La escritora mexicana Rubí RamDel nos regala un fragmento de su novela próxima a publicarse “Victoria no todo puede ser”. Definitivamente vale la pena echarle un ojo porque se trata de una obra que rezuma erotismo, estilo y sorpresas.
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“Victoria: No todo puede ser” es una novela que debes leer.
Entre todas las experiencias que ya habíamos tenido y que siempre me tenían con el sexo humectado y al borde de un orgasmo, me preguntaste sin preámbulo:
—¿Alguna vez has hecho un trío?
Y mi sexo goteó, me sonrojé como ya era habitual en todas tus propuestas, que en realidad eran frases imperativas de lo siguiente que habría de hacer para satisfacerte, yo no tenía problema con darte cualquier cosa, pues también disfrutaba con tu perversión: me habías vuelto una puta a tu medida.
Te contesté igual de directa:
—No, pero me encantaría hacer uno —sonreíste, me miraste fija y lascivamente y lo que expresaste fue:
—Excelente, ya sé quién será el adecuado para esta experiencia —me sorprendí, pues lo que hubiera imaginado por lógica era que dirías “la adecuada”, pero tus perversiones eran mayores de lo que mi mente doce años menor pudiera imaginar.
Pobre niña tonta…
Nos encaminamos al hotel de costumbre -el de las citas especiales-, mientras con tus hábiles manos manejabas, me tocabas, cambiabas el coche de “primera a segunda”, que simulaba las revoluciones de mi sexo: arrancar, avanzar, acelerar, requerir de más… ya me urgía que llegaras a la quinta velocidad.
Una vez que nos encontrábamos en el cuarto asignado, acomodamos nuestras pertenencias, nos desnudamos entre besos y caricias desesperadas para luego abrir las cortinas de par en par y dejar entrar la luz de un sol de medio día, que se coló por la ventana iluminando tus senos, en el punto exacto de madurez; encendimos un porro y nos acercamos a observar la avenida Insurgentes norte, por la ventana abierta escapaba el humo del cigarro de hierba con una danza parsimoniosa, después, tres golpes en nuestra habitación, detuvieron el momento.
—Ya está aquí —me dijiste lanzándote a la puerta, con un entusiasmo de niña traviesa: he de decir que esa visión tuya en un contexto tan sexual siempre me hacía perder el equilibrio. Tremenda cabrona actuando como una niña…
Te sugerí que al menos te envolvieras con una toalla para recibir al recién llegado, aunque con tu carácter de ser una pura vale madre no te importó y abriste.
Mi sorpresa fue encontrar una cara conocida: René.
Entró con una actitud de total complicidad contigo y tus deseos lúbricos, sin despegar la mirada de nuestros cuerpos desnudos. Yo no tenía la mínima intención de reclamar nada: me gustaba creerme tuya y te dejaba hacer de mí lo que se te antojara. Sin límites. La sola idea de explorar la lujuria a tu lado me mantenía el sexo húmedo, estabas consciente de eso.
Lo primero que hiciste fue tomar el cigarro que tenías en las manos y ponerlo entre sus labios, hasta él se sorprendió de la facilidad que tienes para tomar el control, aún así le dio una larga calada y pediste recibir el humo boca a boca. René no dudó ni un segundo y con un hábil acercamiento –que en vez de enojarme me excitó- posó sus labios en los tuyos con una exhalación que parecía interminable.
Después, con la mirada, me indicaste que debía acercarme.
René que siempre había imaginado un encuentro como este, me tomó por la cintura con su brazo izquierdo, mientras que a ti ya te tenía enganchada con el derecho, que de vez en vez deslizaba hacia tus deliciosas nalgas, y a ti parecía encantarte. Gemías levemente con gestos de placer que yo ya conocía a la perfección.
“Los hombres sólo sirven para el sexo”.
Me habías dicho antes y yo, ingenua como de costumbre, no imaginé que no tuvieras un límite de cómo, cuándo o con quién habría de suceder; te gustaba coger y ya.
Nos abrazamos los tres, lo besaste, después a mí, y al final, por la lubricidad del momento todo me valió madres: como a ti. Por fuerza también habría de besarlo.
Historias reales de hoteles de paso, moteles y love hotels
Primero fue un roce de nuestros labios, luego él abrió la boca para dejar salir una lengua grande y suave con la que recorrió mi labio inferior. Me encantó la temperatura, textura, sabor y suavidad de su beso, por su delicioso aroma, que ya conocía desde antes.
Dominante, como siempre, nos detuviste al notar que René me iba colocando en el modo en que te gustaba ponerme: caliente y dispuesta.
