Así eran los afrodisíacos en la antigüedad, ¡DE TERROR!
Según los griegos, en el principio de los días, Urano no permitía que sus hijos vieran la luz del día. Cronos, uno de ellos, para remediar esta situación con una hoz de pedernal castró y mató a su padre. El miembro fue aventado al mar, de la mezcla de la sangre, el semen y la espuma del agua nació Afrodita.
No es coincidencia que la palabra afrodisíaco provenga de la diosa del amor. Debido a que nació del mar se creía que las especies que provenían de ahí, particularmente los moluscos y las ostras, eran de gran ayuda para las personas que buscaban aumentar su libido.
A esta creencia se le sumó la medicina simpática, donde los remedios para una enfermedad se encontraban en objetos que se parecieran al área afectada. Se creía que los alimentos con forma de testículo, como las cebollas o los ajos, eran de gran ayuda para activar el deseo de los hombres.
La pasión latina
Los romanos aumentaron el conocimiento de estas sustancias, Plinio El Joven, escritor y científico romano, en su Historia Natural describió algunos remedios para aumentar la libido. Indicó que cuando una mujer no tenía un deseo sexual debía colocar sobre su frente un pedazo de lana bañado en sangre de murciélago; mientras que los hombres debían consumir lengua de ganso con sus alimentos y bebidas habituales. Estos no eran los únicos remedios: también aseguró que el consumo de gorriones o sus huevos, podían ayudar a los hombres, así como la mezcla de cinco huevos de paloma con miel y grasa de cerdo.
En la actualidad, pensamos a los afrodisíacos como substancias, pero los romanos iban más allá al creer que los amuletos podían ayudar o perjudicar en el desempeño sexual. A los hombres les ayudaría colgar la parte derecha de un pulmón de buitre sobre la piel de una grulla o si se suspendía el testículo derecho de un gallo sobre la piel de un carnero. En contraste, un lagarto sumergido en la orina de un hombre inhibiría el deseo sexual del que lo mató.
Si el consumo de partes de animales o los amuletos no les convencían también podían beber el sudor de los gladiadores. Estos guerreros eran el modelo de la masculinidad en las ciudades romanas, por lo que sus fluidos eran recolectados con herramientas especiales y vendidos.
Los afrodisíacos romanos no se limitaron a la antigüedad clásica. El famoso seductor Giacomo Casanova para mantener su deseo sexual consumía mousse de chocolate con ámbar gris, una substancia que secreta la vesícula de los cachalotes. En la actualidad este extraño tesoro del mar es utilizado como elemento fijador en perfumes, por lo que probablemente el seductor italiano tenía algo de razón.
El afrodisíaco mortal
Una substancia popular por cientos de años y en diversas culturas fue la llamada “mosca española”; se trata de un escarabajo (Lytta Vescicatoria) de colores llamativos. Para crear la sustancia, el insecto era molido hasta producir un polvo con sabor y olor desagradable. Según las crónicas, en reducidas porciones tenía efectos similares al Viagra, pero las erecciones que producía en ocasiones eran largas y dolorosas. Su uso está registrado en diversas épocas y en varios países. Un ejemplo lo da Tácito, historiador romano, que acusó a Livia Drusila, esposa de Cesar Augusto, de mezclar la sustancia con vino para chantajear a los adversarios de su esposo.
Los efectos energizantes de la “mosca española” están documentados, pero su efecto en altas cantidades es mortal, lo que provocó que en varias ocasiones fuera utilizada como un veneno para asesinar sin dejar rastro.
Recetas de oriente
El deseo por encontrar afrodisíacos no fue una búsqueda que se limitó a Europa, en oriente también encontraron poderosas sustancias que aseguraban ayudar a los hombres y mujeres. El Kama Sutra no sólo presenta posiciones sexuales, también asegura que la leche es una de los mejores alimentos para el sexo, por lo que tiene que ser consumida y mezclada con varios ingredientes por los amantes. Para potenciar el efecto se podían consumir testículos de cabra hervidos en leche.
Avicena (980-1037), en uno de sus escritos sobre el cuerpo humano, dejó una receta de un pastel que incluía: el cerebro de 50 palomas, las yemas de 20 huevos de aves, 10 yemas de gallinas, el jugo machacado de carne de cordero, cebollas y zanahorias rostizadas y una gran cantidad de mantequilla. El famoso médico y filósofo árabe aseguró que este platillo con vino podía hacer maravillas para las personas que buscaran mejorar su fuerza sexual.
Remedios prehispánicos
En Mesoamérica también se hallaron este tipo de sustancias; Bernardino de Sahagún cita que los mexicas consumían una culebra con cuernos y sin eslabones en la cola llamada mazacóatl, y agrega que la comían hombres que deseaban tener múltiples relaciones sexuales. A ésta se le añadían unos caracoles, llamados igual que la serpiente, que “son provocativos a lujuria”, la cola del tlacuache, molida y tomada en ayunas, los cuernos de los escarabajos, carne de los lomos del lagarto de la Nueva España, por último, aparentemente, el ajolote provocaba efectos positivos.
Los animales no eran los únicos que tenían estos efectos, el cozolmécatl era una planta sobre la cual se tenían que recostar los hombres para recuperar sus fuerzas sexuales. Un caso particular era el tlapayatzin, una planta que aumentaba la libido al ser azotada en la espalda de los hombres. Sahagún también observó el efecto de unos hongos llamados teona nácatl, que: “los que los comen ven visiones y sienten vascas en el corazón; a los que comen muchos de ellos provocan a lujuria y aunque sean pocos”.
Desde sangre de murciélago hasta secreciones de una ballena, siempre ha existido un deseo por mejorar el desempeño sexual y el extraño origen de los afrodisíacos para muchos pasó a un segundo plano cuando se aseguraba que tendría los efectos buscados.
Por Iván Montejo
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“Procreación, amor y sexo entre los mexica”, José Alcina Franch