El sol era realmente abrasador, parecíamos hormigas que huían del rayo caliente que brota de una lupa. Cargábamos bolsas llenas de maquillaje nuevo, ansiosas por llegar a McDonalds, tomar una malteada fría y por fin ponernos al día.
Todas usábamos pantalón y blusa oscuras, todas menos de una de nosotras, María. Ella vestía una blusa blanca y una falda suelta con estampado de flores que le llegaba a la rodilla. En ese momento, mientras todo era risa y sudor, en medio de la multitud, una extraña se acerca y le dice a María
—Te están grabando por debajo de la falda—.
Nos paralizamos.
—¿Quién? —.
Fue lo único que logró articular.
Entre toda la confusión, miré hacia adelante; Lexi ya estaba encarando a un chico. Ninguna lo dudó y fuimos con ella. Ella comenzó a gritarle:
-¡A ver cabrón, muéstrame tu teléfono, nos acabas de grabar!
-Te juro que no tengo nada.
– Si no tienes nada, ¡a ver tu galería!
El chico agachó la cabeza y comenzó a temblar, miró al suelo y susurró:
—Es que sí traigo.
El coraje nos volvió valientes, supongo. Teníamos miedo, pero estábamos juntas. Le grité que desbloqueara su teléfono y borrara todo. Eran tres videos de nosotras caminando, de nuestras piernas en movimiento, nuestras nalgas protegidas por la mezclilla, de la falda de mi amiga moviéndose con el aire y él metiendo su mano por debajo para grabar su ropa interior y todo lo que ese lente desagradable pudiera filmar.
-¡Borras todos los videos en mi cara!, ¿para qué lo haces, con qué pinche derecho?
-No iba a hacer nada con los videos
-¿Y si no ibas a hacer nada, para qué chingados lo haces? ¡Y sin temblar, cabrón! ¡Con los mismos huevitos que tuviste para meter tu mano a su falda, con esos mismos, borras todo ahorita! … ¿Cómo te llamas?
-Salvador
Cuando el tercer video fue borrado un policía se acercó a nosotras para preguntar lo que estaba pasando. Entre gritos y euforia le dijimos que nos había grabado y acosado.
-No por favor, se los suplico.
-¡Me valen verga tus súplicas, no lo lamentabas cuando estabas grabando! —.
El oficial preguntó por la afectada, nosotras señalamos a María. La apartó de Salvador y le explicó el proceso a seguir para presentar una denuncia. Tres policías más llegaron al lugar, uno le quitó el celular Salvador y lo sujetó del pantalón, los otros dos se quedaron cerca de nosotras.
Nos acercamos a María, ella quería denunciar, pero, de acuerdo con la explicación del oficial, la denuncia no procedería ya que los videos habían sido borrados. En ese momento recordé que IPhone guarda un respaldo de los archivos eliminados.
Ale, María y yo buscamos los respaldos, hasta que lo logramos. Al encontrar la carpeta, un oficial nos arrebata el teléfono de las manos y comienza a ver los videos.
—Las cinco salen en el video, todas pueden declarar.
Llenas de furia aceptamos, nos replegaron contra la pared y tomaron nuestros datos. Nombre, edad cumplida, fecha de nacimiento y vestuario. A Salvador lo apartaron, replegaron, esposaron y despojaron de sus pertenencias (su celular y un morral que cargaba).
Los oficiales comenzaron a hablar por sus radios.
—Otra denuncia por acoso en Madero.
La gente se aglutinaba a nuestro alrededor, nos grababan con sus celulares desde todos lados y la policía sólo nos preguntaba una y otra vez si realmente queríamos hacer la denuncia, decía que no podíamos arrepentirnos, porque ellos podían proceder contra nosotras por mal uso de las autoridades.
Una oficial llegó y nos pidió seguirla. Nos dijo que iríamos al “Búnker”, una especie de sede de la PGJ especializado en delitos sexuales. Nos guiaron hacia unas camionetas, nosotras nos fuimos en la parte trasera de una Dodge RAM, a la vista de todos. Salvador se fue en una Dodge Charger, acompañado de dos oficiales.
Durante todo el viaje fuimos acosadas constantemente; motociclistas gritándonos — ¡Apúrenle sabrosas! —, un guitarrista callejero diciéndonos que no sabía que ser guapas era un delito, hombres filmándonos desde bares o restaurantes, extraños mandándonos besos desde sus autos. Un grupo de aproximadamente veinte hombres montados en un camión de basura chiflándonos y gritándonos “piropos”.
-¿María, qué pasó? —. Le pregunté a María.
