Por una vida sexy: Atravesar el fuego
Un cuento erótico siempre es bueno para romper con la rutina y acelerar el pulso de quien sabe que la mujer tiene una mirada sexual exquisita.
Son las 3:20 am de un martes cual- quiera del 2020. El confinamiento por la segunda pandemia del milenio me ha llevado a buscar un salvavidas en páginas impresas de novelas o antologías de ensayos. Estoy frente a un ventanal que me dibuja en los ojos lo que bien podría ser una postal de la Ciudad de México que envías a algún amigo en Alaska o cualquier lugar del mundo. En mi regazo duerme el tomo cerrado del libro que ha sido mi com- pañero del último día. Tengo esa sensación extraña de cuando te despides de alguien a quien amas frente a las puertas eléctricas del aeropuerto y tienes la certeza de que extrañarás a ese personaje que agita la mano con mira- da de nostalgia.
¿Qué libro es? Eso es lo de menos, pero también lo de más. Porque no todos los libros se te dibujan entre el corazón y las cervicales con la saudade de la última nota de un bossa nova. No todos los libros instalan, en las vibraciones de tu sexo, el deseo por la nariz del autor entre tus piernas.
Si bien en mí la lujuria es la constante y no la excepción, es la primera vez que el delicado equilibrio de las letras trazadas en el papel, las circunstancias que narran y un excéntrico talento me hacen desear a quien las creó al punto de invocarlo como hoy lo invoco: ardiendo del intelecto y la carne.
La notificación de un mensaje en mi teléfono me produce más deleite que asombro: es él. Es el escritor de lentes de pasta, sujeto de mi último conjuro y autor del libro que sube y baja en mi vientre al ritmo de mi respiración. Me invita a tomar un café. Acepto.
-¿Qué dices mañana, mi escritora favorita? -¡Me encanta, mi escritor predilecto! -Dirás que soy un imprudente. -Me atrae la imprudencia. -Tengo algo que confesar. -Confiese. -Espero que no signifique mi bloqueo. Anhelo ser una historia de tu columna. -En ese caso yo también cometeré una imprudencia: yo quiero ser un cuento de tu próximo libro. -Eso es peligroso, pero me seduce. -Es peligroso-divertido. -Espero ser digno personaje. -Yo espero estar a la altura para escribirte. -Estoy sonriendo que hablo de más. -Esas son las mejores sonrisas, y las más peligrosas. -Ay, colega, estoy a dos de hacer una propuesta negra como la galaxia. -Tú pregunta, a fin de cuentas, el sí ya lo tienes… ¿o cómo era? Ja, ja, ja. -El sí ya lo tengo. ¿Y si la pregunta es sumamente inadecuada? -¿Qué tan más inadecuada podría ser? -Mucho… ¿y si nos saltamos las sociales continencias y nos vamos directo a las escenas que inspiran las letras? -Nos saltamos las sociales continencias mañana a las 18:30 en mi casa. -Nos las saltamos y ahí estaré. -Mis dedos ansiosos de escribir una historia. Has- ta mañana. -Hasta mañana, querida. Muero por ser tu inspiración.
Dejo el teléfono a un lado y miro el libro desde el mismo sitio donde mañana lo miraré a él algunos centímetros más hacia abajo del ejemplar con la dedicatoria en la portadilla: “Para Mónica y sus ojos, mientras busca un orgasmo en mi cuerpo a través de mis poemas”.
Sé que la punta de su lengua en el vértice de mis piernas, con mi mano abierta en sus canas suaves hará que mis oídos escurran el hechizo de los salmos que pronunciará para evangelizarme en su particular estilo de derramarse en las paredes del universo. Y que llegará con una botella de tinto y me poseerá con la fuerza acumulada de las múltiples madrugadas que ha pasado masturbándose en mi nombre. Después de todo Bukowski tenía razón, “no hay defensa excepto todos los errores cometidos”.
