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#ExageroComoWarrior: Una triste final de Champions

“Hay dos grandes equipos en Liverpool: el Liverpool y los reservas del Liverpool”. Bill Shankly, entrenador leyenda del Liverpool.

Ya no hay nada que hacer, rezaba el crudo mensaje que leí cuando pregunté sobre Ernesto y su estado de salud que había empeorado meteóricamente en las últimas horas. Así que apagué el televisor y me dirigí al hospital. El partido continuaba uno a cero. Liverpool lo ganaba con gol de Salah.

Subí las escaleras que conducían a la sala de terapia intensiva con el deseo de que fueran infinitas. No quería toparme con lo que parecía inevitable pero, debía y quería acompañar a mi familia que, aunque política, tiene un lugar muy especial en mi vida.

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Apenas deslicé la puerta y una abrumadora sensación me invadió por completo. Angustia e impotencia de ver a Ernesto conectado a una decena de cables y rodeado de monitores cuando tres días antes todavía bromeaba con él. “¿Te traigo enchiladas?”, le dije, antes de una primera cirugía.

Pero más triste aún fue ver a mi prima (auténtica fanática del Liverpool) con la histórica camiseta de Steven Gerrard puesta, acariciando la frente de su padre. A Neto no le gustaba tanto el futbol como a Teté, pero ese amor y complicidad de papá era tan fuerte que entre ellos se hizo una religiosa costumbre, ver cada fin de semana a los Reds.

Teté esperaba con ansiedad que llegara el primero de junio. Me consta. Y cuando por fin el día llegó, llegó en el peor momento. Deseábamos que aquel “Milagro de Estambul” del 2005, dejara de ver hacia las Mezquitas y que viajara desde el estrecho del Bósforo hasta el hospital para que Ernesto pudiera remontarle a la muerte como lo hizo el Liverpool ante el A.C. Milan.

Teté pidió que se pusiera la final de Champions League en el televisor del cuarto. Apenas y podía escucharse la narración. Era todo muy extraño. Tres pantallas médicas registraban los signos vitales de Neto y otra proyectaba el juego donde Tottenham también perdía poco a poco la esperanza. Entre lágrimas, sigilo, doctores, enfermeras y monitores, cayó el segundo tanto del Liverpool al minuto 87.

— G o l , p a p á , gol—, dijo Teté a Ernesto. —Gol del Liverpool. ¡Somos campeones!—. El querido Tío Neto alcanzó a saberlo. No quería irse sin que su hija tuviera al menos un motivo para esbozar una sonrisa en tan eclipsado día.

Ya en tiempo de reposición, a unos segundos de la consagración del Liverpool frente al Tottenham, la vida no le compensó nada más a Ernesto. Cinco minutos después del gol de Divock Origi, los bip bip del monitor cardiaco mutaron a un agudo sonido; interminable e irreversible…

Mientras los festejos sacudían el graderío en Madrid, la 8 de Gerrard se abalanzó hacía Ernesto. Seguro estoy que Anfield se hubiera conmovido ante la escena que tenía frente a mis ojos.

Buen viaje, querido Ernesto, ‘You’ll Never Walk Alone’. Total, todos habremos de morir algún día, excepto la pelota.