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Una charla sobre pornografía con Naief Yehya

Por: Mixar López 01 Jul 2021
"La gran mayoría del entretenimiento tiene que ver con muerte, sufrimiento y sexo, desde la mitología hasta el cine, tanto en las artes gráficas como en la literatura."
Una charla sobre pornografía con Naief Yehya

Charlé con el escritor Naief Yehya (Ciudad de México, 1963), autor de “Las cenizas y las cosas” (2017) sobre pornografía.

Hay que tomar en cuenta que el canon de la literatura impone representar experiencias universales, concepto que desde siempre ha sido definido por hombres blancos generalmente de la élite social, que han sido los que han tenido el poder sobre esta materia.

Por su parte, la pornografía como industria no toma un camino muy diferente y se asienta en los años 50 como cine o fotografía al servicio de los hombres. De este modo, la visión mayoritaria que nos encontraremos será unilateral y el canon vendrá marcado por ello.

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PB: ¿Por qué dedicarle tiempo a algo tan semejante como lo es la pornografía?

Yehya: Porque lo pornográfico es considerado irredimible y por lo tanto es la prueba más extrema a la libertad de expresión. Es relativamente fácil defender el derecho a publicar obras de arte transgresoras que se pueden considerar obscenas debido a sus valores estéticos, en cambio a la pornografía se le debe proteger simplemente por lo que es.

La pornografía es tan sólo el otro lado de la moneda de la censura. Además porque la pornografía nos habla de los secretos inconfesables de la sociedad, es una documentación de las filias profundas, es un testimonio vivo y pulsante de lo que la cultura rechaza pero a la vez necesita y desea.

¿Cómo sociedad obsesionada con el espectáculo hemos hecho de la muerte y la tortura una diversión más?

Yehya: Sí, desde hace tiempo. La gran mayoría del entretenimiento tiene que ver con muerte, sufrimiento y sexo, desde la mitología hasta el cine, tanto en las artes gráficas como en la literatura. Esos dos temas que son capaces de suspender el tiempo, como dice William Burroughs inyectan pasión, angustia, horror, fascinación y deseo a cualquier narrativa.

¿Desde la publicación de Pornocultura” (Tusquets, 2013) hasta la fecha, la respuesta a la pregunta anterior ha variado?

Yehya: No realmente, lo que sí ha cambiado es la variedad de recursos con que contamos hoy para acercarnos a lo sexual y a lo atroz. La diversidad de opciones para ver lo prohibido o lo intolerable ha aumentado de manera exponencial en la última década, así como con la aparición de los smartphones en 2007 se disparó la creación, consumo y distribución de material perturbador.

La leyenda dice que cada nueva tecnología es usada primero para algo relacionado con el sexo o la pornografía. ¿Qué opinas?

Yehya: Que es cierto, todas las tecnologías de reproducción de textos o imágenes se beneficiaron y popularizaron al mostrar que servían para difundir contenido sexual o lascivo. Desde la imprenta de Gutenberg hasta Internet, pasando por la fotografía, el cine y el video. Seguramente seguirán la realidad virtual y las aplicaciones de inteligencia artificial que podrán interactuar y responder al usuario.

¿Es la pornografía el intento de insultar al sexo, de ensuciarlo, como diría el escritor inglés D.H. Lawrence?

Yehya: No, no lo creo para nada. Me parece una visión mojigata. El sexo no se ensucia al mostrarlo, quizá pierde su potencial excitante o lo gana, quién sabe pero eso parece simplemente una consideración pudorosa.

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¿Cuál es el momento histórico de la pornografía donde se franquea con la violencia?

Yehya: Desde que existe la pornografía como la entendemos hoy, la cual comienza con la Revolución Francesa, más como una herramienta política para atacar a la nobleza, la corona y el clero que como un material sexualmente estimulante, la obscenidad entrelazaba sexo y violencia.

¿La imagen anuncia que el sexo ha quedado detenido en una relación simbólica que se caracteriza por la promesa del fetiche, por la posibilidad de la excitación y por la compulsión de ver; lo demás es literatura?

Yehya: Me parece una forma interesante de ponerlo. Creo que hay algo de eso pero varios puntos: la imagen no es un símbolo, aunque pueda serlo, pero en general es mucho más compleja. El proceso de la imaginación para convertir a la imagen en fetiche sigue cauces culturales e interpretaciones diversas y en definitiva se traduce en una obsesión por ver. Finalmente no sé si todo lo demás sea literatura.

 Los escenarios de tu literatura son tan descarnados y explícitos en relación con las formas de abolir los límites que las reglas morales y sociales aplican al acto sexual. Eso me hace pensar en la transgresión de Sade en términos de la impugnación de las figuras usuales de la vida cotidiana.

Yehya: Ser comparado con Sade, de cualquier manera es siempre un honor. En mi ficción intento explorar la obscenidad sin por tanto abundar en los explícito. Mi interés está en los mecanismos que hacen que ciertas cosas estén más allá de lo tolerable.

Entre el erotismo y la seducción, la literatura parece ser el escenario privilegiado?

Yehya: La literatura siempre me parecerá un escenario privilegiado, un espacio de posibilidades que siempre puede renovarse y que logra sorprender, estimular y entumecer aún cuando se trata de describir los mismos actos que han acompañado a la humanidad por un par de miles de años. En eso radica el poder de la literatura, en encontrar formas insólitas de contar lo común.

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