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100 años de Ray Bradbury: La entrevista imaginada

Por: Arturo J. Flores 21 Ago 2020
A 100 años de su nacimiento, imaginamos una conversación con el escritor a partir de lo que el escribió en sus libros.
100 años de Ray Bradbury: La entrevista imaginada

Este 22 de agosto, Ray Bradbury cumpliría 100 años.

El día que murió, 5 de junio de 2012, lo primero que vino a mi mente, con la rapidez y frialdad de una bala, fue: “nunca podré entrevistar a mi escritor favorito”.

Conocer y devorar los libros del nacido el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois, transformó mi existencia. Salté de página en página hasta que no me quedó más que leer de Ray Bradbury.

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Es por eso que me atrevo a proponer esta entrevista imaginaria con Ray, zurcida con frases que él mismo tejió en Zen el arte de escribir, una colección de ensayos sobre creación que Minotauro publicó en 1995. En ellos, Bradbury se sirvió de su propia experiencia para filosofar respecto a la escritura, las musas y la creatividad.

Sin duda ahí estaban las respuestas a las preguntas que nunca pude plantearle cara a cara.

Un amo y señor de la imaginación como él, seguro me daría permiso de fantasear con la idea de entrevistarlo.

Ya puedo verlo, canoso, regordete y observándome detrás de unos lentes de pasta. Y de haber platicado con el autor de Farenheit 451, Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, El vino del estío, La muerte es un asunto solitario, esta hubiera sido mi primera interrogante.

 

¿De dónde sacas las ideas, Ray?

Cuando la gente me pregunta de dónde saco las ideas, me da risa. Qué extraño…  Tanto nos ocupa mirar fuera, para encontrar formas y medios, que olvidamos mirar dentro. (P. 37)

 

Lo sé. Todo el tiempo hablas de lo mucho que te marcó tu niñez, el lugar donde creciste, los libros que leíste, las idas al cine y al circo, te influyeron. Sin embargo, también afirmas que nada de eso te inspiró directamente una historia, sino que formó parte del tipo de escritor que decidiste ser.

Lo que para todos los demás es El Inconsciente, para el escritor se convierte en La Musa. (P.35)

Para alimentar a su Musa, pues, es preciso que usted haya tenido hambre de vida, desde niño. (P.42)

Cuando yo tenía tres años mi madre me metía a hurtadillas en un cine dos o tres veces por semana. Mi primera película fue El jorobado de Notre Dame, de Lon Chaney. Aquel lejano día de 1923 se me curvó para siempre la columna y la imaginación. A partir de entonces supe reconocer a un maravillosamente grotesco compatriota de la oscuridad no bien lo veía. (P.48)

Con esos primitivos ladrillos he construido una vida y una carrera. Todo lo bueno de mi existencia me ha venido de mi duradero amor por esas cosas sorprendentes. (P.49)

 

Ya hablaremos de las musas, ¿por qué no compartes con los lectores aquel suceso de tu niñez que te hizo decidirte a escribir?

Llegó con una sórdida feria de mala muerte, Los Espectáculos de los hermanos Dill, durante el fin de semana del Día del Trabajo en 1932. Yo tenía doce años. En cada una de las tres noches, El Señor Eléctrico se sentó en su silla eléctrica a que le dispararan diez billones de voltios de pura energía azul y restallante. Moviéndose hacia el público, los ojos en llamas, el pelo blanco de punta y arcos de chispas entre los dientes, sonreía y rozaba las cabezas de los niños esgrimiendo una espada Excalibur, armándolos caballeros con un toque de fuego. Cuando la primera noche se acercó a mí, me golpeteó los dos hombros y la punta de la nariz. El rayo saltó a mi cuerpo. El Señor Eléctrico gritó: “¡Vive para siempre!”. (P.52)

 

Ok, se dio cuenta que tenía un don. Esas cosas no le suceden a cualquiera, ¿entonces decidiste ser escritor?

La primera vez que decidí una carrera fue a los once años: sería mago y recorrería el mundo con mis hechizos.

