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Los masajes con final feliz existen: Hanna se dedica a darlos

Por: Arturo J. Flores 20 Dic 2022
“A veces me pagan una hora de masaje y dos horas más de pura charla, para que los escuche. ¡A veces me pagan para darme un masaje a mí!”, cuenta entre risas.
Los masajes con final feliz existen: Hanna se dedica a darlos

Luego de varios meses de dar masajes con final feliz, la petición más rara que un cliente le hizo, ni siquiera tuvo que ver con un masaje erótico.

“Nunca atiendo en hoteles o a domicilio, pero una compañera de trabajo me dijo que fuera con ella, que era un cliente de confianza. Le dije que yo no era scort, que no iba a coger con nadie, pero ella me comentó que no se trataba de eso, que llegando al hotel me explicaba y que seríamos tres chicas en total”, me cuenta Hanna.

Al sujeto lo describe así: un tipo en sus treinta, un poco pasado de peso metido en una camiseta. Cuando Hanna le vio el estampado de Naruto, cobró sentido que la exigencia de que las tres prestadoras del servicio acudieran vestidas como muñequitas de anime.

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Piensa que estás en el parque

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El cliente se adelantó para pagar la habitación. Una vez dentro, Hanna escuchó las instrucciones más extrañas que alguien le hubiera dictado antes.

Hoy me las recita y le gana risa. Seguramente en el momento fue distinto.

“No se van a quitar nada de ropa, yo tampoco (‘ni siquiera se despojó de la chamarra´, recuerda ella) y me voy a acostar en la cama. Quiero que piensen que las tres están en un parque y que yo soy una banca”, explicó el contratante.

La experiencia fue todo menos sexual.

“Nunca nos pidió que nos sentáramos en su cara o en sus genitales. Todo fue en su pecho y en piernas. Cada tanto tiempo se daba la vuelta y nosotras sólo teníamos que andar ahí, chismeando. Durante toda la hora, jamás vi en su cuerpo algún indicativo de placer. Al final, nos pagó mil pesos a cada una y se retiró”.

¿Acaso esto es una broma?

Antes de dedicarse a los masajes eróticos, estudiaba Ingeniería en Producción Musical. Entre el desempleo y las deudas, cada vez dormía menos. Así que a Hanna, que entonces aún no adaptaba ese nombre artístico, una amiga le dijo que donde ella trabajaba existían vacantes como masajista erótica.

“Antes de eso, yo pensaba que los ‘masajes con final feliz’ eran una broma, pero mi amiga me explicó de qué se trataba: dar masajes, sí, pero en lencería o sin nada de ropa, mayormente a varones, aunque de vez en cuando también a mujeres”.

El masaje tántrico que la volverá loca

Sobre todo se trataba de hacer a las y los pacientes alcanzar el orgasmo, mediante estimulación manual, sobre todo, “aunque también lo puedes hacer mediante rusas, con los senos, y cubanas, con las nalgas”.

Por atrás los masajes también tienen un final feliz

No hay besos ni penetración. Pero sí caricias, aceites relajantes, aromaterapia, música y buena conversación. El secreto es estimular los sentidos y la imaginación, invocar a los demonios del eros a través de la mayor cantidad de armas.

Hannah me di cuenta cómo a los hombres y las mujeres, cuando están tumbados de espaldas y despojados de toda prenda, les acaricia el cuello, les sopla detrás de la oreja, les restriega ella misma su piel embadurnada de esencias. Incluso y contra todos los pronósticos de un país infectado de un machismo tóxico, uno de los servicios que más le piden es el masaje prostático. Ocho de cada vez se aventuran a explorar las bondades de su puerta trasera.

Descontractúrame con una de The Cure

El primer día le dieron una capacitación tan exprés que parecía increíble, lo básico para que pudiera dar “terapia” a sus primeros “pacientes” en la “clínica”. Porque Hannah se refiere a su trabajo con un estricto lenguaje galeno. De hecho, al éxtasis se le llama, en su argot, “terminación”.

