¿Qué aprendió el futbol mexicano luego del 7 a 0?
Coincidí infinidad de veces con el DT Juan Carlos Osorio. Fueron largas y productivas charlas en salas de espera de aeropuertos por todo el mundo cuando el colombiano conducía el destino de la Selección Mexicana. Enriquecedoras pláticas se extendían hasta los lobbys de los hoteles, campos de entrenamiento y programas de televisión.
“Solo nos queda pedir disculpas a la afición y a todo el país”. Andrés Guardado
Osorio, siempre abierto al debate en corto, a escuchar y, sobre todo, a respetar cualquier punto de vista.
En alguna ocasión volé casi cuatro horas junto a él rumbo a Estados Unidos. De esas buenas jugadas del destino. Tenerlo a un lado tanto tiempo y sin que pudiera irse o alejarse de mí, representaba una magnífica oportunidad en cuestiones periodísticas.
Apenas autorizaba la sobrecargo el uso de dispositivos móviles, Osorio encendía de inmediato su iPad para analizar algún juego a través del video. Sacaba de su mochila plumas y marcadores de varios colores. Parecía un “preparatoriano” estudioso. De esos que jamás olvidaban una tarea y que disfrutaban los tiempos de parciales.
Su proceso marchaba sin contratiempo alguno. Ligaba 22 partidos invicto. La derrota no estaba en su vocabulario desde que había arribado a nuestro país. Nadie nunca imaginó lo que estaba por suceder y cómo es que se daría su primer descalabro.
Santa Clara, California, esperaba con los brazos abiertos a nuestra Selección. Era la Copa América Centenario 2016 y Chile era el rival. México se iba al descanso con el marcador en contra dos a cero. Hasta ahí, todo relativamente normal.
El problema vino en el complemento cuando cayeron cinco goles más con la furia de una tormenta embravecida y casi a la velocidad de la luz. Uno tras otro. Estado de emergencia y shock. Nadie reaccionaba y… nadie reaccionó. El graderío era un cementerio.
Recuerdo que le pregunté a Osorio en la conferencia de prensa si había pensado en renunciar y sólo se limitó a decir que había sido una vergüenza, un accidente del futbol y que se había equivocado en todo. Las críticas siguieron sobre Osorio y siempre fue el principal culpable en el paredón de la opinión pública.
A partir de aquella derrota histórica, Osorio ya nunca fue el mismo. Se alejó durante meses de los medios, se dejó crecer la barba, adelgazó y buscó auxilio psicológico en las palabras de Marcelo Bielsa, de quien dice ser amigo.
Pero ya nada volvió a ser igual. Hubo una fractura con la afición, un rompimiento; se abrió una herida que no dejaría de sangrar sino hasta dos años después con el triunfo ante Alemania en Rusia 2018.
A diferencia de Osorio, la Selección Mexicana tras el 7 a 0 siguió siendo la misma. La que llena estadios, la que califica siempre al Mundial, la que fabrica ilusión en cantidades industriales, la que se queda en el mismo puesto, la que no alcanza el famoso quinto partido.
¿Qué se aprendió de la estrepitosa derrota? Nada. A cuatro años de esa fatídica noche, el futbol mexicano sigue tan campante como siempre. Los seleccionados continúan firmes en el proceso con Gerardo Martino y, quienes ya no están, es porque la edad les cobró factura o porque su nivel se desplomó radicalmente. No porque la irritable eliminación les haya cobrado factura.
Ironías de la vida, Juan Antonio Pizzi y su combinado andino no calificaron a Rusia 2018. México lo hizo sin problema alguno. Algunos chilenos cambiaban el siete a cero por un boleto a la Copa del Mundo. Pizzi sería despedido pero el destino le otorgaba un premio de consolación. Llegaría a Rusia luego de tomar las riendas de una calificada Arabia Saudita.
Osorio recuperó el color en Moscú cuando venció a Alemania. El resto de la historia, la conocemos todos. Cuatro años han pasado, Osorio se fue y nosotros seguimos mientras tanto en el mismo tapanco. Eso sí, ya sin la Copa América por disputar.