-Nada—. Cortó una llamada telefónica. La frustración se veía en su rostro. Tenía los ojos cristalinos y la voz le temblaba. — Mi papá me dijo que parecía que lo hacía a propósito, que para qué salgo con falda a la calle, como si fuera mi culpa.
La oficial interrumpió y nos preguntó si Salvador había tocado a María, porque de lo contrario la denuncia no procedería como acoso sexual. María dijo que sí, y comenzamos a repasar la historia que diríamos.
“Un sujeto metió su mano a mi falda y me tocó las dos piernas mientras grababa con su celular, Lexí se dio cuenta, lo frenó y comenzó a gritarle, después Nid le pidió borrar todo y llegaron los oficiales”.
Llegamos a Reforma, a la altura de 222 la camioneta se detiene. Los oficiales intentan encontrar la dirección correcta. Mientras el tiempo pasaba, una señora de edad avanzada se acercó a la patrulla a preguntarle a uno de los oficiales “qué era lo que habían hecho esas chamacas”.
El coraje nos invadió, no sólo nos acosaban, ahora nos criminalizaban.
-¡Nosotras no hicimos nada, señora! Vamos a denunciar un acoso sexual— Le gritó Lexi, pero la señora nos ignoró, como si fuera mentira lo que decíamos.
-¿Qué hicieron estas chamacas?
-Ya le dije que no hicimos nada, vamos a denunciar. Si no va a ayudar en nada mejor váyase.
Estábamos en shock, sin embargo, lo que vendría después sería una bofetada de realidad cruda a la cara. Un niño de aproximadamente ocho años se acercó a la camioneta y nos saludó. Tenía su rostro pintado como payaso, su ropa estaba manchada, sus manos estaban sucias y cargaban una pequeña caja de cartón llena de chocolates.
-¿Ahora qué hicieron?
-Nada, vamos a ir a denunciar.
-¡Yo voy con ustedes!, ¿qué van a denunciar?, ¿golpes, violencia, acoso? ¡Uy!, si van al Ministerio Público se van a tardar como cinco horas, ¿no quieren comprarme un chocolate? Les va a dar hambre.
Nos quedamos heladas y nos miramos a los ojos sin saber qué responder. —Acoso, vamos a denunciar acoso—. Fue lo único que Lexi pudo decir. —Bueno, mucha suerte—. Dijo el infante y se fue.
La camioneta por fin arrancó y comenzó a avanzar. La impresión era demasiada, ¿qué tan normalizada estaba la violencia para que un niño de ocho años nos preguntara todo eso de una manera tan natural?
Por fin llegamos al Bunker, Estábamos en la esquina de Amberes y Londres. María y yo compramos agua, comida chatarra y cigarros para poder soportar las siguientes horas. Al regresar, los oficiales ingresaron a Salvador al Ministerio Público. Sin embargo, estando ahí nos dijeron que debíamos irnos ya que, al no haber contacto físico no era considerado acoso sexual, sino falta cívica y debíamos acudir al Ministerio Público especializado. La molestia las hizo reclamar que sí hubo contacto físico y se debía proceder.
El espacio era pequeño. Una puerta metálica del lado izquierdo que daba acceso a las oficinas, de frente una pequeña recepción en dónde sólo cabía una persona. Del lado derecho una silla donde sentaron a Salvador, a un lado de él un pequeño escritorio donde se encontraba la orientadora, frente a ella, una banca larga metálica con espacio para tres personas.
Finalmente aceptaron realizar el proceso de denuncia por acoso sexual. Debían tomar el testimonio de todas, posiblemente saldríamos por la noche. María pasó primero con la abogada para dar su testimonio.
En ese momento, Lexi y Pat notaron que dos oficiales comentaban un video desde un celular distinto al de Salvador, mencionando el movimiento de una falda. ¿Los policías tenían el video en su poder?, ¿para qué?
Nos acercamos a la orientadora y preguntamos si eso estaba permitido y por qué podían hacerlo. La orientadora tomó los datos de Ale para registro y control interno, nos explicó que ningún oficial podía tener evidencia en su poder y que lo dijéramos al momento de pasar a declarar.
Un oficial se acercó a Lexi para decirle que Salvador debía entregar los videos de manera voluntaria, además había evidencia de que hubiera tocado a María. Además, si Salvador decía que los videos no los había tomado con fines sexuales, podría irse.
