DIFÍCIL DE CREER: CARTAS DE PAPÁ

POR SERGIO SEPÚLVEDA @sergesepulveda
Cada vez que trato de recordar el año en el que murió mi padre, me cuesta trabajo y debo hacer cuentas mentales o evocar situaciones que me sirvan como pistas para tener la certeza de que fue en 1995; esta amnesia efímera no es porque el polvo del tiempo haya cubierto la nostalgia que siento por mi papá, para nada, ¡al contrario!, hoy tengo más presente a quien nunca le dije Jefe, porque para mí la palabra papá no tiene sinónimo.
Lo que más añoro es la plática entre nosotros porque él se marchó cuando yo apenas tenía 23 y mi pá sólo 42 años de edad; sí, muy pronto Alfonso dejó huérfano un lado de mi corazón. Haciendo cuentas, en realidad tuvimos muy pocas charlas debido a que él era de escasas palabras. Yo siempre he sido callado y ya cuando mi madurez mental empezaba a florecer, el cuerpo de mi padre se marchitó por la leucemia.
Muchos temas se quedaron intactos, en parte porque los papás de antes, y de mucho antes, no eran tan aficionados al diálogo con sus críos. Jamás le pregunté a mi padre cuáles eran sus sueños y frustraciones, cómo definía a la vida o qué deseo le pediría al genio de la lámpara maravillosa.
Yo conocía que en su diccionario personal no existía la palabra miedo, que amaba México, que daría la vida por mí, que amaba los perros, que no le gustaban las medias tintas, que le gustaba el rock, que su helado favorito era el de fresa; sabía muchos detalles, pero me enteré de casi todos de manera casual, y no por compartir una larga sobremesa o sentarnos a charlar por largo tiempo. Y cuando lo empezábamos a hacer la muerte nos interrumpió.
Me frustra esa carencia de diálogo paternal, materia no cursada que repruebo con el alma; siento pesar por lo que su destino me arrebato, pero una de las pequeñas gotas de sabiduría que me dejó mi papá fue no quejarme, “Si no te gusta, arréglalo, pero no te quejes de verlo”.
Así, hallé la mejor forma para aliviar esta frustración al fomentar en mi casa la plática con mis hijos. No es mi deseo aburrir a mis niños con pláticas forzadas, pero no me volveré a quedar con dudas de lo que ellos piensan y sienten como me sucedió con mi padre, y ellos también me conocerán más a fondo.
Entonces, les comparto uno de los ejercicios que acostumbro a realizar con mis chamacos. En una ocasión entrevisté a Mia, mi niña que sólo tiene cuatro años y me contestó con la claridad de su edad. Descubrí cosas que me sorprendieron y otras que me pusieron en mi lugar.
yo: ¿Qué te hace feliz?
mia: Los helados
yo: ¿Qué te enoja?
mia: Cuando mi hermano se burla de mí.
yo: ¿cuál es tu ropa favorita?
mia: Los vestidos que no pican la piel y las zapatillas.
yo: ¿Qué te gusta de tu mami?
mia: Cuando me abraza.
yo: ¿Qué te gusta de tu papi?
mia: Cuando me hace reír.
yo: ¿Qué te gusta de tu hermano?
mia: Cuando nos reímos por una cosa graciosa.
yo: ¿Qué no te gusta de tu mami?
mia: Cuando me grita.
“Haciendo cuentas, en realidad tuvimos muy pocas charlas debido a que él era de escasas palabras. Yo siempre he sido callado y ya cuando mi madurez mental empezaba a florecer, el cuerpo de mi padre se marchitó por la leucemia.”
yo: ¿Qué no te gusta de tu papi?
mia: Cuando castigas a mi hermano y lo mandas a su cuarto.
yo: ¿cuál es tu platillo favorito?
mia: El arroz.
yo: ¿Qué no te gusta comer?
mia: La carne.
yo: ¿Qué te gusta de tus abuelas?
mia: Que me traen dulces y juegan con mi hermano al wii.
yo: ¿Qué quieres ser de grande?
mia: Hacer dibujos tan bonitos como mi hermano.
yo: ¿Cuál es tu deporte favorito?
mia: La gimnasia, porque brinco mucho.
yo: ¿Cuál es tu animal favorito?
mia: La jirafa
yo: ¿Qué te gusta de la cara de tu mami?
mia: Su boca porque se pinta los labios y me deja un beso en el chaquete (sic).
yo: ¿Qué te gusta de la cara de tu papi?
mia: Ver sus ojos.
Les recomiendo hacer este ejercicio. No importan las preguntas, lo trascendental son las respuestas; después de hacer esto yo ya no supongo cosas de mis hijos y ellos me tienen más cerca.
Es verdad que en ocasiones dialogar o indagar nos lleva a un espejo cuyo reflejo no nos gusta, pero es muy peligroso dar por hecho que conocemos a las personas sólo porque pasamos el tiempo a su lado, mejor hagamos que ese tiempo cuente contándonos historias en familia. Preguntemos ¿Qué fue lo mejor del día? ¿Qué fue lo más triste? Temas simples en apariencia con respuestas de raíces profundas que sólo se asoman si les damos pie.
No seamos hijos, hermanos o padres en silencio. La presencia es importante, pero sin el diálogo las relaciones se convierten en un juego sin palabras, un confuso boceto de ideas.
Atrévete a conocer más a tu hijo, sin censura. Permítele conocer a su madre o a su padre con todas las fortalezas y debilidades que te caracterizan. Véanse a los ojos, usen su voz y abran su corazón.
Pd ¿Te has preguntado lo que tus hijos te quieren preguntar y no se animan? Yo no me quedaría con la duda.