—¿Por qué no le preparas un trago a René? —propusiste con el tono de voz que me hacía reaccionar para la misión de cumplir cualquiera de tus deseos.
Serví la cantidad de vodka que “lo pusiera a tono” y ahí sugeriste:
—¿Por qué no tomamos una ducha para refrescarnos?
El calor de nuestros cuerpos alcoholizados ya nos tenía con la frente y cuello perlados de sudor. Al entrar al baño abriste la regadera y templaste la lluvia para que los tres pudiéramos entrar…
Ya no importó nada más que el deseo. René, por tener a dos mujeres de nuestras características enfrente, antes de treinta segundos mostró un sexo que goteaba.
Nos dedicamos a complacerte con caricias, besos, chupadas, nalgadas, apretones, penetraciones: lo mismo mi mano, que el “invitado” sexo prominente de él.
Fuimos un emparedado de piel en donde la regadera nos refrescaba el calor. Te volviste un delicioso postre para estas bocas tan hambrientas…
Después, mandona, sugeriste una pausa para beber un poco más de vodka. Me aventaste a la cama para un acto calientísimo frente a sus ojos.
Me succionabas el sexo y yo me arqueaba por el dolor y la excitación, eso a él sólo le daría la pauta para encenderse más.
¿Qué música se escucha más para tener sexo?
Me besaste luego del cuello a los senos, lamías, te apoderabas de los espacios y de nosotros.
René se acercó con la mano sobre la erección y tú, lo tumbaste en la cama para cogértelo como una profesional. Lo montabas mientras yo veía la escena con la vagina escurriendo de placer: me encantaba verte montando, moviéndote tan experta, gimiendo, arqueándote…
—¿Por qué no vienes? —invitaste.
Me acerqué y tus instrucciones fueron precisas:
—Quiero que te subas en su boca.
Lo hice, aunque me costaba trabajo, pues los hombres no eran lo mío, pero complacerte con mi placer valía la pena.
—Deja que te la meta —ordenaste.
Yo ya te había dicho, que sólo una vez en la vida había cogido con un hombre, pero a ti eso te valía madre, no reparaste en si habría de dolerme o no. Igual accedí.
René colocó mis rodillas en la orilla de la cama y aventó mi torso hacia el frente: expuesta, como lo indicaste. Su sexo tenía el largo y ancho preciso para hacerme gemir cuando entró, lo sentí delicioso y ahí mostraste tus instintos de nula moralidad: caliente por la escena de mi disfrute.
No conforme con lo que ya habías obtenido de mi cuerpo, sonó tu voz jadeante:
—Quiero que te lo dé por detrás… ¿te dejas?
Sin tiempo a responder tomaste su sexo y lo metiste hasta la base, me hiciste gritar escandalosamente por aquel embate, que al tercer movimiento comencé a disfrutar. Tu lengua se volvió un remolino en mi clítoris mientras René jadeaba y se clavaba más y más. Mi lengua a la vez, degustaba tu sexo. Todo eran caricias lascivas, manos, piernas, besos en cualquier parte del cuerpo, movimientos cual infinito, de arriba abajo, hacia los lados, dentro, fuera; sin perder el ritmo de esa danza loca. Después me retiraste del doloroso disfrute para remplazar el preservativo y que ahora fueras tú la que se entregara fúrica a la longitud del sexo de René. Tu vagina escurría delicias mientras él y yo te penetrábamos deliciosamente y yo te bebía…
No tuvimos noción de cuánto tiempo estuvimos cogiendo.
Cualquiera que hubiera visto esa escena, la describiría como el conjunto de tres pieles alumbradas por una luz de media tarde en una cama de sábanas blancas. En algún momento, nuestros sexos actuaron como si se hubieran coordinado.
Llegamos al punto donde todo se vuelven luces de colores, chispitas, choques eléctricos; la vista se nubla y las pupilas simulan ver todo lo que hay por dentro, nos cimbramos…
La baba blanquecina y espesa de René quedó en la barrera al tiempo que los gemidos de ambas llenaron la habitación…
La petite mort
Rubí RamDel.
(CDMX, 1993) Escribe para algunos medios impresos y electrónicos, además de haber participado en antologías de cuento y poesía. Su oficio consiste, principalmente, en elaborar libros para escritores independientes, apoyándolos en todo su proceso creativo. Además modela y fotografía, presta su voz para documentales, ha entrevistado a diversos artistas y participa con entusiasmo en cualquier evento relacionado a la cultura en general.