Pasó una hora y María salió. La abogada le había explicado que podría no proceder. Nos tenían que hacer una valoración psicológica, la cual serviría de prueba y respaldo para proceder contra la acusación de acoso sexual. Se tomarían nuestros testimonios y tendríamos que ir a otro Ministerio Público para que un juez valorara la situación, diera un veredicto y sanción, esta podía ser desde una multa, 72 horas en prisión o firmar una especie de responsiva en la que Salvador se comprometía en tener una buena conducta.
Los videos ya no servían de prueba, Además, Salvador era perteneciente a una comunidad indígena, así que teníamos que esperar a que llegara un abogado y un traductor para poder irnos al otro Ministerio.
Al ver que el proceso era demasiado lago y que podríamos pasar toda la noche en el Ministerio Público por nada, la preocupación por el video creció entre nosotras. El aún tenía los archivos de respaldo en su celular y podía disponer de ellos en cualquier momento.
Ante tal preocupación, la abogada le ofreció a María otra salida. Una carta de acuerdo mutuo entre víctima y acusado. Dejando únicamente un antecedente. El pacto era que él borrara todos los videos y respaldos posibles delante de nosotras y con eso se podía ir. María aceptó.
Pasó de nuevo con la abogada e inició el proceso de acuerdo mutuo. Pasó una hora más y María pidió por mí. Ingresé por la puerta metálica. Había dos oficinas del lado derecho; en una de ellas había un señor discutiendo con dos policías. Del lado izquierdo estaba María con la abogada.
Le recordé a María nuestras sospechas de los oficiales y su posesión del video, la abogada inmediatamente hizo pasar al oficial a una oficina vacía, habló un momento con él y luego regresó con nosotras.
-Efectivamente estaba viendo un video, pero no eran ustedes. Ya revisé todo su celular y no tiene nada en su poder.
Salvador entró a la oficina y entregó el celular, yo le pedí a la abogada no sólo borrar las fotos, sino resetear todo el teléfono, María y la abogada aceptaron.
Pasaron cerca de treinta minutos, el celular necesitaba internet, contraseñas y tardaba demasiado en cargar. Me encargué de borrar todos los rastros de evidencia en su celular. Aun así, queríamos estar seguras y revisar la nube en ICloud para cerciorarnos de que no hubiera otro respaldo en el teléfono.
Ingresamos al celular, restablecimos todos los datos, ingresó su correo y contraseña y aparecieron de nuevo todos sus archivos. Entramos a la galería, pero no cargaba, ICloud tampoco cargaba. Veinte minutos más de espera. Mientras tanto María preguntó el porqué los policías nos habían dado tan mala información.
-Los policías no están capacitados, ni siquiera se saben sus derechos.
-¿Cómo?
-Sí, aquí sólo atendemos delitos sexuales, no faltas cívicas, pero los oficiales no saben cuál es cuál y traen todos los casos aquí. Por ejemplo; un piropo no es delito, a menos que te propongan tener relaciones, sí sería delito sexual.
-¿Cómo la chica que estaba aquí? Estaba llorando porque el señor que está con los oficiales en la otra oficina se masturbó frente de ella.
-Eso no es considerado delito sexual ni acoso. Al no existir ningún contacto físico o agresión verbal directa con la víctima, procede como falta cívica.
Nos abrazamos, sabíamos que de alguna manera habíamos perdido. No pudimos con tanto y no llegamos a las últimas consecuencias. Íbamos sólo por una malteada y terminamos mentalmente quebradas, físicamente agotadas y totalmente decepcionadas.
-¿Qué quieres hacer?, ¿te quieres esperar hasta que cargue o ya lo dejamos así?
-Pues ya no veo nada, y ya me quiero ir. Ya déjalo así.
La abogada le entregó dos hojas a María y le pidió firmar, le entregó una copia de su declaración y fue todo, éramos libres de irnos. Salvador aún debía ser valorado por el psicólogo, esperar a su abogado y a su intérprete, firmar la carta de acuerdo mutuo, y después podría irse.
Salimos de la oficina, fuimos por las demás chicas y salimos de ahí. Era demasiado estrés y asco el que sentíamos por la sociedad, por las leyes y por todo. María estaba mal por no llegar a las últimas consecuencias, sabía que el proceso era difícil, pero que tenía la esperanza de lograr algo esa noche, de poder defender su derecho a salir libre a la calle con falda en un día con sol.
Al final la realidad nos dio una bofetada en la cara, una realidad en donde la policía no nos cuida, en donde las leyes no nos protegen y en donde la cultura nos violenta. Al final del día María se quedó con la culpa.
—Quítenme esta sensación de que debí haber llevado todo esto hasta las últimas, de que fue mi culpa por llevar falda—.