La capital yucateca me recibió con un calor intenso. Mérida me hizo recordar las narraciones que aparecen en el Popol Vuh cuando se refieren al Xibalbá, el infierno según la mitología maya.
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Esta vez nada me iba a detener para mis deslices, así que para contrarrestar esa bienvenida me senté en el Museo de la Gastronomía Yucateca MUGY, un restaurante donde el pecado de la gula me indujo para realizar un viaje gastronómico por territorios yucatecos a través de platillos peninsulares: panuchos, brazo de reina, salbutes, pavo en relleno negro, lechón, cochinita pibil y las cheves artesanales locales de la cervecería Patito me hicieron salivar con morbo.
El MUGY. Foto de Pepe Treviño.
El MUGY es un restaurante donde la antropología es el hilo conductor, ideal para conocer el proceso del pibil -horno bajo tierra-, el único que se encuentra en el corazón de la ciudad, localizado en el jardín de una bella casona.
Después de un bacanal histórico llegué al templo de la pereza, al hotel Courtyard Mérida Downtown. Conseguí el upgrade para pernoctar en la suite más grande de la propiedad, que acá entre nos este hotel es más que un Courtyard, es una categoría Marriott, con un gran buffet de desayunos que incluye platillos típicos regionales.
La noche había caído y decidí hundirme en la avaricia en Flamel, un pequeñito speakeasy donde tuve que reservar para acceder mediante un código secreto. La experiencia comenzó desde la recepción, una obscura antesala donde me sirvieron un shot en cortesía.
El Flamel. Foto de Pepe Treviño.
Este bar “clandestino” está inspirado en Nicolás Flamel, el burgués parisino que obtuvo su riqueza, según cuenta la leyenda, mediante la alquimia. Y efectivamente, todos los tragos y la decoración giran en torno a ello; cocteles con nombres como Alter Ego, Brujo, Profeta, Magia, Venus y el trago que llegó a mi mesa, Proibito, preparado con Chartreuse verde, Xtabentún, jugo de limón, jarabe natural, clara de huevo, absinth y top de mineral. Un brebaje mágico que me voló la cabeza mientras perdía la mirada en una serie de visuales psicodélicos que se proyectaban en la barra, como si la soberbia me indicara que aquí debía de encontrar algún tesoro.
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Allí estaba Martha, la mesera, que me recomendó bajar la energía etílica con un poderoso sándwich de picaña y un tiradito de atún antes de pedir mi taxi. Fui el último en largarme.
Taquería La Lupita. Foto de Pepe Treviño.
La mañana siguiente fue una tortura. La resaca me obligó a pedirle perdón a Hunab Ku, el dios supremo según la mitología maya, pero la gula sería el conjuro para evadir ese malestar.
Llegué al mercado de Santiago para desayunar en la taquería La Lupita, un clásico de Mérida y sitio de peregrinación para tragones compulsivos que buscan el taco y torta perfecta de lechón o cochinita pibil.
Esta taquería existe desde hace más de 50 años. Tiene una carta muy amplia de antojos yucatecos, pero los elaborados con carne de cerdo la han posicionado en serio. Tanto que la taquería ha sido incluida en un capítulo de la serie de Netflix “Las Crónicas del Taco”, un suceso que tiene sin preocupaciones a sus propietarios, los amos del fogón, el chef Pedro Pablo Medina y Guadalupe Solís, con quienes pude platicar para intentar robarles la receta, ya saben, la envidia me corroe.
El cenote de Hacienda Sotuta de Peón. Foto de Pepe Treviño.
Después de la dosis de proteína yucateca manejé hasta la hacienda henequenera Sotuta de Peón, donde pude sentir como la avaricia circulaba por mis venas.
Esta atracción turística es una especie de hotel-museo, se encuentra a 30 minutos de Mérida. Se trata de una propiedad que fue construida en el siglo XVIII durante el auge henequenero para extraer la fibra del mismo agave, con la que elaboraban sogas y cordeles desde la época prehispánica, hasta después de la conquista; fue un producto que generó riqueza y rápidamente entró a los mercados estadounidenses y europeos. Incluso se cuenta que aquí se elaboraron las sogas que fueron utilizadas en el Titanic.
El Club de los Patos. Foto: Pepe Treviño.
Actualmente la hacienda ya no produce henequén de forma comercial, lo hace para que los visitantes sepan cómo se elaboraban los cordeles durante la época del “oro verde”. Hay tours guiados para ver las maquinarias antiguas y admirar la casona-museo en donde vivían los patrones en total opulencia con todo y los muebles originales.
La propiedad, además de contar con un hotel y restaurantes de cocina típica yucateca, también tiene su propio cenote privado conocido como Dzul-Ha. Y no dudé en bajar al inframundo para echarme un chapuzón, justo a la hora mágica, cuando los rayos del sol se filtraron a través de una ventana esculpida por la naturaleza; parecía un regalo mágico hecho por Kakasbal, el legendario demonio maya.