“Una semana después, ya me mandaron a estudiar masoterapia. Terminé dos certificaciones en masajes con ventosas, descontracturante y relajante. En la cabina donde atiendo, tenemos una máquina para medir la presión y siempre se les pregunta a los clientes si padecen alguna condición que les impida recibir el servicio”.

Para esta chica, de ojos expresivos, danzarines igual que luciérnagas y una melena roja que parece advertir los incendios que su dueña es capaz de iniciar con los dedos, la música es primordial en su servicio.

Tiene una playlist de una hora con canciones poco convencionales en una terapia como la suya. Pero qué mejor que llegar al orgasmo en un sendero pavimentado con música de The Cure, Portishead y She Wants Revenge.

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¿Existirá algo más exquisito que disfrutar del roce de su piel, de la cercanía volcánica de sus labios sobre la nuca mientras Justin Warfield grita: “Quiero abrazarte/ aliento suave/  latidos del corazón / mientras te susurro al oído/ quiero destrozarte, maldita sea”.

Un masaje sin happy ending

Sorprendentemente, no es la lubricidad ni la dichosa terminación de los masajes con final feliz lo que más clientes buscan. Se trata, en esencia, de compañía. Hanna recuerda su primer masaje como uno de los más complicados porque la plática no fluyó. Hoy ya se siente un poco psicóloga y sabe cómo abordar a quienes entran por la puerta, y después de dejarlos a solas para que se quiten la ropa y se tiendan sobre la camilla, para recibir su terapia.

“A veces me pagan una hora de masaje y dos horas más de pura charla, para que los escuche. ¡A veces me pagan para darme un masaje a mí!”, cuenta entre risas.

Todo tipo de situaciones fuera de lo común le han sucedido. Una vez un cliente habló en repetidas ocasiones para hacer una cita. Preguntó si atendían parejas y Hanna le explicó que sí, que era muy común que las novias le regalaran a los novios la experiencia y que ambos fueran atendidos cada uno por su masajista.

“Es que no es mi novia, es mi mamá”, escuchó ella que le dijo. Hannah se tomó unos segundos y contestó: “claro, por acá lo esperamos”. Pero el cliente nunca se presentó.

Pies descalzos, como Shakira

Pero otro de los más curiosos, fue cuando un cliente telefoneó para pedir informes y preguntó si existía alguna penalización si después de ver a las masajistas decidía no quedarse. Le dijeron que no había problema.

Se presentó, le miró los pies a las chicas y se fue. Después escribió un mensaje al WhatsApp de atención: “Les voy a pagar para que me hagan videos de tres minutos de video en el que representen una historia”.

Lo que al señor le gustaba, explica Hanna, que no ha dejado de sentir sorpresa, “era ver videos de chicas pisando los pedales de un coche. Entonces tuvimos que armar una historia de unas amigas que venían saliendo de una fiesta y se les quedaba parado el coche. Nos la pasamos los tres minutos pisando una almohada y diciendo: ‘no enciende, no enciende’, sin que se vieran nunca nuestras caras y nos pagó por eso”.

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¿Y cuánto cuesta uno de esos masajes con final feliz?, le pregunto casi para terminar la entrevista. Hannah revuelve con un popote los restos de su café. Entre 900 y 2,500 pesos dependiendo de lo que dure y los extras. Es decir, por ejemplo, las rusas y las cubanas se cobran aparte, igual que el masaje prostático.

Para lo que nadie te prepara en la vida es para jugar a descansar encima en un mueble humano.

“Hace poco el chico me volvió a escribir para decirme: espero que pronto me dejes ser tu silla otra vez, fuiste toda una experta y yo así de ¿qué le digo? ¿gracias? Tengo toda una vida sentándome en bancas”.

Foto perfil de Arturo J. Flores
Arturo J. Flores Publisher Periodista desde hace más de 20 años, especialista en entretenimiento. Escritor, premio nacional de novela y conductor de "Chelas y bandas" en el canal de Playboy México.
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