un riesgo a su integridad y su vida.

De acuerdo con el Antiguo Testamento, Sodoma, ciudad de Palestina, fue destruida por el fuego divino cuando Lot ofreció hospedaje a dos ángeles divinos para “conocerlos”. Dicho pasaje fue utilizado por la religión cristiana para condenar el “placer carnal”, interpretando que el castigo fue consecuencia de las prácticas no heterosexuales de sus habitantes.

Así fue como la palabra “sodomita” se convirtió en sinónimo de homosexualidad, registrando la primera Ley de Sodomia durante el siglo XII a.C. en el imperio asirio medio, en la que se castigaba con la castración bajo la consigna: “Si un hombre sodomiza a su compañero y se le prueba encontrándolo culpable, le sodomizarán y le convertirán en eunuco”.

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Esta misma ley fue la que acabó con la vida de Gabriel Lawrence, William Griffin y Thomas Wright. Este último se desempeñaba como ama de llaves de una de las primeras Molly House (Casa de maricas), la famosa Mother Clap que abrió la puerta a aquellos amantes del mismo sexo que debían ocultarse de la moral de Londres entre los años de 1724 y 1726.

Con el auge de las ciencias en el siglo XIX se desarrollaron, en toda Europa, conceptos renovadores en torno a la homosexualidad en manos de la psicología y la psiquiatría. Se dejó de ver como una práctica perversa, ‘viciosa’ e inmoral, para considerarse una anormalidad biológica o psicológica.

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En consecuencia, los actores de dichas prácticas se veían sometidos a un proceso de patologización asignándoles categorías médicas propias del enfermo, personas cuyos aspectos de la personalidad, fijos e inamovibles, sin posibilidad de elección, no se pueden penalizar.

Surge entonces el término homosexual, acuñado en 1869 por el médico alemán Karl Maria Benkert, traduciendose como una evolución de HOMO “hombre” y SEXUALIS, es decir, hombre sexual, mismo que se asociaba con la promiscuidad, o bien para subrayar una sexualidad diferente.

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El Baile de los 41

En 1901, en México, la homosexualidad se le vizualizó gracias a uno de los más grandes escándalos del siglo, protagonizado por Ignacio de la Torre y Mier, yerno del presidente Porfirio Díaz, y Antonio Adalid, “Toña la Mamonera”, ahijado de Maximiliano y Carlota de Habsburgo.

Ignacio y Antonio organizaron un baile clandestino en la calle La Paz, de la colonia Tabacalera, en la que 21 hombres vestían de forma masculina y 21 más como mujeres, mismos que fueron capturados en una redada policiaca cerca de las 3:00 de la madrugada, hecho que el presidente trató de ocultar pero del que la prensa ofreció algunos pormenores.

“Aún los vestidos de mujeres fueron llevados a la Comisaría respectiva, de donde pasaron a la cárcel de Belén, por ataque a la moral a disposición del Gobernador del Distrito. No daremos a nuestros lectores más detalles por ser en sumo asquerosos”, se leyó en El Popular.

Sin embargo, la prensa moralista de entonces mencionó pocos nombres al tratarse de altos mandatarios y burgueses de la época. Incluso, en esta misma nota no fue mencionado el hecho de que, por solicitud del presidente, Torre y Mier se dejó en libertad, convirtiéndose así en el popular nombre con el que hasta de día de hoy conocemos aquella redada: El Baile de los 41.

Varios de aquellos detenidos no pudieron comprar su libertad y fueron enviados a Yucatán para realizar trabajos forzados. El caricaturista José Guadalupe Posada inmortalizó el hecho en un trabajo que mostraba un alegre baile con hombres vestidos de frac y otros con vestidos amplios y bello facial en el que se leía “Aquí están los maricones, muy chulos, muy coquetones”.

Disturbios en Stonewall

En los años 60, en la mayor parte del territorio de Estados Unidos la homosexualidad aún era considerada ilegal y no había políticos ni íconos de la cultura pop abiertamente gays. No existía tampoco una ley que protegiera los derechos de la comunidad LGBTQ+.