En ese sitio que parecía sagrado bebí una margarita sisal, elaborada con destilado de agave henequenero mientras imaginaba y sentía la ira al recordar los momentos de opulencia-saqueo que se vivió en esta zona.
El Club de los Patos. Foto Pepe Treviño.
No conocía la playa yucateca. Esta vez renté un jeep y deseaba manejar hasta el Pueblo Mágico de Sisal para pernoctar en el hotel boutique Club de Patos, donde la soberbia y la pereza son la norma de etiqueta.
Pero antes realicé una escala para hundirme en el placer goloso en Wayané, la clásica taquería de Itzamá, un local que desde 1991 prepara los taquitos más urbanos de Mérida.
Quería revolcarme entre tacos de diversos guisos, son más de 30 opciones, pero los favoritos fueron los de castakan (barriguita de cerdo), chilibul (frijol con puerco) y de morcilla.
Después de ese festín troglodita manejé por más de una hora hasta llegar al hotel boutique, de apenas nueve habitaciones, donde ya me esperaban con un refrescante coctel y la llave de mi habitación.
Huniik. Foto de Pepe Treviño.
Este hotelito funcionaba como albergue para cazadores de patos desde hace 50 años, hasta convertirse en el proyecto-capricho arquitectónico de Javier Pérez-Gil Salcido, que decidió crear este rincón muy hip, de muy buen gusto, con una marcada afición por utilizar elementos de la región, sumado a un gran servicio y una cocina digna de un viajero amante de la soberbia.
Con un bloody mary en la mano disfruté de la alberca, después tomé asiento en el restaurante para dejarme apapachar con la cocina de la chef Rubi Rivera, que me preparó ¡Siete platillos! Todo un presagio que se relacionó con el Tercer Círculo de la Divina Comedia.
Los ingredientes estelares fueron pescados y mariscos: ceviche negro con pulpo, una tenaza de cangrejo con mantequilla clarificada, pescado con un cremoso puré de papa, carpaccio de langosta, ceviche con leche de coco, un taco de camarón rebozado y un delicioso hummus… hasta cerrar con un fascinante tiramisú mientras el sol caía en el caribe. Un momento mágico que casi me hace creer en Dios.
Berdardette Show Bar.
Regresé a Mérida para trazar un itinerario por lugares en donde pudiera seguir transgrediendo mis sentimientos. El primero punto fue Paseo Montejo, una vialidad de la capital yucateca que lleva el nombre del conquistador de Yucatán. Luce un trazo inspirado en los Campos Elíseos de París, con todo y mansiones de acaudalados personajes, solo que aquí fueron del Yucatán del siglo XIX, espacios que hoy se han convertido en hoteles, restaurantes, museos y sitios para para llevar a cabo celebraciones como bodas y fiestas de alcurnia.
Una de esas casonas es El Pinar, que no se encuentra específicamente sobre dicha arteria, pero sí forma parte del catálogo de belleza histórica de la zona.
Fue construida durante el porfiriato y ha sido propiedad de varios personajes, incluso en algún momento estuvo abandonada, pero hoy ofrece tours guiados para sentir envidia al admirar su arquitectura, muebles, decoración y obras de arte originales de la época.
Es la hora de la cena y decido reservar una mesa en Huniik, el restaurante fine dining del chef Roberto Solís. Se trata de un espacio para 16 comensales, donde pude conocer la avanzada gastronómica yucateca contemporánea gracias al concepto de cocina abierta, que me permitió acercarme a la mesa de trabajo para ver y preguntarle al equipo de cocineros los procesos e ingredientes que conlleva cada platillo.
Disfruté un menú degustación maridaje de 12 tiempos, platillos confeccionados con ingredientes de temporada, todos producidos en la región y servidos en un espacio diseñado por el artista cubano Jorge Pardo, socio del proyecto.
Bernardette Show Bar.
La hora de la lujuria ha llegado. Decidí cerrar con broche de oro en el último spot que abrió sus puertas para enriquecer la vida nocturna de Mérida. Se trata de Bernardette Show Bar, un espacio que ofrece un gran espectáculo con música en vivo, sensuales bailarinas, performance drag queen de gran calidad, muy al estilo londinense y la poderosa voz de la cantante Natalia Sosa.
Bernardette se encuentra en una casona de Paseo Montejo, que vibra cada fin de semana con un poderoso equipo de audio e iluminación. Es un spot para ver y ser visto. Es inclusivo y no hay tapujos para la diversión, porque el arte así debe de ser, desinhibido, sensual e introspectivo.
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La mañana siguiente sentí algo de culpa mientras hacía maletas para regresar a mi destino. La verdad no recuerdo cómo acabé esa noche, solo tengo algunas fotos en mi Smartphone que comprueban que la pasé como acostumbro hacerlo.
Estoy a miles de pies de altura del infierno. Veo un cielo azul a través de la ventana del avión que me recuerda que estoy a punto de aterrizar en la caótica pero fascinante CDMX, no puedo evitar sentir la ira. La sobrecargo me descubre, me guiña un ojo y me ofrece, en silencio, a discreción, un whisky en las rocas… creo que ella también es una pecadora.