La segunda vez fue a los doce, cuando para la Navidad me regalaron una máquina de escribir. Y decidí hacerme escritor. Y entre la decisión y la realidad hubo ocho años de escuela y colegio, y de vender periódicos en una esquina de Los Ángeles, mientras escribía tres millones de palabras. (P.45)

 

¿Y qué fue de la magia?

Me guste o no, al fin y al cabo soy una especie de mago, medio hermano de Houdini, conejo, me gustaría pensar, hijo de Piedranegra, nacido bajo la luz de cine de un viejo teatro (…) y maduré en una época perfecta, cuando el hombre da el último y mayor paso fuera del mundo que lo alumbró, la cueva que le dio abrigo, la tierra que lo sostuvo  y el aire que lo convocó para que nunca pudiera descansar.

Es una gran era en la cual vivir, y morir, si hiciera falta, por ella. Cualquier mago que se precie les diría lo mismo. (P.46)

 

¿Dirías que fuiste un niño normal?

Dibujaba esqueletos para asustar a mis primitas. Me fascinaban las desnudas muestras médicas de cráneos y costillas y esculturas pélvicas. Mi canción favorita era: “No es ser infiel/ quitarse la piel/ y bailar en huesos”. (P.24)

 

Adorable, como el video Rock DJ de Robbie Williams. Ahora bien, no deseo importunarte ni mucho menos que des por terminada la charla cuando me descubra como el remedo de periodista que soy, pero quiero confesarte mi total admiración. Ray, tú mismo has demostrado la devoción que le tienes a Poe, Dickens, Wolfe, Twain y un larguísimo etcétera. Sé que cuando el filósofo Gerald Heard quiso conocerte, te sentías avergonzado de invitarlo a tu casa porque eras tan pobre que no tenías muebles y él tuvo que casi sentarse en el suelo. Dime una cosa, ¿está mal que tengamos a ciertas plumas en un altar?

Todos necesitamos que alguien más alto, más sabio, más viejo nos diga que a fin de cuentas no estamos locos, y que lo que hacemos es correcto. Correcto, diablos, ¡excelente! (P.48)

Pensar en Shakespeare y Melville es pensar en truenos, relámpagos, viento. Son los hijos de los dioses. Sabían divertirse trabajando. No importaba si de vez en cuando crear era difícil, qué tragedias o que enfermedades les afectaban la vida más íntima.

Nos transmitieron sus odios y desesperaciones con una especie de amor. (P. 13)

 

Tus comienzos fueron complicados. Dices que Maggie, tu esposa, para casarse contigo tuvo que hacer votos de pobreza. Sin embargo, después de publicar Crónicas marcianas, el panorama cambió. ¿Representaba el dinero un obstáculo o un aliciente para escribir?

A partir del año del Señor Eléctrico, escribí mil palabras al día. Durante diez años escribí por lo menos un libro por semana. (P.58)

Había otra razón para escribir tanto: las revistas populares me pagaban entre veinte y cuarenta dólares por cuento. Yo no vivía precisamente a todo tren. Tenía que vender al menos un cuento por mes, mejor dos, para pagarme los hotdogs, las hamburguesas y el tranvía. (P. 59)

 

¿Entonces cuando comenzaste a ganar dinero, escribías para engordar la cuenta bancaria?

No des la espalda, por dinero, al material que has acumulado en una vida. (P.42)

 

Entiendo. Ahora, eres un narrador destacado, pero Aldous Huxley dijo que eras un poeta. ¿Lees mucha poesía?

Ray: La poesía es buena porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos, los mantiene en condiciones óptimas. (P.37)

 

¿Qué más recomiendas leer?

Libros de ensayo. Nunca se sabe cuándo uno querrá conocer pormenores sobre la actividad del peatón, la crianza de abejas, el grabado de lápidas o el juego con aros rodantes. (P. 38)

 

Incluso dices que te gustan las viñetas de Charlie Brown.

Para convencer al lector de que está ahí hay que atacarle oportunamente cada sentido con colores, sonidos, sabores y texturas. Al lector se le puede hacer creer el cuento más improbable si, a través de los sentidos, tiene la certeza de estar en medio de los hechos. (P.39)

 

Precisamente eso dicen tus detractores, que tus ficciones son demasiado poéticas pero pobres en cuanto a referencias científicas, a diferencia de las de Isaac Asimov.