En 1967, en el bohemio barrio de Greenwich Village en Manhattan abrió sus puertas el Stonewall Inn, inspirado en el libro autobiográfico y una oda al lesbianismo The Stone Wall de Mary Casal. Se inauguró en medio de irregularidades auspiciadas por la mafia de Nueva York, específicamente por Tony “El Gordo” Lauria, quien operaba el bar como un club privado y para así poder evadir las regulaciones estatales que prohibía servir bebidas alcohólicas a los homosexuales.

Stonewall no era el único bar gay de la zona, ni siquiera el más atractivo. La falta de agua corriente y las ventanas selladas con tablones no dejaban entrar ni el más mínimo hilo de aire fresco. Ni siquiera las bebidas eran buenas, pero lo único que lo hacía diferente era la libertad para bailar con alguien del mismo sexo, pues, en los otros bares gay de Nueva York, se prohibía el contacto físico, el baile y los besos. Las actividades sexuales quedaban marginadas a las teteras, o tearooms como eran llamados los baños públicos de las estaciones de trenes y subtes en los que se producían encuentros furtivos y anónimos.

Las personas transgénero, drag queens y travestis eran clientes frecuentes del sitio.

Según David Carter en su libro Stonewall : the riots that sparked the gay revolution, Tony pagaba la cantidad de 1200 dólares mensuales para evitar el allanamiento. Hasta que en 1969 fue trasladado a la ciudad Seumour Pine, el veterano moralista que llegó a cambiar las reglas del juego combatiendo la corrupción del barrio.

En la noche del 28 de junio del mismo año, las luces se encendieron y la música se apagó en Stonewall. Cuatro policías infiltrados y dos uniformados pusieron a todos contra la pared, pero esta noche los asiduos al lugar tuvieron menos paciencia que otras noches y se negaron a cooperar.

Entre gritos y empujones centenares de aliados se reunían afuera del bar. Un policía zarandeó a una travesti quien respondió con un golpe con su bolsa, acto que muchos aplaudieron. Luego comenzaron a arrojar monedas de centavos contra las autoridades, que a su vez luchaba contra una lesbiana con traje masculino que no permitía que la introdujeran en la patrulla.

Este fue solo el inicio de una duradera pelea campal que terminó al amanecer con las calles llenas de sangre, vidrios rotos y parquímetros tirados por todos lados.

Desde entonces el ambiente en Greenwich Village cambió y se inundó de panfletos y con- signas a favor de la comunidad. El término Gay, proveniente del inglés medieval, que significa “espléndido”, “hermoso” y “alegre”, se hizo más popular, pues uno de los objetivos de la comunidad era que se les dejara de tratar como enfermos mentales -homosexuales-.

Y finalmente el 28 de junio de 1970 aproximadamente 400 personas -a quienes entonces se les conocía como los crepusculares al solo salir de noche- se reunieron en Greenwich Village para la primera marcha del Día de la Liberación de Christopher Street, lo que habría de convertirse en el desfile del Orgullo Gay que se celebra cada año en diferentes partes del mundo.

Welcome to Studio 54

“Una vez que bebemos el vino, sus labios vendrán a los míos. Sé que esa melodía lo hizo mío”, es la estrofa de “Love ́ s Theme” (1973) de Barry White, canción que visibilizaría a la música disco y consigo la lucha por los derechos civiles, la revolución sexual y la época dorada del soul y el funk.

A finales de los 70, las discotecas The Loft, Continental Baths, Le Jardin, Paradise Garage y por supuesto, Studio 54 se convirtieron en los nuevos templos del placer a los que todo el mundo quería acceder. La pista de baile eliminó las barreras raciales y sociales.

En Studio 54, Truman Capote, Imelda Marcos, DIVINE, Andy Warhol, Jerry Hall, Elisabeth Taylor, Elton John, Bette Davis, Donna Summer, Al Paci- no, Bianca Jagger, Cher, Woody Allen, Frank Sinatra, Brooke Shields, Liza Minnelli o Salvador Dalí y demás celebridades compartían excesos con muchachos de barrio sin un centavo en el bolsillo y el Disc Jockey dejó de lado la figura tímida detrás de las tornas para convertiste en la figura adorada que es al día de hoy.

