Amor extraterrestre

El mundo terrenal abunda en teorías sorprendentes sobre otras civilizaciones y nuestro columnista nos cuenta una graciosa experiencia de amor extraterrestre que termina del modo menos pensado. Este mes en Cotidiano Extraordinario: Los marcianos llegaron ya…
Por Benito Taibo (@benistofeles)
Yo estoy convencido de que existe la inteligencia extraterrestre.
No, no puede ser posible que en este universo en el que vivimos, tan sobrepoblado por estrellas, planetas y mundos, la especie humana sea la única dotada con el privilegio del pensamiento y el raciocinio.
En la vastedad de ese universo tiene por fuerza que haber otras civilizaciones, más desarrolladas (o no) que la nuestra, y que nosotros no tengamos ni la más pálida idea de su existencia.
Pero eso no quiere decir que ande yo viendo ovnis por todas partes o creyendo que existe un complot reptiliano que quiere apoderarse de nuestro bastante jodido planeta. Es más, me burlo bastante de todas esas teorías que afirman que “alienígenas ancestrales” construyeron pirámides y nos han dejado en la piedra mensajes que no hemos logrado descifrar.
Si alguna vez estuvieron aquí, seguramente se marcharon horrorizados por nuestras costumbres bárbaras. Y nos dejaron solitos para que nos pudiéramos seguir aniquilando a gusto, unos a otros, argumentando colores, sexos y religiones…
El ser humano es único. Y eso hay que agradecerlo, porque en caso contrario, habría muchos más planetas en vías de extinción.
Mi amiga Tere insiste una y otra vez en que fue abducida, en abril de 1977, por la nave de una raza intergaláctica y que estuvo en ella más de una semana sometida a diversos y extraños experimentos. Y que luego fue abandonada en el desierto de Chihuahua, en calidad de embajadora, para preparar al mundo ante su inminente llegada. Se lo tomó muy en serio y constantemente habla de sus nuevos amigos.
Tere me dice en secreto que los seres de esa raza, a los que llama “Slurps”, tienen una curiosa y distintiva forma de hacer el amor. No necesitan tocarse. Tan sólo se miran (penetrantemente) a los ojos, y con ello logran orgasmos de otro mundo.
Me le quedo viendo (sin mala intención, tan sólo bastante alucinado) y cuando me doy cuenta de que ella me mira también, yo rápidamente bajo los ojos. Estoy sonrojado, incluso ahora que lo cuento.
—No te apenes. Ya estoy sexualmente liberada. Y puedo hacer el amor cuando quiera y con quien quiera. —Me dice, coqueta. —Los “Slurps” no tenemos atavismos ni nos condenamos a nosotros mismos con la esclavitud de una sola pareja de por vida.
—Pero yo no. —Contesto rápidamente. Soy monógamo total y no engañaría a mi mujer ni con la mirada.
Pero Tere insiste.
—Tómalo como un experimento, tú que eres tan descreído de todo. ¡No seas wrisctzs!
Y yo supongo que me está diciendo algo como cobarde pero más pinche, y me hiere en mi amor propio, pero sobre todo en mi orgullo científico y acepto el reto.
Así que en una mesa (cada uno de un lado) nos quedamos viendo a los ojos, insistentemente. La neta es que yo no siento nada, excepto tal vez que me empiezan a arder.
Pero Tere empieza a gemir suavemente. Luego cada vez más fuerte. Incluso grita cosas incomprensibles y se retuerce en su asiento, mientras suda a mares. De repente su cuerpo se arquea violentamente y luego se desguanza.
Creo que tuvo un orgasmo.
Y a mí nomás me lloran los ojitos.
—¿Tienes un cigarro? —Pregunta.
Y lo estoy sacando de mi bolsillo, confundido totalmente, cuando llega una enfermera y me lo arrebata.
—¡Aquí no se puede fumar! ¡Ni usted ni los pacientes! —Y lo dice mientras me saca a empellones del hospital siquiátrico.
Me parece que no podré volver a tener relaciones con Tere, durante mucho, mucho tiempo.
¡Maldito tabaco!