Y aun en este en este último caso, una Máquina del Tiempo bien descrita y técnicamente perfecta puede volver a suspender la incredulidad (P. 39)

 

¿Es verdad que parte de su método de trabajo es realizar una lista de posibles títulos y escribir a partir de lo que esas palabras le recuerdan?

Ray: Las listas decían más o menos así: EL LAGO, LA NOCHE, LOS GRILLOS, EL BARRANCO, EL DESVÁN, EL SÓTANO, EL ESCOTILLÓN, EL BEBÉ… (P.22)

 

Disculpa si te interrumpo. Recuerdo ese cuento del bebé, es aquel donde un recién nacido asesina a sus padres, ¿no es así?

El bebé de la lista era yo, claro. (P.28)

 

¿Quéééé?

Ray: Recordé una vieja pesadilla. Era sobre nacer. Me recordé en la cuna, con tres días de edad, aullando por la experiencia de haber sido empujado al mundo: la presión, el frío, el chillido vital. (P. 28)

 

NUEVA PELÍCULA DE LA NOVELA QUE PLAYBOY LE PUBLICÓ A BRADBURY

 

¿O sea que te acuerdas del día que naciste? Eres…

Porque soy esa rareza de feria, el hombre con un niño dentro que lo recuerda todo. Recuerdo el día y la hora en que nací. (…) ¿Me circuncidaron en otro lugar que el hospital del parto? Sí. (…) Me acuerdo del escalpelo. (P. 51)

Cambié el título de EL BEBÉ por el de “El pequeño asesino”. (P.28)

Veintiséis años después escribí el cuento “El pequeño asesino”. Trata de un bebé que nace con todos los sentidos en funcionamiento, lleno de terror porque lo han empujado a un mundo frío, que se venga de sus padres gateando en secreto por la noche y al fin destruyéndolos. (P. 51)

Y yo había vivido la historia, al menos en parte, desde mi primera hora de vida y sólo la había recordado de veras a los veintipico. (P.28)

 

¿Cómo fue tu viaje a México? Te inspiró un cuento, y parte de la novela El árbol de las brujas, ¿no es así?

A fines de 1945, con la segunda guerra mundial recién terminada, un amigo me pidió que lo acompañase a la ciudad de México en un viejo y baqueteado Ford V-8.

(…). En la segunda semana de agosto de 1945 envié tres cuentos a varias revistas (…). El dinero total ascendía a 1000 dólares. (P.56).

Aquel dinero me llevó a México, a Guanajuato y las momias de las catacumbas. La experiencia me horrorizó tanto que no veía la hora de escapar del país. (…). Para purgar ese terror, escribí de inmediato “El siguiente de la fila”. (P.57)

Bien, última pregunta, querido Ray. Para cuando esta charla sea leída, es posible que el presidente de México sea un tipo que no disfruta de la lectura, aunque él mismo haya escrito un libro. ¿Podrías parafrasear a Beatty, el jefe de bomberos que incendian libros en Farenheit 451, en la obra de teatro que hiciste inspirada en la novela, quien me parece refleja el pensamiento de Enrique Peña Nieto?

(Sonríe, se quita los lentes, cierra los ojos y recita de memoria): “Yo tengo libros. ¡Pero no los leo! ¿No ves la belleza, Montag? Yo no leo nunca. Ni un libro, ni un capítulo, ni una página, ni un párrafo. Es como tener una casa llena de hermosas mujeres y sonreír y no tocar… ni una sola. (P.65) Estos libros mueren en los estantes. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Ni mi mano ni mis ojos ni mi lengua les dan alimento o esperanza. No valen más que el polvo.” (P.66)

100 años de Ray Bradbury: La entrevista imaginada 0

Este texto fue escrito originalmente a propósito de la muerte de Ray Bradbury en 2012 y rescatado para conmemorar el centésimo aniversario de su nacimiento, este sábado 22 de agosto.

 

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