Cuando el abogado Steve Rubell y su socio Ian Scharger decidieron abrir Studio 54 en el centro de Manhattan, nunca se imaginaron que en realidad estaban haciendo historia. En este lugar todo estaba permitido, sexo, drogas, baile, blancos, negros, transexuales, gays, lesbianas, eran noches de hedonismo infitino, las barreras sociales no existían, todas las noches eran un carnaval en donde se tocaban hits como “I Will Survie” de Gloria Gaynor o el mismo “YMCA” de Village People, grupo insignia del movimiento gay de aquellos años.

Tras el auge de la música disco y los templos de baile, llegó su caída. En 1979, un grupo de DJs radiofónicos de emisoras rock iniciaron la campaña Disco Sucks o el disco apesta, e invitaron a la gente a reunirse en los estadios deportivos para participar en la quema de álbumes de música disco.

Políticos conservadores se unieron a la causa pues a pesar de ya contar con figuras como la de Harvey Milk, el primer político abiertamente homosexual, tachaban al género como “música para gays” e “influencia corruptora para nuestros ciudadanos más jóvenes”.

La sensualidad y sexualidad inherente a la música de baile resultó insoportable para el norteamericano blanco promedio y fue en ese mismo año que la policía allanó Studio 54, encontrando bolsas de drogas y costales de dinero escondido logrando el cierre del edén efímero.

El sitio reabrió sus puertas en 1981. Ya no tuvo el mismo éxito.

El Nueve

Paralelamente, en la Ciudad de México se vivía un movimiento similar descrito por, Adonis García, el protagonista de la novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma, como “la más cachonda del mundo”, pues, descrito en la misma, por las mañanas ligaba en el metro Insurgentes, en la tiendas de discos, en los baños del Puerto de Liverpool o en los públicos, mientras que en las tardes la Zona Rosa era su lugar de recreo.

Para entonces los bares abiertamente gays ya eran una realidad, aunque seguían siendo víctimas de las redadas, por lo que los gays debían cargar siempre con la billetera para dar la respectiva “mordida”, al ingreso y salida de cada lugar y así evitar ser levantados.

Fue en 1977, cuando el empresario Manolo Fernández y el francés Henri Donnadieu deciden abrir, Disco Bar El Nueve, en la calle de Londres 156, de la Zona Rosa. Un lugar que recibía todas las noches a la crema y nata de la sociedad entre los que se encontraban Carlos Monsiváis, Pita Amor, María Félix, Sivia Pinal, Sasha Montenegro, Piero Slim, Sylvester Stallone, Sean Connery, Alaska, Ana Torroja y Xóchil, la poderosa reina de los travestis de la ciudad.

Los excesos: la sexualidad, las drogas y la música disco también fueron protagonistas de El Nueve, sin embargo, a diferencia de Studio 54, en los años 80 fungió como centro cultural, en el que tocaron bandas como Las Insólitas Imágenes de Aurora -ahora Caifanes-, Café Ta- cuba, La Maldita Vecindad, Lo Amantes de Lola, Casino Shanghai y Size; y a su vez, debido al aumento de casos de VIH/sida en México, se convirtió en un punto de información y de difusión contra la desinformación sobre la enfermedad.

Durante más de una década (1977-1989) las puertas de El Nueve, cerraron y abrieron en una lucha contra la represión para mantener un espacio contracultural que dignificaba a la comunidad y el underground del país, dejando a su paso un gran legado.

En la actualidad los bares gay siguen siendo un templo en donde se comuna el baile y el ligue; las redadas y la ley de sodomia han quedado atrás en gran parte del mundo, sin embargo, la comunidad sigue luchando por sus derechos para ser reconocidos como seres humanos.

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Kenia López Keni Lo Soy Kenia López, egresada de la FES Aragón, UNAM. Escribo sobre lifestyle e interés general. Tomo fotos de conciertos y conduzco el podcast Chelas y Bandas.
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